Cuando nos hacemos alguna herida más o menos potente todos sabemos que, una de las principales medidas a tomar para evitar graves infecciones es lavar la herida con agua y jabón. Esto, que ahora parece muy obvio, no lo era tanto hasta hace poco más de un siglo, cuando la ciencia descubrió la existencia de las bacterias y su capacidad infecciosa ( ver El bullying que volvió loco un médico por salvar miles de madres con un lavado de manos). Es en esta circunstancia que, si observas que tu herida tiene mala pinta, huele peor y tiene pus, puedes comenzar a preocuparte porque significa que se ha infectado. Aunque claro, si en esa misma herida han comenzado a salirte gusanos, seguro que por tu cabeza rondará que, en Ghana, los negros del ataúd ya están ensayando una coreografía en tu honor. Pues nada más lejos de la realidad porque, el hecho de tener la carne abierta supurante y llena de "simpáticas" larvas de mosca verde meneándose cual adolescentes borrachos dentro de ella, es lo que mejor te puede pasar para curarla. Y sí, da asco. Mucho. Pero aunque cueste el creerlo, funciona. Es lo que se ha dado a llamar como terapia larval.
Primera Guerra Mundial. La carnicería más grande y gratuita que haya visto la Humanidad atiborra de cadáveres y cuerpos desmembrados las trincheras del frente occidental ( ver Passchendaele, la pírrica batalla donde el barro se tragó 40.000 soldados). Los muertos se cuentan por miles cada día que dura la guerra, y los heridos y mutilados se elevan a más del doble. Ello hace que los servicios sanitarios de emergencia de los ejércitos no den abasto a atender a todos los que lo necesitan, dando tiempo a que heridas que, en un primer momento, no eran graves, debido a la humedad, la suciedad, el fango y los insectos se convirtieran en mortales. No obstante, el cirujano ortopédico William S. Baer, documentó el caso de un soldado, con graves fracturas y heridas abiertas que, debido al tiempo que tardó en ser atendido, habían sido infestadas gravemente por larvas pero que, curiosamente, el hombre no tenía ni fiebre, recuperándose de unas heridas que tenían que haber sido mortales de necesidad. ¿Qué había pasado aquí?
Si bien el doctor Baer se dio cuenta de la participación crucial de las larvas de Lucilia sericata (las conocidas moscas verdes que encontrará en cualquier "caca" perruna en verano) e incluso las usó para curar con éxito heridas infectadas, este efecto sanador de las moscas en las heridas infectadas ya se conocía por los médicos -sobre todo militares- desde antiguo. No obstante, el desarrollo de más y mejores antibióticos durante el siglo XX descartó su utilización de forma generalizada, guardándose en el cajón de las curiosidades hasta hace poco, en que se han vuelto a recuperar. Pero...¿cómo puede ayudar a curar una herida un insecto que, de hecho, se está alimentando de nuestra carne muerta? Pues justamente por ello.
En el momento que un ser vivo muere en la naturaleza, los insectos tardan poco en encontrar su cadáver para, o bien alimentarse de él, o bien para que prosperen en él sus crías gracias a la disposición de materia orgánica para su crecimiento. En el caso de las moscas verdes, aprovechan los orificios naturales y las heridas abiertas para poner sus huevos, los cuales eclosionarán entre las 12 y las 24 horas de la puesta y empezarán a dar cuenta del cadáver en que se encuentran. Es en este punto cuando las larvas comienzan a alimentarse de los tejidos muertos a base de segregar una especie de saliva llena de enzimas que disuelven esta materia orgánica para, acto seguido, absorberla y poder aprovecharla para su crecimiento.
La gracia de este proceder es que la larva de mosca solo se alimenta del tejido muerto, dejando el tejido vivo intacto, a la vez que, con su saliva, desinfecta la carne de bacterias que le son potencialmente dañinas (estafilococos y estreptococos, por ejemplo) gracias a la secreción de productos como la alantoína o la urea, entre otros. Esto que, en caso de un cadáver, lo único que hace es que las larvas puedan alimentarse más y mejor conforme se acelera su putrefacción, en el caso de heridas abiertas sobre seres vivos, implica una mejora sustancial del tiempo de cicatrización, habida cuenta que los gusanos, lo único que hacen es mantener la herida limpia a base de eliminar las partes muertas y buena parte de las bacterias que la podrían infectar. Una función que, si bien es útil, el desarrollo de los antibióticos suprimió. No obstante, el abuso de antibióticos por la población ha hecho que los médicos hayan vuelto la mirada de nuevo a esta forma un tanto repelente de curación de heridas infectadas.
Efectivamente, el hecho de que la población haya consumido los antibióticos como si fueran golosinas ha implicado que, en la actualidad, existan algunas cepas de bacterias que se hayan hecho resistentes a su acción biocida. Ello ha provocado que, para tratar algunas heridas infectadas, las dosis de antibióticos que durante años hacían remitir la enfermedad ya no sean suficientes, por lo que, durante los años 90 y primeros años del XXI, se recuperó el antiguo uso de las larvas de mosca verde como remedio para cerrar úlceras infectadas refractarias a los antibióticos. ¿Tal vez no le hace gracia tener gusanos en su cuerpo? Tranquilos, que los suministran (convenientemente esterilizados) en bolsitas opacas para tenerlos como emplastos y, aparte del cosquilleo de tener algo que se mueve en una herida abierta, son de total eficacia.
En definitiva, que la naturaleza tiene golpes ocultos que, a pesar de los prejuicios higiénicos y la lógica cultural que tantas veces ha salvado a la especie durante la historia, en realidad, no hace más que poner en evidencia lo poco que sabemos sobre nuestro cuerpo y su interacción de millones de años con el resto de la biosfera ( ver La milagrosa medicina llamada trasplante de cacas). Una interacción que, puesta en peligro constante por nuestra inconsciencia y ruindad, acabará por pasarnos una larga, dolorosa e infectada factura que no habrá terapia larval que arregle.