Revista Cultura y Ocio

La ternura en la oración teresiana

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

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Fray Oswaldo Escobar, ocd
Obispo electo de Chalatenango (El Salvador)

Introducción 

Bíblicamente hablando, un atributo divino de larga tradición es el llamar a Dios como “rico en ternura”. De hecho el primer título que aparece en las Escrituras después del éxodo es el siguiente: “Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6). La palabra ternura viene también de la misma raíz de misericordia (rahamin, rehem). Dios se mostrará a lo largo de las Escrituras como el tierno, llegando hasta el Nuevo Testamento y siendo Jesús, el profeta de la ternura de Dios en su predicación y en sus obras. Con justa razón san Pablo dirá: “Dios es testigo de cuanto os quiero a todos, con el afecto entrañable de Cristo Jesús” (Flp 1,8), y sigue exhortando a: “tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo” (Flp 2,5).

En los autores espirituales, experimentar la ternura divina ha sido un tema frecuente. Dentro de la consolación espiritual  la ternura es un tema digno de consideración. El Diccionario de Autoridades, define la ternura o terneza así: “significa también dulzura y suavidad en las palabras o expresiones”. Cuando en la vida espiritual hablamos de ternura tenemos que entender esa experiencia maravillosa de sentir el corazón desbordante de sentimientos de bondad, dulzura y cariño, o como diría Teresa, una dilatación o ensanchamiento del corazón (Cfr. 4M 1,5; 2,5).

En el caso de la doctrina teresiana, la ternura será un sentimiento que se irá apoderando del orante a raíz del trato de amistad frecuente con quien sabemos nos ama (Cfr. V 8,5). La oración teresiana es una oración afectiva, sentida con el corazón. En ese dinamismo, el corazón que muchas veces está duro, frío e indiferente, mediante  la asidua oración (Cfr. V 7,17), va tornándose en “un corazón nuevo” tal y como nos lo recuerda el profeta Ezequiel: “les daré un corazón nuevo, infundiré en sus corazones un espíritu nuevo, quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36,26). El corazón del orante se siente inundado de muchos sentimientos gratos que son producidos por el amor, entre ellos se destaca el de la ternura, pues hace al orante capaz de amar y  de ser amado. La ternura surge así como un fruto sazón de las distintas experiencias oracionales. Teresa a medida que crecía en la oración crecía también en el amor: “yo me veía crecer en amarle muy mucho” (V 29,4), así mismo: “aquí era crecer el amor” (V 29,7). En otra ocasión: “creciendo en mí un amor tan grande de Dios, que no sabía quién me lo ponía, porque era muy sobrenatural, ni yo lo procuraba” (V 29,8). Este crecimiento en el amor será criterio de discernimiento que el mismo Señor le ofrece en sus dudas místicas: “que mirase el amor que se iba aumentando en mí cada día para amarle; que en esto vería no ser demonio” (V 39,24).

Los episodios teresianos en donde encontramos esta ternura como fruto del amor son abundantes, acudiremos a los que nos parecen más significativos. Trataremos de identificar la verdadera ternura, es decir, cuando tiene su origen en lo sobrenatural, pues son a veces difíciles de delimitar con aquella otra que nosotros podemos procurar por nuestra cuenta: “porque no se puede entender si son todos efectos del amor y, cuando sea, es dado de Dios” (4M 1,6), aunque ella dice de sí misma que: “yo sé poco de estas pasiones del alma” (4M 1,5), sin embargo, sabe identificar con precisión  cuando es nacida u originada por el mismo Dios: “porque ninguna cosa parece toca a la sensualidad ni la ternura de nuestra naturaleza” (CV 4,12).

Si vamos a los distintos acontecimientos de su vida, el primer episodio de ternura narrado en su autobiografía está relacionado con su opción vocacional. Con su ingreso a la vida religiosa y su posterior toma de hábito, fue inundada de la consolación espiritual manifestada en la ternura: “en tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle…, a la hora me dio un gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy; y mudo Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura” (V 4,2). Este pensamiento, adquiere importancia singular, pues Teresa era reacia en extremo a pedir consolaciones o gustos espirituales: “suplicar yo me los diese (gustos y regalos) ni ternura de devoción, jamás a ello me atreví”  (V 9,9), significa por tanto, que aquel día la ternura le vino sin ser suplicada ni procurada; su origen era sobrenatural (Cfr. 4M 1,1).

Teresa ha sido testigo de la ternura divina en muchos asuntos de cotidiano vivir. El Señor oportunamente se le mostraba como el “Tierno” por excelencia, haciéndole crecer en el amor en sus episodios místicos. En sus angustias el Señor le salía al encuentro: “con gran ternura y regalo me tornó a decir que no me fatigase” (V 39,24).

Teresa se dio cuenta que en su vida espiritual la ternura era de gran importancia, tanto es así que dedicará un capítulo completo para aclararla: “Trata de la diferencia que hay de contentos y ternura en la oración y de gustos…” (epígrafe de 4M 1). Aclaremos por tanto las distintas ternuras presentes en la vida oracional.

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