CUADERNO DE ROBOS (X)
“No existe eso que se llama sociedad. Existen hombres y mujeres como individuos, y existen familias“. Margaret Thatcher
Tony Judt comienza con esta cita el capítulo XVII de su magistral ‘Posguerra’. Ayer, cuando las reacciones a la muerte de Thatcher se sucedían con la velocidad vertiginosa de Twitter, la red se dividió rápidamente entre el elogio sin fisuras, casi hagiográfico, y el rechazo total. Los críticos de Thatcher eran incluso incapaces de reconocerle un mérito indiscutible: que su victoria en la guerra de Las Malvinas fue el principio del fin de la terrible dictadura de los generalotes argentinos. Mientras los hagiógrafos convertían erróneamente la última gran guerra colonial británica en una lucha entre la democracia y la dictadura – Thatcher no dudó en buscar en esa guerra el apoyo del dictador Pinochet -, los críticos de Thatcher se tiraban indignados de los pelos. Thatcher – ‘dama de hierro’ para sus admiradores, ‘la que te quita la leche‘ (‘Margaret Thatcher Milk Snatcher‘) para sus detractores -, siempre dividió al mundo en dos bandos enfrentados. Y lo volvió a hacer el último día de su vida. Por eso, ayer volví a leer a mi admirado Tony Judt. Aquí va su retrato de Thatcher.
“François Miterrand, que algo sabía de esas cosas, la describió en una ocasión como alguien que tenía “los ojos de Calígula, pero la boca de Marilyn Monroe“. Podía hostigar e intimidar de forma más inmisericorde que cualquier político británico desde Churchill, pero también era seductora. Entre 1979 y 1990 Margaret Thatcher hostigó, intimidó - y sedujo – al electorado británico para llevar a cabo una revolución política. El thatcherismo significaba varias cosas: reducción de impuestos, libre mercado, libertad empresarial, privatización de industrias y servicios, valores victorianos, patriotismo e individualismo (…) llegaron a lomos de la reacción violenta contra el espíritu libertario de los sesenta y atrajeron a muchos de los partidarios que tenía Thatcher en las clases obrera y media: hombres y mujeres que nunca se habían sentido cómodos en compañía de la intelectualidad progresista que dominaba la vida pública en esos años”.
“La primera victoria electoral de Margaret Thatcher no fue especialmente notable en términos históricos. En realidad, bajo su dirección, el Partido Conservador nunca ganó muchos votos. Más que ganar elecciones, observaba cómo las perdía el laborismo (…) Desde esta perspectiva, podría parecer que el programa radical de Thatcher y su firme voluntad de llevarlo a cabo no guardan proporción con el mandato emanado de las urnas, constituyendo una ruptura inesperada e incluso arriesgada de la consolidada tradición británica de gobernar tan cerca del centro como sea posible (…) acabó para siempre con la influencia pública que habían ejercido los sindicatos británicos al aprobar leyes que limitaban la capacidad de sus dirigentes para convocar huelgas (…) Entre 1984 y 1985, durante una confrontación enormemente simbólica que lanzó al Estado armado contra una comunidad condenada de proletarios industriales, aplastó el violento y emotivo esfuerzo que realizaba el Sindicato Nacional de Mineros para impedir el cierre de minas ineficientes”.
“No hay duda de que la situación de la economía británica mejoró durante los años de Thatcher, después de un período de declive inicial entre 1979 y 1981 (…) en 1983 tanto el beneficio político como el económico de liquidar los activos propiedad del Estado o gestionados por él hicieron que la primera ministra inaugurara una subasta nacional que se prolongó durante una década, ‘liberando’ tanto a los productores como a los consumidores. Todo o casi todo se puso en almoneda (…) Muchos de los que perdieron su empleo en industrias ineficientes (y antes subvencionadas por el Estado), como la siderurgia, la minería, los textiles y los astilleros, no volverían a encontrar trabajo nunca más, pasando a una situación de dependencia total y vitalicia respecto al Estado, que sin embargo no se expresaba en esos términos. Si sus antiguas empresas se convirtieron en algunos casos en rentables compañías privadas, no fue tanto por el milagro de la propiedad privada como porque los gobiernos de Margaret Thatcher las libraron de unos elevados costes laborales fijos, ‘socializando’ el gasto en trabajadores superfluos mediante los seguros de desempleo estatales”.
“En consecuencia, como sociedad, como economía, el Reino Unido de Thatcher era un lugar más eficiente. Pero, como sociedad, sufrió un cataclismo de desastrosas consecuencias a largo plazo. Al desdeñar y desmantelar todos los recursos que estaban en manos colectivas, al insistir a gritos en una ética individualista que prescindía de cualquier valor no cuantificable, Margaret Thatcher causó un grave daño al tejido que sustentaba la vida pública británica. Los ciudadanos se transformaron en accionistas, o partes interesadas (…) en la City de Londres, los bancos de inversión y los corredores de bolsa se beneficiaron tremendamente del big bang de 1986, año en el que los mercados financieros británicos se desregularon y se abrieron a la competencia internacional. Los espacios públicos cayeron en el abandono. La pequeña delincuencia y la criminalidad aumentaron al incrementarse la parte de la población que se veía atrapada en una pobreza permanente. La prosperidad privada se vio acompañada, como ocurre con tanta frecuencia, de la miseria pública”.
“Entre las principales víctimas de Margaret Thatcher se encontró el Partido Conservador (…) Margaret Thatcher gobernó sola (…) Thatcher, que era una ‘radical’, empeñada en destruir e innovar, despreciaba el acuerdo. Para ella, la lucha de clases, convenientemente actualizada, era el material de que estaba hecha la política (…) El thatcherismo era más una cuestión de ‘cómo’ se gobernaba que de lo que se hacía realmente al gobernar (…) No sólo destruyó el consenso de postguerra sino que forjó otro nuevo (…) Por primera vez en dos generaciones se había cuestionado el papel del Estado (…) A veces se dice que se ha exagerado el papel de Thatcher en este cambio (…) pero, incluso con la perspectiva del tiempo, resulta difícil imaginar quién, salvo Thatcher, podría haber hecho de sepulturero. Para bien o para mal, lo que hay que reconocer es la propia escala de la transformación que obró. A alguien que se hubiera quedado dormido en Inglaterra en 1978 para despertarse veinte años después, le habría parecido un desconocido: muy diferente a su yo anterior, y enormemente distinto del resto de Europa”.
‘Postguerra. Una historia de Europa desde 1945‘. Tony Judt. Editorial Taurus. Madrid, 2006. 1216 páginas, 29,50 euros.
Pd.: Pocas veces una entrada de este blog ha tenido tan buenos enlaces: desde un artículo de Carlos Mendo de 1985 sobre la huelga minera a la página del último documental de Ken Loach, ‘Spirit of 45′. No los dejéis pasar.