Se habían citado en una cafetería del centro de Madrid, de esas que se recomiendan en las guías. Ella tomó dos Coca-Colas y el dos cafés. Charlaron sobre sus barrios; ella le habló de sus compañeros de piso, él del recuerdo de su residencia de estudiantes.
Nat mecionó que a la edad de 16 años había intentado hacer una banda sin demasiado éxito. Me propuse ser yo la cantante, creo que por eso no funcionó, así que decidí seguir siendo cantante de ducha, confensó entre risas.
Él siguió la conversación diciendo que le gustaba mucho la guitarra…
Yo tocaba la guitarra, eléctrica claro, añadió Nat.
Mi guitarra es española, decía él, pero más bien está como decoración colgada de la pared. Y esa fue la primera mentira, de esas que se dicen para conquistar a alguien, pero no quita que se atrevió a decirla.
Ella lo dejó pasar, aunque solía ver en los ojos de la gente ese tipo de mentiras.
Ahora, sentada en el coche a mi lado, mirando a través del retrovisor como si fuera una pantalla en la que se reproducía aquella escena que relataba, dijo: recuerdo que también me mintió sobre qué era en el día a día. Ni era lo que decía ni trabajaba en ello. ¡Le habían echado de la carrera! Lo que no es mentira es la cantidad de vino que le has puesto a la salsa.
Y así empezó nuestro primer picnic, con una salsa bien cargada y una tarde de lluvia. De las mentiras de aquel hombre que quiso ocupar el corazón de Nat, os podría contar unas cuantas, pero no adelantemos acontecimientos.

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La teoría del segundo plato (5ª entrega)
Autor:
EstherTê
