Mi peculiar teoría de los pasillos tiene dos versiones. Una para profesores, y otra para alumnos.
Hoy le toca a la de los alumnos.
Durante años, mi instituto, como cualquier centro, ha contado con bastantes y diferentes profesores que han usado y le han sacado partido a los pasillos.
Un cruce, unos segundos, un pequeño retraso de uno o dos minutos, puede marcar la diferencia.
La diferencia en la vida de una persona.
Cuando te cruzas en un pasillo con un alumno, en un recreo, al entrar o salir, en una excursión ... y te detienes para escuchar, preguntar, sonreír, bromear, compartir... puedes marcar una diferencia. Puedes dar con el instante o la tecla precisa, o con el momento necesario.
Los momentos precisos o necesarios no se programan, no se preparan, pero tampoco se improvisan. Son producto de una actitud en conjunción con una necesidad.
No estás obligado, igual estás hasta cansado, pero al detenerte a saber, estás abrazando un claro mensaje: me importas.
Siempre me ha gustado seguir hablando con los alumnos cuando he dejado de darles clase. Y para nuestra fortuna, no he sido el único.
Recuerdo una anécdota que me confirmó la validez de mi teoría, que es la teoría de tantos docentes.
Me crucé en una escalera con una alumna a la que ya no daba clase. Transcurría el primer trimestre del curso y la alumna comenzaba 4º de la ESO. Le pregunté, como solía hacer, qué tal le iba. Sinceramente, no lo hice de una manera especial. Una como tantas otras. La alumna me comentó que le iba fatal. Le dije lo que se suele decir en estos casos, nada especial.
Al finalizar el curso, la alumna, junto a su madre, se asomaron a la puerta de la sala de profesores. Les pregunté si deseaban hablar con algún profesor de los que le daban clase. Me dijeron que sí, que deseaban hablar con un profesor, pero no con uno de los que le daban clase, sino que querían hacerlo conmigo.
Me acerqué a hablar con ellas. Me dijeron que venían a enseñarme sus notas y a agradecérmelas y a decirme que me lo debían a mí. Obviamente, les dije que no me debían nada, que eran el resultado de su trabajo. La alumna me dijo entonces, que el día que se había cruzado conmigo estaba pensando abandonar los estudios y que decidió darse una oportunidad.
No cuento esto porque haya hecho nada especial, que no lo hice, sino porque nunca podemos saber cuando unas palabras nuestras pueden llegar en el momento oportuno. Quizás porque como alumno, en más de una ocasión, más de una persona me dijo palabras en el momento oportuno.
Es cierto que en muchas ocasiones decimos cosas que caen en saco roto, pero sólo con una que llegue en el momento oportuno, se puede marcar la diferencia en una vida.
Al margen de eso, el mensaje es evidente: me importas.
Probablemente las palabras no sean lo más importante, sino la actitud.
Revista Educación
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