En los mejores cursos de creación literaria -que heredan de la larga tradición norteamericana el rigor, además del nombre- suele plantearse como un interesante ejercicio de manejo de la voz narrativa el de describir los primeros momentos del despertar. Con ello se pone a prueba la capacidad del lenguaje para reflejar los muy diversos matices de la percepción, y se permite al ejecutante de la práctica incurrir en todos los errores posibles: desde la cursilería propia de quienes responden a los desafíos por el camino único de la sobreadjetivación al escapismo de los que solventan el compromiso con una leve referencia a cualquier sensación antes de arrancar apresuradamente una trama. Se trata, en todo caso, de un reto delicado para el autor o autora, y uno de esos procesos creativos mucho más difíciles de resolver de lo que finalmente perciben los lectores/as.
"La terrible vía sin nombre" comienza afrontando esa escalada literaria. Valga la alusión deportiva porque nos encontramos ante una novela cuyo contexto es el alpinismo, y que a lo largo de su desarrollo nos ofrece, en efecto, un camino trepidante y escarpado. Ese primer instante que afronta la narradora es un despertar doloroso, el de la caída y la aparente derrota, pero el planteamiento va mucho más allá de la vicisitud física, de modo que la accidentada inicia un viaje emocional a medio camino entre realidad y fantasía que, además de resolver el desafío al que nos hemos referido, consigue que en la novela confluyan paralelamente dos tramas: la del pasado, en el que actúa como observadora, y la de su propio e incierto presente. Porque hubo otros que la precedieron en el intento de conquistar "La terrible vía sin nombre", y "verlos" mediante una clarividencia que nace de la cercanía a la muerte concluye en un valioso aprendizaje sobre la superación, la amistad, el valor y el riesgo. La narradora recibe a una suerte de barquero de Caronte que la guía a través del sueño hacia lo que en otro tiempo fue real, y de paso se lleva consigo a los lectores, que no pueden sino ir pasando las páginas con tanto deleite como inquietud, pensando en cómo terminaría aquel anterior intento de escalada, y en sí la protagonista conseguirá, a su vez, regresar a la vida. Nada de lo cual, por supuesto, debe adelantarse en una reseña...
Novela de varias capas, entretenida y filosófica, aventurera y psicológica, conecta muy bien con la experiencia alpinista como lugar de encuentro del ser humano consigo mismo y la naturaleza. Un tema que no suele ser habitual en la narrativa española, por lo que el mérito de la autora es doble al encarar semejante cuestión con buen bagaje imaginativo y especulativo, y a través de una prosa eficaz que se amolda en cada momento a lo que es preciso: la descripción orográfica, los términos técnicos de la disciplina, el relato fantástico y los diálogos tensos.
Y es que de cualquier experiencia humana pueden extraerse interesantes reflexiones: hay libros que se quedan en la mera superficie de la acción o la intriga, y otros que se adentran en la oscuridad, bucean o escarvan. Los primeros abundan en las mesas de novedades de las librerías y nos son ofrecidos con insistencia; los otros, como éste, son a menudo más secretos, y uno debe salir a su encuentro como quien afronta, en efecto, una jornada de montaña. Así se ha ido escribiendo la buena literatura.
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