Revista Opinión

La tercera insurrección

Publicado el 13 septiembre 2019 por Carlosgu82

Durante el siglo XX  se produjeron enormes avances científicos, tecnológicos y también sociales a nivel mundial. Especialmente a partir de la segunda mitad, tendrían lugar las que podríamos considerar como las dos revoluciones éticas más importantes en la Historia de la Humanidad: la lucha contra la segregación racial y la reivindicación de la equidad para las mujeres. Si bien habían empezado mucho tiempo atrás, es en estos años cuando alcanzarán su máximo apogeo.

Ambas se basan en romper el prejuicio social ampliamente extendido de la discriminación, de considerar como inferiores a otras personas por pertenecer a una raza o sexo determinados. Así arranca el movimiento de reivindicación de los derechos civiles.

El 1 de diciembre de 1955, una mujer negra, Rosa Parks, se niega a ceder su asiento a un hombre blanco en un autobús de Alabama, en Los Estados Unidos. Este hecho la llevaría a la cárcel pero también marcaría el inicio de la batalla contra la segregación racial que poco a poco logró romper el consenso social que admitía como normal la discriminación en función de la raza.

Otro tanto ocurrió con la lucha feminista cuando grupos de mujeres empezaron a exigir que las leyes y prácticas sociales que las discriminaban debían ser eliminadas. A base de diversas acciones, protestas, huelgas, etc., lograron que la mayoría social rechazara la, hasta entonces considerada como natural, inferioridad  femenina.

Hay una tercera discriminación que se ha naturalizado a lo largo de la Historia de la Humanidad: la discriminación en función de la especie.

Tradicionalmente, los demás animales han sido considerados como inferiores, únicamente valorados por el beneficio que el ser humano podía obtener de ellos: alimentación, vestimenta, entretenimiento, cosmética… Son muchos los ámbitos en los que son utilizados.

Cualquier persona que conviva con un animal como un perro o un gato, puede ver, sin la menor duda,  que son capaces de expresar emociones como alegría o pena, emociones que comparten con las personas. Sin embargo, se establece una diferencia arbitraria entre estos animales, que son miembros de nuestra familia y esos “otros” que son explotados sin la menor misericordia.

Existen innumerables estudios y documentales que nos muestran cómo es la vida de los  demás animales en su hábitat natural: focas, delfines, aves, insectos… Aprendemos, de este modo, que compartimos sentimientos básicos de comportamiento cooperativo o de cuidado de la prole, que ellos también tienen interés por vivir  y por disfrutar de sus vidas.

Esta información ha tenido como consecuencia que muchas personas rechacen el uso de las pieles para vestir;  los espectáculos, en los que se les obliga a desarrollar comportamientos aberrantes al igual que ocurre en lugares de confinamiento como zoos o circos; o su uso en terribles experimentos para la industria cosmética. De este modo y poco a poco, se está extendiendo la tercera insurrección ética: la lucha contra la discriminación por especie.

En la práctica, esta lucha se traduce en el principio ético del veganismo, es decir, el rechazo del uso de los demás animales en cualquier aspecto de nuestras vidas.

Considerar que los demás animales no deben ser utilizados por el ser humano no es algo novedoso. Personajes como Pitágoras, Leonardo da Vinci o León Tolstoi ya abogaban por su derecho a vivir libre y dignamente. Pero será hacia el final del siglo XX y particularmente, durante el siglo XXI cuando podemos hablar de una verdadera revolución, de una fractura en el consenso social sobre explotar a los demás animales.

En la reivindicación por los Derechos Animales, hay aspectos particularmente polémicos como puedan ser la experimentación médica o la alimentación.

En el caso de la experimentación médica por considerarla como inevitable. Sin embargo, los últimos avances tecnológicos y científicos nos muestran que esa afirmación no es cierta, que existen métodos alternativos éticos y fiables que no necesitan servirse de los demás animales.

Son muchos los investigadores que trabajan en la búsqueda y desarrollo de estrategias y métodos alternativos a la experimentación animal, que, aunque suponen una inversión inicial fuerte, son más fiables y más rentables a medio plazo para la salud.  Estos son algunos de ellos:

– Utilización de organismos como bacterias o protozoos.

– Métodos In vitro.

– Órganos reconstituidos.

– Cultivos celulares. De hecho,  la reconstrucción in vitro de tejidos humanos de piel y córnea es la piedra angular  del nuevo centro de investigación aplicada inaugurado en Gerland, cerca de Lyon (Francia). Su objetivo es predecir la seguridad y eficacia de ingredientes y productos terminados con mayor rapidez y certeza que con los métodos clásicos.

– Placenta humana (que suele desecharse).

– Estudios en seres humanos: voluntarios, epidemiológicos, vigilancia.

– Pruebas de toxicidad celular, recomendado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo en sustitución del DL50 (Dosis Letal 50: consiste en determinar la dosis de un fármaco que provoca la muerte del 50% de los animales utilizados en el estudio).

– Modelos en enseñanza y formación: Modelos mecánicos, sistemas audiovisuales y simulaciones por ordenador y de realidad virtual.

Como manifiestan Alan Goldberg y John Frazier del Centro de Opciones Alternativas dependiente de la Universidad John Hopkins, que son un ejemplo de los miles de científicos y médicos contrarios a la experimentación en animales, “Con el tiempo, las pruebas in vitro [que no utilizan animales] se irán asentando y terminarán por desempeñar un papel decisivo en los procesos de análisis de la seguridad.”

Y así llegamos a  la alimentación, probablemente, el aspecto más controvertido en el campo de los Derechos Animales. Nos resulta relativamente fácil empatizar con animales como delfines, osos o toros pero mucho más difícil hacerlo con los animales considerados tradicionalmente  como “de consumo”, como corderos, terneras, cerdos o pollos.  Aprendimos que era inevitable para poder conseguir una dieta sana, completa y equilibrada, que era una cuestión de mera supervivencia.

Basta una rápida búsqueda por internet para constatar la falsedad de esta creencia, pues es perfectamente posible adoptar una dieta  libre de cualquier producto de origen animal sin el menor riesgo para nuestra salud en cualquier etapa de la vida.

Sin duda y a tenor de todo lo expuesto, no solo podemos prescindir de usar a los demás animales sino que lo correcto es considerarlos como “alguien” y no como “algo”. Pero si se trata de dejar de ejercer una práctica habitual ¿Por qué considerar los Derechos Animales como una verdadera insurrección?

Porque supone un cambio radical en nuestro modelo social, particularmente en la educación de los más pequeños. Cualquier persona recriminaría a un niño si estuviese dañando a un perro o a un gatito porque lo correcto es enseñarles bondad y empatía; sin embargo, no hay problema en matar a una ternera para comer o en mantener a un oso cautivo en un zoo. En realidad, con este mensaje causamos un grave conflicto en sus mentes en formación.

Estamos enseñando algo muy peligroso y es que puede haber excepciones a hacer lo correcto, que debemos ser buenas personas, pero no hay ningún problema en dejar de serlo si se trata de obtener un beneficio personal.

La lucha pro Derechos Animales reivindica una sociedad solidaria, cooperativa, en la que no exista ningún tipo de discriminación, fomentando la capacidad de ponernos en el lugar del otro. No podemos dejar de considerar a los demás animales si pretendemos un mundo justo, no son objetos ni están a nuestra disposición, son nuestros compañeros de viaje.


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