Revista Cultura y Ocio
Al principio me daba vergüenza. Tenía la sensación de que, al ir sola, todo el mundo me estaba observando, y que pensaban mírala, ahí sola, no tiene a nadie que la acompañe. Yo me quedaba el tiempo imprescindible, encargaba lo mínimo y comía deprisa, como si estuviera cometiendo un pecado pequeño, feo e insignificante, ridículo de tan poca cosa.
Lo pienso ahora y me entra una ternura grande. Tonta. Te daba vergüenza ir sola a un restaurante. Te sabía mal pedirte un primero, un segundo y unos postres, y te ponías triste al pensar que no había nadie al otro lado con quien conversar. Y dilo, creías que no valía la pena tanto dispendio, que con pedirte un segundo ya era suficiente, total, para qué, si estás sola.
Ayer me fui a un Buenas Migas y pedí de primero una ensalada de atún, patata, medio huevo, tomates cherry, ensalada variada y judías verdes, regada con aceite de albahaca y vinagre de Módena. De segundo una lasaña de verduras que ni sé lo que llevaba, pero todo ecológico y buenísimo. Me di el capricho de acompañar todo esto con una Rosita, y de postres una galleta de chocolate y almendras que se deshacía en la boca. Ni recuerdo en qué pensé, quizás dejé la mente en blanco. He descubierto cómo relaja no estar pendiente de mantener un tema de conversación.
Me quedé un ratito sentada; no tenía prisa, sólo había tres mesas ocupadas, y aproveché la buena luz para avanzar en la lectura de El eco negro, de Michael Connelly. La trama está en un momento interesante: el detective Harry Bosch está a punto de hacer lo que yo ya sabía que acabaría haciendo desde el inicio de la novela. Me gusta adivinar esas cosas. Si en la vida real pasara lo mismo, si pudiéramos prever lo que va a suceder con tanta antelación... pero entonces quizás la vida sería mucho más aburrida. Mejor dejamos la presciencia para la literatura, ¿no?
Después me fui a Oysho y me compré cinco conjuntos de ropa interior monísimos, todos distintos, rosa, azul pálido, fucsia, rojo, anaranjado, con bordados, transparentes, con cintitas, con forma de braguita o coulotte. Me fui de la tienda con ese cosquilleo tan agradable en el cuerpo que sólo tienes cuando te has visto sexy en el espejo, des-vestida con ropa interior chula. Me senté en uno de esos sofás que hay aquí y allá en los centros comerciales, les hice fotos a los conjuntos y se las envié a las amigas. Tras el lógico intercambio de WhatsApps divertidos y procaces durante un buen rato, me preguntaron si iba a estrenarlos Contigo. Les respondí que los había estrenado Conmigo, que es a quien tengo que gustar en primer lugar. Así me gusta, me respondió A., que te seduzcas a ti misma.
Seduciéndome, sí. Qué más da si hay o no hay alguien esperándome en casa o en la habitación 69 de una casita recóndita, dorada y mullida, ronroneando mientras imagina cómo va a deshacerme en su boca, igual que lo hace el chocolate si sabes aplicarle la temperatura adecuada.