Se miran, se tocan, palpan los mismos vientos que los atesoran. Concentrados están en las mismas ideas, sus sinfonías tararean las notas que los emocionan. Los cactus se alejan y quedan fuera de su alcance, sus espinas se ensartan en todo y en todos pero a ellos no los tocan. Parece un juego de alegorías. Sueña el destino poder contarlos. Trinan los pájaros que no han nacido. Todo es tan bello que sólo vale la estupefacta experiencia de vivir lo irrepetible, de no encontrar palabras, de cruzar el sendero de lo imposible... y descansar en la inconmensurable y diáfana verdad que los ilumina.
Pero se termina y el ciclo nuevamente comienza. La incertidumbre se toma de sus entrañas y así arranca la historia por oscuros túneles que conducen al derrotero de inimaginables infiernos donde los tridentes se clavan en sus memorias. ¿Y cómo olvidar luego lo marcado a fuego? ¿Cómo aprender a llorar cuando el jolgorio y la risotada eran los mantos que lo cubrían todo? Espesa niebla de incertidumbre se disemina, filtrándose por recovecos que nadie conocía. Y allí están ellos dos. Como siempre, pacientes, serenos. Como ajenos a lo malo... y también a lo bueno. Como enjambre que endulzara el éter sin dejar escapar ni una molécula de su relajo. Así son las cosas, como uno las quiere, cuando no se detiene a imaginar otras. Y entonces, se vuelven a mirar, nuevamente se tocan, palpan los mismos vientos que los atesoran. Hasta que advierten que el ciclo los lleva siempre a lo mismo, a lo que quieren. Porque son ellos los que deciden, los que conducen al tiempo y lo adornan de relatos que tintinean de alegría en sus memorias. Hasta que su resplandor oro queda detenido en todos los transcursos, en todo lo perdido. Y ya no vuelve más la incertidumbre y se relajan sus entrañas mientras aquellos oscuros túneles se llenan de su resplandor perenne. ¡Qué odisea descubrir que su historia la llevan dentro! Cuánta satisfacción se lee en sus rostros cuando descubren que todo lo demás eran ilusorios dramas que desaparecen para siempre en el mismo momento en que sus sinfonías tararean las notas que los emocionan. La emoción son ellos y los infiernos se queman en su propia hoguera hasta que las suaves brisas de la verdad dispersan sus cenizas y ya nada queda, más que lo que ellos piensan.