Revista Opinión
Siempre he escuchado en distintos foros de opinión que en lo relativo a la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, ésta sería una guerra económica. A la vista del escenario actual de crisis global, ¿podríamos aventurarnos a decir que estaríamos en un escenario de cierto conflicto económico?
En nuestro país las características de la crisis están bien definidas: déficit público intolerable por las instituciones económicas europeas y necesidad de reducirlo a toda costa, amenaza continua de la prima de riesgo que se traduce por mercados financieros especuladores atacando la deuda soberana tanto de España como de los países con más vulnerabilidad, agencias de rating rebajando asiduamente de calificación las deudas, imposibilidad de que el crédito bancario (savia del mercado económico) impida fluir a empresas y particulares al necesitarse una reestructuración de bancos y cajas, consecuencia del cierre continuo de pymes (auténtico motor de las economías familiares) implicando a su vez destrucción de empleo neto a pasos agigantados... y un largo etcétera que acentúa los niveles de recesión y depresión económica e impide ver el final del túnel. Pero aplicando esto a nivel mundial, con las peculiaridades que cada país posea en relación con la crisis, ¿podría adquirir la actual situación económica el cariz de guerra en su sentido más amplio?
Cierto es que indicadores económicos como la prima de riesgo al elevarse (capacidad que tiene un país soberano para devolver el dinero que le han prestado en el mercado financiero exterior para financiar su deuda) provocan daños en las economías de cualquier país, merman sus niveles de confianza y solvencia financiera de cara al exterior, y en general la situación económica se recrudece. Léase en nuevas subidas de impuestos de cualquier tipo, más desempleo o incapacidad de generar riqueza (crecimiento económico). Pero la finalidad clásica de toda contienda ha sido siempre la de destruir físicamente al enemigo. Obviamente, por mucho daño que se le haga a un país mediante cifras, indicadores y variables económicas, no se acaba completamente con él. Le hará mucho más dificultosa la existencia y la capacidad para recuperarse, pero nada más. En una guerra económica o incluso informática, como se ha llegado a aventurar que podría ser la Tercera, el concepto baja no existe.
Ignoro hasta qué punto el mundo podría degenerar en una catastrófica y nunca deseada "conflagración" mundial a nivel económico (ni si estaremos inmersos ya en ella). Lo cierto es que en el escenario global al que pertenecemos estamos asistiendo a una progresiva pérdida de hegemonía político-económica occidental en beneficio de una emergente y ascendente economía oriental (Rusia, China, India, sudeste asiático...) con capacidad organizativa del trabajo más eficiente, unos costes de producción y laborales más baratos y una mayor competitividad en los mercados internacionales. La historia nos muestra que ninguna pérdida de hegemonía se ha realizado sin intervenciones militares. El ejemplo que nos dan las dos guerras mundiales es que estallaron por cuestiones políticas de carácter imperialista, un patriotismo exacerbado, generado en ambas ocasiones por los imperios centrales europeos encabezados por Alemania. Hoy en día también sufrimos la lacra del terrorismo radical islámico, que amenaza y ataca constantemente los intereses occidentales, elemento de perturbación y desorden mundial que acentúa los recelos entre países islámicos y no islámicos.
En nuestros días, sin el enfrentamiento entre dos bloques de ideas políticas diferentes, el elemento ideológico no sería tan determinante para encender la chispa, como sí lo fue para que casi estallara la Tercera en la crítica crisis de los misiles entre Cuba y EEUU del año 1963, en pleno contexto de Guerra Fría que enfrentaba dos modelos económicos antagónicos e incompatibles, capitalismo y comunismo. El concepto de "mutua destrucción asegurada" que pendía sobre la política de bloques al poder hacerse uso de la energía nuclear en cualquier momento por cada una de las potencias rivales, es un aspecto a tener también muy en cuenta en las presentes alianzas entre países. Sobre todo en aquellas zonas de máxima tensión si las capacidades diplomáticas son ineficaces, como Irán y Corea del Norte, principales amenazas a la hora de alterar el orden y la convivencia por sus continuos desafíos a la comunidad internacional en forma de programas nucleares de carácter nacionalista.
Habría también que ocuparse del asunto demográfico. Asistimos a una coyuntura mundial en la que la población sigue creciendo mientras los recursos energéticos y por extensión económicos, están disminuyendo. Todo ello nos hace pensar en la ley de las proporciones malthusianas, también llamada catástrofe malthusiana, en la que a finales del siglo XVIII el clérigo y economista británico Thomas Malthus aseguró que el crecimiento de la población mundial aumentaba siempre en proporción geométrica frente a los recursos, que aumentaban en proporción aritmética. En el momento en que los recursos alimentarios resultaran insuficientes o incapaces para sostener a la población mundial, se produciría una catástrofe. Antiguamente, la balanza se reequilibraba (qué difícil supone decirlo así) mediante conflictos bélicos, hambrunas, epidemias... Ante la ausencia de estos elementos, la población mundial caería en estados de miseria y pauperización, llegando a provocar su completa extinción como especie humana.
A pesar de lo catastrófico y dramático de la teoría, cada crisis económica mundial parece darle un poco la razón a Malthus (las matemáticas no engañan). Los recursos no son ilimitados, y consumirlos por una población que crece continuamente es mucho más rápido que regenerarlos. Aún es más complejo producirlos en una dura situación de estancamiento económico. Confiamos en que la sociedad mundial sea capaz de adquirir mecanismos de supervivencia ante la situación actual.
Hoy más que nunca se perfilan diferencias acusadas entre naciones y continentes, la eterna cuestión del "intercambio desigual", que tanto afecta a los países subdesarrollados del Tercer y Cuarto Mundos. Y a nivel de estratos sociales, la barrera se hace más grande entre ricos y pobres. No en vano se dice que las crisis económicas enriquecen a pocos y empobrecen a muchos. Debemos reconocer que estamos asistiendo en mayor medida a situaciones de miseria entre la población de países que desde hace años se han considerado ricos y competitivos en producción económica y niveles de PIB. Al menos en nuestro país, una parte de la población que rebusca en cubos de basura o acude a comedores sociales se parece cada vez más a la que Galdós retrataba con un realismo admirable en su novela social Misericordia.