Estamos
acuciados por varias crisis superpuestas en una situación verdaderamente
alarmante por varios rotos en nuestras estructuras sociales.
Asoman
más sus sucios bolsillos la crisis
económica y la política, con los seis millones de parados como blasón de la
primera y la corrupción y el descrédito más ruin
la segunda. Y no sólo los políticos son los culpables, porque no hay corrompidos sin corruptores
ni gobernantes malos sin seguidores con
orejeras. Y tampoco sin cómplices. Sindicatos, empresarios, instituciones y
hasta universidades y medios de comunicación; la sociedad civil en su conjunto
como caldo de cultivo de tanto desmán. ¿Excepciones? Claro que las hay, y en todos
los sectores señalados, lo que ocurre es que deslucen más los oscuros de las
desvergüenzas que las luces de la honestidad.
La crisis original
Pero
no olvidemos que esas crisis son
consecuencia de la previa: la moral, por
una generalizada pérdida de valores tanto en los individuos como en la sociedad.
Desde
que arribaron a las playas de la normalidad las ilusionantes olas que originó
la Transición política, con toda su carga ideológica y de ansias democráticas de millones de españoles de todo signo,
empezó a crecer el becerro de oro
bíblico en torno a la cultura exclusiva del dinero. Y esa enfermedad del
alma, cuando se olvidan los valores que todos sabemos, ha devenido en pandemia
corrompiendo los cimientos de una
sociedad ideal basada en el compromiso,
el esfuerzo, la honestidad, la justicia,
la solidaridad, la igualdad de
oportunidades y en la libertad individual responsable.
Recuerdo
cuando un magnífico profesor nos aclaraba que ganar dinero no era el fin de
ninguna empresa, que eso era como respirar para el ser humano, y que nunca se deberían confundir los objetivos
con los fines. Por poner un ejemplo, cuando las Cajas generalizadamente y
algunos Bancos confundieron ambos
conceptos en estos últimos decenios y sólo miraron la cuenta de resultados como
la Tabla de su Ley, pasó lo que pasó.
Lo
mismo que ocurrió a los partidos políticos que han gobernado el país en
cualquiera de sus épocas y geografías. Cuando olvidaron que sus fines no eran
colocar a los propios en cualquier lugar al sol de los presupuestos generales
del estado o de los propios, engrasados también por aquellos y por diversas
corruptelas demostradas, olvidando que sus objetivos deberían ser aplicar sus
programas ideológicos para alcanzar el fin del mayor bienestar posible de la
sociedad a la que dicen servir, ha pasado lo que pasado.
Igual
se puede decir de sindicatos, instituciones empresariales y de todo tipo, destacadas
empresas, demasiadas personas físicas y muchas organizaciones que forman eso
que se dio en llamar sociedad civil.
Y
en el origen de todo ello está la ciudadanía española en su conjunto, pues todo
el entramado anterior está formado por personas de carne y hueso y no por
arcanos venidos de no se sabe dónde.
La tercera vía
Pero
superar lo anterior sería necesario acometer la verdadera tercera vía como
desencadenante de la regeneración total del país y de sus ciudadanos.
Y
pasaría por un consenso estadista entre
los partidos políticos moderados que hicieran posible los cambios necesarios. En la Constitución para la democrática
separación real de poderes. En las leyes
electorales para que fuera realidad lo de una persona un voto con el mismo
peso final independientemente de dónde se produzca y la implantación de listas
abiertas para que nuestros representantes tuvieran total libertad sin dependencias partidistas que la capan. Eliminación de todo tipo de subvenciones
públicas salvo las destinadas a la asistencia social a los real y
demostrablemente necesitados. Reducción
notable de instituciones públicas ineficaces e ineficientes: senado,
diputaciones, mancomunidades, mini ayuntamientos, empresas y empleados públicos,
etc. Reforma del código penal y otros.
Delimitación clara y definitiva entre
atribuciones autonómicas y estatales. Balance
fiscal anual comprobable de las Autonomías. Establecimiento del mercado
único para todo el territorio nacional y eliminación radical de las miles
de normativas que lo impiden. Y lo mismo
para cualquier expresión nacional formativa,
cultural o lingüística.
Y
una novedad que ya sé que levantará ampollas: reconocimiento explícito para que cualquier parte del territorio
pudiera plantear una cuestión de autodeterminación con todos sus requisitos
y consecuencias – T O D O S Y T
O D A S -, salvaguardando los derechos de quienes no lo quieran: personas,
pueblos, ciudades, etc. Así como borrón
y cuenta nueva y a partir de cero sin el paraguas del Estado, ni de Europa de
momento. De cero para pensiones, sanidad, educación, seguridad, etc. Es decir,
contribuciones anteriores para derechos actuales por inversiones recibidas del
resto del Estado secularmente. Como se diría en el pueblo, lo comido por lo servido. Que ya está bien de
provocaciones con tanto independentismo de salón o criminal con el de
pistola. Y aranceles inmediatos para
todo comercio con esas partes separadas, claro. Teta o sopas, pero dos
chupes no.
Y
tras ese consenso entre los políticos y
su ejecución, un generoso e higiénico pase
a la reserva inmediato de quienes
han colaborado activa o pasivamente en la
debacle.
No
puede ser que España viva instalada en una mentira galopante como algo normal. ¡No señor! Embusteros
ilustres ha habido y los hay en todos
los partidos y demás instituciones públicas, produciendo nauseas desde sus groseros
rostros: teles, periódicos, puertas de cárceles o juzgados y ruedas de prensa;
ahora y antes.
Una segunda Transición
Imaginación, honestidad, valentía, gente
nueva, responsabilidad y libertad al poder. Esa es la única tercera vía que nos llevaría al país deseado mayoritariamente: eficaz, moderno,
serio, responsable, libre y comprometido con el progreso real de todos sus
ciudadanos.
Y no el procurado por toda esta pandilla
de políticos conservadores de todos los colores a derecha e izquierda, en infame coyunda a veces, y de instituciones
retrógradas que han demostrado alevosamente
su ineficacia y maldad subjetiva y objetiva.
¡Puerta
a todo lo malo comprobado y savia nueva! ¿Es
que no habrá quien levante esta bandera desde el sistema? ¿Tendrá que venir
de fuera? Pues mal asunto.