Sobre el supuesto papel de los genes en la violencia de los afroamericanos y un comentario mío en ese mismo post.
Post scríptum:
Según Nicholas Wade, una mayor predisposición genética a la violencia por parte de los afroamericanos explicaría parcialmente su, en ocasiones, desconfianza y rechazo violento hacia las instituciones económicas modernas. Ahora bien, tanto si la influencia de los genes resultara ser estadísticamente significativa como si no, de ello no se deduciría necesariamente ninguna "alerta social justificada", como dice Santiago, ni tampoco que hubiera que reforzar "las actividades educativas contra la violencia en escuelas públicas de poblaciones mayoritariamente afroamericanas", y ello por una buena razón, o eso creo: ¿y si su violencia, como la de las clases desfavorecidas o la del pueblo gitano, fuera la consecuencia de una causa legítima aunque no deliberada, los últimos estertores de un antiguo rechazo al Sistema al que ya pocos se atreven a cuestionar seriamente, la consecuencia de siglos lidiando con la gran violencia, esa que llamamos estructural? ¿Y si la tesis de Wade, en lugar de estar noblemente motivada por la lucha contra el crimen, estuviese inconscientemente motivada por intereses de clase y de raza, habida cuenta de su conocida afinidad por el sistema capitalista, la democracia liberal, la cultura euroamericana y las poblaciones caucásicas? Santiago aconseja que "dejemos la política a los políticos (...) y la ciencia a los científicos", lo cual, aparte de matizable, plantea otro interrogante: ¿y si Wade, que por cierto no es científico ni filósofo de la ciencia sino periodista, no solo estuviera divulgando buena ciencia sino también y sobre todo mala política? Aun en el caso de que algunas poblaciones fuesen genéticamente más propensas a la violencia que otras -dudoso aún, pero si resultase correcto, ¿por qué no aceptarlo?-, de ello no se deduciría ni que fuera la causa más importante de su comportamiento violento ni que este debiera ser erradicado sin más, como en Un mundo feliz.
While warning us to avoid filtering science through politics, he draws heavily from conservative historians who minimize the roles played by political power, geographic advantage, momentum, disease and dumb luck. Conveniently, this leaves more historical questions for genetics to answer. And despite his protests to the contrary, Wade often sounds as if he sees the rise of the West as a sort of stable endpoint of human history and evolution — as if, having considered 5,000 years in which history has successively blessed the Middle East, the Far East and the Ottoman Empire, he observes the West’s current run of glory and thinks the pendulum has stilled. If Wade could point to genes that give races distinctive social behaviors, we might overlook such shortcomings. But he cannot.David Dobbs, 2014.
Una crítica similar aunque algo más desarrollada puede leerse aquí.