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La tentación del misterio

Por Carolus @n_maquiavelo

La tentación del misterio


El deseo de saber, y también el miedo a saber, pueden explicar la atracción que el misterio ejerce sobre nosotros.


"Nos hace leer y nos hace vivir. Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio”, escribe en un poema Luis Cernuda.

La tentación del misterio

La tentación del misterio

El misterio empieza atrayéndonos por el sonido mismo de la palabra, que ya parece contener una oscuridad invitadora y también el hermetismo de una puerta cerrada que no sabremos cómo abrir.
Originariamente, en su etimología griega, misterio alude no a lo que no se conoce, sino a aquello que debería mantenerse oculto: según la gran Enciclopedia Espasa, que contiene muchos misterios y hasta laberintos y mundos en sus más de cien volúmenes, myein, en griego, significa “cerrar la boca”, que era lo que hacían los iniciados en los cultos secretos, en los rituales óficos o dionisíacos que debían mantenerse rigurosamente escondidos para los extraños.
Para quienes fuimos educados en el sombrío catolicismo franquista, un misterio era algo que no podía ser comprendido por la razón, sino exclusivamente con los ojos cerrados y fervientes de la fe: el más oscuro de todos, el misterio de la Santísima Trinidad. Dios era Uno, y sin embargo, al mismo tiempo, era Trino, y esa palabra tan rara volvía el enigma más insoluble todavía. Que siendo Uno, con mayúsculas, Dios fuera tres Personas, no había mente que pudiera comprenderlo, no ya las nuestras, distraídas e infantiles, sino tampoco, nos decían, las de los más sabios padres de la Iglesia, así que lo más prudente era resignarse al estupor y aceptar que ese misterio, como tantos otros, lo comprenderíamos en el Reino de los Cielos, cuando nos encontráramos, por así decirlo, con la Santísima Trinidad en pleno: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La tentación del misterio

La tentación del misterio

El imán infalible de la palabra “misterio” 


La división con decimales o la raíz cuadrada también eran cosas muy difíciles, pero no misterios, porque, aunque al principio pareciera imposible, no nos haría falta llegar al otro mundo para comprenderlas. Los mejores misterios, en cualquier caso, no estaban en la escuela ni en la iglesia, sino en las películas y en aquellas novelas que con frecuencia ya incluían en el título el imán infalible de esa palabra: “El misterio del cuarto amarillo”, “Los misterios de París”, “La isla misteriosa”.... El misterio nombraba el deseo de saber y también el miedo a saber, la incertidumbre absoluta y la maravilla de una revelación inminente. En las novelas y en las películas había héroes, detectives audaces, que ejercitaban su inteligencia para descifrar el enigma de un crimen o que se aventuraban por corredores a oscuras hasta averiguar lo que a nosotros y a ellos más nos inquietaba, pero también había historias en las que se advertía con severidad del castigo que aguardaba a veces a quien se empeña en saber lo que no debe, empezando por Adán y Eva, que fueron expulsados del Paraíso por probar la fruta del árbol del conocimiento. En los cuentos, una niña, parienta lejana de la mujer de Barbazul, empujaba la puerta de una habitación prohibida, y al hacerlo descubría un atroz panorama de sangre y cabezas cortadas y se condenaba a sí misma a compartir el destino de las víctimas que la precedieron en su curiosidad suicida. Para San Agustín, la curiosidad excesiva era un pecado grave... CONTINUA EN: http://www.elartedelaestrategia.com/mente_la_tentacion_del_misterio.html
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