Revista Coaching

La tecla Esc en la educación emprendedora

Por Mariodehtercom
tecla escape

Riesgo Cero

Sí: se puede enseñar a cualquier persona a ser un empresario; es una cuestión de impartir los contenidos necesarios para el desarrollo de competencias para planificar y gestionar negocios con las metodologías didácticas apropiadas para cada perfil personal, ecosistema institucional y su correspondiente ecología social. La cuestión es si ¿“se puede enseñar” a comportarse y “ser” un emprendedor?

Tal como me ha enseñado mi admirado Profesor Fernando Dolabela: “el emprendedor es fruto de una cultura”; de manera tal que no es posible pensar forjar naturalezas emprendedoras desde los “estrechos espacios” educacionales “al uso”. Lo primero es crear la cultura propicia para la innovación y el emprendimiento comenzado por redefnir los criterios funcionales de la institución educativa y desarrollando las competencias emprendedoras y el talento profesional de sus profesoras/es para transferirlas, así como el agricultor prepara su tierra para obtener frutos de buena calidad bien valorados por “el mercado”.

He intentado de diferentes maneras estimular comportamientos emprendedores en personas de muy variados perfiles socioculturales y he comprobado que los resultados llegan cuando se facilita el aprendizaje mediante la práctica afuera del espacio aséptico del aula y dentro de una zona confortable para el estudiante.

Es más, la única manera para que las lecciones calen en el intelecto y la emoción de las personas es cuando ellas pueden experimentar vivencialmente lo que implica innovar y emprender en el mundo real.

¿Cómo puede usted enseñar “ser creativa/o”, a asumir riesgos, a resolver problemas, a tomar decisiones narrando historias, explicando teorías científicas o mostrando vidas ajenas?

Existen prácticas formativas que se aproximan bastante a lo que es la atmósfera empresarial, pero que no profundiza en la creación de un auténtico espíritu emprendedor. Se trata de enfoques limitados en abordajes a través de estudios de casos sobre empresas y empresarios, o simulaciones para la elaborar modelos y planes de negocios.

Los estudiantes, guiados por profesores entrenados para enseñar procedimientos planificación y gestión de negocios, suelen crear “proyecciones” sin bases sólidas, argumentando hipótesis y especulando con variables no contrastadas, o planteando iniciativas comerciales irreales para mercados a los que no conocen.

La abrumadora mayoría de estas “especulaciones intelectuales” finalizan con primera visita a un posible cliente que es quien impone el final de la falsa ilusión. Entonces sobrevienen dos desastres: 1) la creencia que uno no puede emprender, y 2) que ha fracaso la educación emprendedora.

Ni lo uno, ni lo otro. Lo que ocurre es que la educación para formar gestores de negocios difiere mucho de lo que es la “educación emprendedora”.

Mostrar cómo se comportan los emprendedores y explicar cómo se gestiona una empresa no es suficiente para forjar el “espíritu emprendedor” de los estudiantes y, en consecuencia, que ellos deseen innovar y emprender investigando por propia iniciativa cómo es la realidad, qué hay en ella que resulta una oportunidad y qué decisiones tomar para convertirla en una empresa a la que quizás deban gestionar otros socios y/o empleados con mejores aptitudes empresariales que actitudes emprendedoras.

Las Universidades con incubadoras de empresas, donde los estudiantes tiene laboratorios en los que pueden diseñar y ensayar con prototipos de sus ideas y en los que tengan consultoría especializada para diseñar y ejercitar diferentes estrategias para aproximarse a sus potenciales clientes son un “diseño instruccional” más aproximado a la realidad sobre cómo los empresarios del mundo real maduran sus negocios; pero éstos procesos de aprendizaje toman tiempo, incluso años. Se trata de un proceso de aprendizaje mucho más largo, costoso y complejo que un curso de un semestre.

Los oradores invitados pueden servir como animadores, ya que comparten sus éxitos y fracasos, pero en mi opinión no hay ningún beneficio real para los estudiantes más que servir como fuente de inspiración.

Las prácticas en las empresas funcionan muy bien en teoría, pero la realidad es que a menudo los estudiantes son relegados a desempeñar actividades de baja categoría sin acceso a la ventana desde donde aprender y comprender el verdadero funcionamiento interno de los negocios y sus procesos de toma de decisiones.

Las empresas reales son escenarios bastantes caóticos, en donde intervienen demasiadas variables en movimiento simultáneo, muchas veces asincrónicos entre sí, como para poder anticiparlos adecuadamente en cualquier plan de negocio estático escrito por un estudiante al que se le suministra “teoría”.

Esta es la razón por la que utilizar juegos de simulación con ordenadores resultaron recursos didácticos empresariales atractivos, pero mi duda es si siguen siendo útiles para desarrollar comportamientos de naturaleza “emprendedora”.

Aprender a través del juego es un cambio de paradigma en las escuelas de negocios que comenzamos a ver a mediados de la década de los ’90. Los juegos de simulación por ordenador han ido ganado prestigio entre los estudiantes más jóvenes que, siendo una generación con una prolongada exposición prolongada a los videojuegos, son particularmente más y mejor receptivos a las plataformas de aprendizaje digitales.
Empleando tácticas de gamificación los resultados de la enseñanza demuestran ser más significativos, porque las experiencias son más divertidas y estimulantes.

Al contrario de lo que ocurre en la vida real, donde suelen producirse consecuencias dolorosas para las decisiones mal tomadas, los juegos de simulación por ordenador permiten a los estudiantes crear y dirigir una empresa, probando opciones para cada desafío y ensayando respuestas para cada contratiempo a lo sumo dándole a la tecla “[Esc]”.

Como con un arcade, se pueden dar saltos sobre los obstáculos con la tecla [Esc] y cosechar recompensas. Todo en un entorno muy dinámico, bien ambientado con sonidos y diseños gráficos espectaculares, capaces de cambiar rápidamente completamente… con “riego cero”.

Aunque todo parece ser “más divertido” y la tecla [Esc] puede ser atractiva ante el desastre, el verdadero objetivo de entrenar estudiantes para que se “comporten como empresarios” es imaginar el peor de los casos para evaluar el riesgo real.

Lo que la mayoría de los estudiantes no entienden, cuando juegan con decisiones de empresas, es que los buenos empresarios tratan de minimizar el riesgo: aun siendo muy optimistas, los empresarios primero consideramos que todas nuestras iniciativas que pueden salir mal y luego tratamos de compensar estas posibilidades con ideas para aplicar evitando problemas y corrigiendo errores. No tenemos una tecla [Esc], creamos planes alternativos o tenemos experiencias aprendidas en la realidad para poder aplicar soluciones a los avatares de la realidad.

Los empresarios prosperan en el caos

Para facilitar que se forjen auténticos espíritus emprendedores, quizás resulte mejor la práctica de un “deporte extremo” que estudiar la biografía de Steve Jobs o las estrategias de Bill Gates.

En los “deportes extremos” la evaluación de los riesgos que se van a enfrentar es un acto de malabarismo procurando encontrar respuestas rápidas sobre desafíos que pueden acarrear consecuencias de vida o muerte si se optan decisiones equivocadas. Es estimulante y aterrador al mismo tiempo y es, exactamente, el mismo tipo de respuesta visceral que los empresarios se enfrentan día a día.

Los empresarios prosperan en el caos. Disfrutan frente a los retos de un entorno en constante cambio con las piezas que se mueven rápidamente. Su liderazgo se prueba y se perfecciona por los errores que cometen y las lecciones que aprenden de sus fracasos. La práctica de esas lecciones y tomar esas decisiones en las simulaciones de juego de juego de hacer esos fracasos inevitables libre de riesgos.

La forma de la vieja escuela para enseñar a ser empresario es incapaz de ofrecer la riqueza del “deporte de riesgo” con el “riesgo controlado” para transformarlo en un “riesgo comprendido”.


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