El programa de Tinelli, que fue lo más visto del año, es cada vez más un vulgar circo mediático basado en los escándalos reales y/o armados. El ciclo de Canal 7, por otra parte, marcó el paso del supuesto “periodismo objetivo” al periodismo con posición.
Por Emanuel Respighi- Página 12
Fueron las dos caras –antagónicas, por cierto– de una misma pantalla. Los dos polos de atracción que signaron la televisión argentina de 2010, en una temporada que se caracterizó por los contrastes de estas dos propuestas que acapararon horas enteras del aire, a través de “programas sucursales” que funcionaron como propagadores infatigables de sus contenidos. Los que se convirtieron en tema de debate obligado en el tiempo muerto del trabajo, en la sobremesa familiar o en cualquier otro ámbito en el que dos o más personas dispusieran de tiempo para charlar. Por un lado, un ShowMatch cada vez más convertido en un vulgar circo mediático al que sólo le quedan los escándalos –reales y/o armados– para mantenerse como el programa más visto de la TV argentina (tanto en audiencia como en horas que otros programas le dedican al ciclo de Marcelo Tinelli). En el otro extremo, 6, 7, 8 revolucionó el periodismo televisivo desmantelando discursos y posiciones mediático-políticas, convirtiéndose en la llave de un derrotero que pasó del supuesto “periodismo objetivo” al periodismo con posición. Claramente, fueron los dos programas que marcaron a fuego la TV de 2010, transformada ya definitivamente en un sistema cerrado de espejos y reflejos de ella misma.
La temporada que culmina no será recordada como una de las más prósperas en términos de calidad e innovación para la pantalla chica. El interés artístico, la búsqueda de nuevos lenguajes y la pretensión de originalidad fueron cediendo lugar ante el avance de los programas de archivo y la idea cada vez más extendida entre los programadores y productores de que los escándalos y los chimentos del mundo del “espectáculo” son los dos ejes temáticos que los televidentes quieren ver. En ese contexto, la TV volvió a priorizar la fórmula fácil y se resignó a correr detrás de ShowMatch como nunca antes lo había hecho. Como consecuencia, la ficción se llevó la peor parte: hubo pocas propuestas del género, a las cuales no sólo el público no acompañó sino que, en muchos casos, tampoco lo hicieron los programadores, que decidieron levantarlas abruptamente (Caín & Abel, Secretos de amor) o modificaron el horario de sus emisiones (Alguien que me quiera).
La tinellización de la TV
Debe tratarse de un hecho iné-dito para la historia de la televisión mundial, porque no debe existir otra industria televisiva que base su programación alrededor de un único programa. La pantalla chica de 2010 vivió a la sombra de ShowMatch, convertido ya en un programa obsceno que antepone a cualquier atisbo de criterio artístico, ético y moral su irrefrenable saciedad de rating. Con la cobertura del “gran show”, la creación de Marcelo Tinelli ya ni siquiera trata de ocultar su única pretensión de generar disputas y conflictos entre los participantes de un supuesto concurso de baile, para exponer durante varias horas diarias toda clase de miserias humanas (basta saber que cuando Baila Argentina no funcionó en audiencia, el reality federal fue abandonado a su suerte). Todo con el aval de un maquiavélico Tinelli, que detrás de su cara de sorprendido y desconcertado por lo que ocurre en el programa esconde la mente de quien digita cada cosa que pasa y no pone límite alguno con tal de hipnotizar televidentes.
Este año, el contenido de ShowMatch alimentó casi 24 horas diarias de TV entre sus derivados (Este es el show, Sábado show, Intrusos, Viviana Canosa, Infama, AM, Mañaneras, Demoliendo teles, RSM, etcétera), siendo tema de seguimiento obligado por ciclos periodísticos, de entretenimientos y de chimentos de los diferentes canales de aire privados. Los 30 puntos de rating diarios de ShowMatch hicieron que nadie pudiese –o no quisiese– evitar referirse al programa más visto de la TV desde hace dos décadas. Esa exposición continua de culos y tetas, chistes de mal gusto y discusiones vulgares entre los participantes hicieron que en este 2010 que se va Tinelli cumpliera el sueño de tener un canal propio. Sólo que no tuvo una única frecuencia sino que su “programación” se coló a toda hora en cualquiera de los cuatro canales de aire privados, donde hasta El Trece (Este es el show) y Telefe (Zapping diario) se resignaron e incluyeron en sus grillas diarias programas que se hacen eco de los conflictos televisivos, en una fina separación con los programas de chimentos.
El bombardeo mediático de ShowMatch, entonces, digitó buena parte del consumo televisivo de 2010. Las discusiones de poca monta y mal gusto entre Ricardo Fort, Graciela Alfano, Aníbal Pachano y las hermanas Escudero fueron la comidilla de una industria que se rindió a los pies de un ciclo para el que el baile sirve de excusa para mostrar lo peor de la condición humana. ¡Si hasta hubo dos galas en las que de tanta discusión sin sentido pero cargadas de insultos los participantes no llegaron a bailar! Así, el estudio caliente de ShowMatch se erigió como una suerte de ágora pública para que su fauna disertara sobre el HIV o la violencia de género con la misma liviandad con la que discuten la calificación de un baile, sin considerar que todos ellos –lamentablemente– se convirtieron en modelos sociales a partir de su sobreexposición mediática.
Basta cotejar la escasa audiencia que ficciones como Alguien que me quiera, Botineras, Contra las cuerdas y la recientemente levantada Caín & Abel cosecharon diariamente en el prime time durante este año para tomar conciencia de que la tinellización de la televisión consolidó un registro que determina las preferencias de la audiencia. En este momento de la TV, la disposición de los televidentes a seguir en el tiempo historias que requieren de cierta complejidad, y con un tratamiento alejado a la industria del efecto en continuado, parece no ser la de hace algunos años, cuando las ficciones competían entre sí para ser el programa más visto. El abrupto final por bajo rating de Caín & Abel, una telenovela de historia densa, con actuaciones brillantes, visual y musicalmente atractiva, es una señal de alerta sobre el estado de la televisión. Tinelli y una industria que funcionó bajo su sombra lo hicieron.
En este panorama, es coherente que la ficción más vista del año haya sido Malparida. Luego de que Alguien que me quiera no funcionara como se esperaba y dejara el horario de las 21.30 para pasar a emitirse a las 19, el “Plan B” diseñado por Adrián Suar para reemplazar al éxito de Valientes tuvo la sensibilidad de captar las preferencias de un público adormecido y programar un culebrón hecho y derecho. Con una historia de entretenimiento básico, que no le genera al televidente reflexión ni identificación alguna, y con el protagónico de una Juana Viale que deshonra con su actuación a grandes intérpretes del género, Malparida promedió los 22 puntos diarios y satisfizo las necesidades de El Trece, que está a punto de ganar el año en el rating.
Planillas aparte, lo mejor de la ficción estuvo dado por los unitarios. El Bicentenario del comienzo del proceso independentista del país sirvió como plataforma para que la pantalla chica recuperara uno de los géneros que había dejado en el olvido: el de la ficción histórica. A través del ciclo Lo que el Tiempo nos Dejó, la producción de Underground para Telefe contó momentos y hechos de la historia argentina del siglo XX en seis telefilms irreprochables desde los rubros técnicos (la ambientación de época, el vestuario y la fotografía estuvieron a la altura de las circunstancias), amén de algunos maniqueísmos en el guión, tal vez propios de la dificultad que representa plasmar historias complejas en 40 minutos. La otra propuesta interesante del año fue Para vestir santos, el unitario que Pol-ka realiza para El Trece (culmina el miércoles, a las 22.45), que no sólo volvió a poner en pantalla las credenciales de la productora en el género, sino que además se animó a jugar con el musical dentro de su estructura dramática, sin perder encanto.
Aunque se haya estrenado en 2009, la finalización de Ciega a citas a finales de mayo requiere de un comentario especial. La comedia de Rosstoc con la que Canal 7 volvió a incluir en su programación la ficción nacional demostró que una historia bien contada y actuada, en la que cada engranaje se pone al servicio del producto, puede atraer a un público no habituado a sintonizar la emisora estatal. Nominada al Emmy Internacional, la telenovela surgida de un blog supo armonizar el mundo de Internet y el de la TV en su propuesta, con una coherencia en su armado que culminó con un especial acorde con su origen, en el que el público votó al mejor de los tres finales posibles para la historia protagonizada por Muriel Santa Ana y Rafael Ferro. Es justo señalar que, en contrapartida, la segunda temporada de Todos contra Juan no le dio tantas alegrías a la productora de Gastón Pauls, que a mediados de año cerró sus puertas por una supuesta estafa del socio Alejandro Suaya.
Periodismo sin maquillaje
Envuelto en la contienda político-mediática que asomó su potencialidad en el debate sobre la Resolución 125, y que terminó de hacer eclosión a partir de la decisión del Gobierno de enviar al Congreso la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, actualmente en vigencia, el periodismo televisivo atravesó en 2010 una etapa en la que las máscaras de las que se valían muchos periodistas y medios se fueron cayendo en la misma proporción que lo hacía su credibilidad. Si hasta no hace mucho para que algo fuera verdad debía salir en la TV, en la actualidad los televidentes han aprendido que el periodismo objetivo, independiente, no existe como entidad pura, impermeable a pensamientos e intereses políticos, sociales, económicos y/o culturales. Este fue el año en el que, por convicciones propias o por intereses empresariales, al periodismo televisivo no le quedó otra que proceder a cara descubierta.
El programa que metió el dedo en la llaga y revolucionó el medio fue 6, 7, 8, que aunque está al aire desde 2009 fue en este año cuando consolidó desde la pantalla estatal su lugar de “tema de conversación en la opinión pública”, multiplicando su mensaje a través del regreso de Duro de domar y de TVR, ciclos también producidos por PPT. Con una línea editorial abierta y orgullosamente oficialista, 6, 7, 8 puso negro sobre blanco sobre quién es quién en el periodismo actual, analizando el discurso mediático que se propaga ante cada tema de interés. El programa conducido por Luciano Galende asume hoy un protagonismo vital y activo dentro de la política, que incluso trasciende los límites televisivos (sus fieles seguidores han llegado a organizar manifestaciones públicas por diferentes causas). Valiéndose de material de archivo e invitados afines a su línea editorial, 6, 7, 8 abrió la posibilidad de que haya un debate periodístico-político en la TV argentina que no se da puertas adentro, sino intracanales o intraprogramas. Por eso es un programa que marcó un antes y un después dentro del género televisivo.
Acorde con la TV del efecto continuo que se consolidó en estos últimos años, abundan en el medio programas como Calles salvajes, GPS o Policías en acción, ciclos “periodísticos” que –al igual que Tinelli– se nutren de las miserias de la vida cotidiana de los más necesitados sin espacio para el análisis, con la sola finalidad de mostrar imágenes de alto impacto. Que en este escenario, en el que desde los noticieros o algunos periodísticos se elige retratar lo peor, haya un espacio como 6, 7, 8 para reflexionar sobre diversas temáticas de interés social –más allá de la posición política a la que se adhiera– no es poco. El arribo a Canal 9 de Bajada de línea, con la credibilidad, coherencia y trayectoria de Víctor Hugo Morales sumó al periodismo televisivo a un interlocutor válido desde el punto de vista de la honestidad intelectual desde la que dice lo que piensa.
En la era del periodismo subjetivo explícito, los programas de archivo que otrora buscaban furcios e inocuos errores hoy son el espacio elegido por las emisoras para reafimar su posición sobre algún tema o desacreditar al otro. Cada uno con su estilo, con mayor o menor grado de exposición de su línea editorial, TVR, Zapping y Demoliendo teles funcionan como brazos mediáticos armados de una idea política o de una idea empresarial. Si anteriormente el valor de un programa del género descansaba en el nivel de hallazgos televisivos que retransmitía, mostrando aquello que se escapaba a los ojos de los televidentes, ahora su sentido de ser pasa exclusivamente por ser difusores acríticos de programas de la casa, o de propagadores críticos de ciclos ajenos.
Entre la TV basura a toda hora y el fin del supuesto periodismo objetivo, entre la persecución de rating como único parámetro válido para decidir la suerte de un ciclo y la autorreferencialidad como caja de resonancia siempre a mano, la TV de 2010 termina con la esperanza de que el próximo año la pantalla chica apueste a propuestas diversas y originales. Por un 2011 en el que vuelva a primar en la TV el criterio artístico... ¡Salud!