Tal como están planteadas las reglas del juego político electoral y dado el papel que desempeñan los medios, hemos caído –electorado y partidos políticos- en el terreno de la “democracia mediática”, también conocida como mediocracia. La información política que transmiten los partidos a través de los medios, genuflexa ante la lógica del negocio del mundo del espectáculo, se encuentra bajo el dominio de la denominada “democracia del espectáculo”. Y cuando el foro de discusión y el consenso político prácticamente se construyen a partir del uso y abuso de los sondeos, quedamos a merced de la “democracia de opinión”. De acuerdo al estudio realizado por el Ivad, la intención de voto a favor de Chávez creció 7,1% de abril a octubre 2011. Mientras que un reciente sondeo de opinión de Keller y Asociados sobre las Primarias y Presidenciales de 2012, arroja que más de 50% de los encuestados considera que la delincuencia, el costo de la vida, el narcotráfico, la corrupción y el desempleo “han empeorado”, pero disminuye la percepción negativa en los temas de vivienda, economía y pobreza. Es indudable que el ejercicio de la política depende en gran medida de los medios, en especial de la televisión que impone su lógica, y aporta su magia, la cual paradójicamente dota de visibilidad y existencia real a los actores políticos. La visibilidad mediática ambigua y ambivalente, se convierte en un arma de doble filo cuando pretende una mirada imparcial y equilibrada de la realidad. En el mismo acto de mostrar, la mirada de los medios es profundamente política. Y a su vez, la información política que transmiten los partidos a través de los medios hace concesiones y claudica ante el enfoque y la lógica mediática. ¿Cómo conciliar ambos enfoques? Bajo el imperio de la democracia de opinión, las propuestas, los eslóganes, la puesta en escena de los partidos políticos y cada movimiento que realizan en el terreno electoral, distancian y generan una profunda desconexión de la realidad. Así, atrapados cual moscas en una suerte de tela de araña tejida por las perversiones democráticas –mediática, de opinión y del espectáculo- asistimos a un constante espectáculo de la política, medido mes a mes por las encuestadoras que nutren tanto a empresas mediáticas como a partidos políticos y, por supuesto, a la ciudadanía.