Es una preciosa narración en tercera persona que transcurre a lo largo de veinticuatro horas, entre platos de lo más sabrosos, en la isla de Nantukect, pero que gracias a la protagonista principal (Marguerite) nos llevará a saltos en el tiempo cambiando de época y a veces también de lugar (París, Marruecos...) mientras ella va hilvanando sus recuerdos formando así la historia de su vida y de quienes formaron parte de ella, hasta llegar al momento actual, en el que vive sola y apartada de todo el mundo, pero ¿por qué? ¿por qué decidió un día romper con todo el mundo y con todo y enclaustrarse en su casa además de castigarse de un modo particularmente terrible para ella?
De la mano unos personajes estupendamente perfilados, iremos conociendo las respuestas.
Marguerite , es el alma del libro, una mujer que me gustó desde el principio (sobre todo por su amor a los libros, que queda estupendamente reflejado en la novela y en el fragmento que os pongo al final de la reseña), aunque a medida que conocía su historia, sobre todo su historia de amor con Porter, me ha dado pena que no fuera más valiente. Me habría gustado que se arriesgara en su relación, como sí fue capaz de hacerlo con su restaurante "Les Parapluies", con sus únicos y diferentes menús diarios. Me ha encantado su manera de ir recordando el pasado, con sinceridad y cariño, y por eso me ha dado pena que cargara con tanta culpa sobre sus hombros.
Renata , es la ahijada de Marguerite. Tenía cuatro años cuando Candace, su madre, murió y ha crecido al abrigo de un padre que la adora, pero que quizás ha sido demasiado protector y siempre ha echado en falta una figura femenina a su lado, sobre todo en momentos puntuales de su vida que irá recordando a lo largo del libro. Quizás esa ausencia ha hecho que Renata sea una chica más madura de lo habitual, aunque ahora con diecinueve años surgen las dudas cuando se ve prometida con el que parece el hombre perfecto. ¿No será una equivocación? ¿No está yendo todo demasiado rápido? También quiere saber todo sobre su madre y está segura que las respuestas las encontrará en casa de su madrina, a pesar de que su padre le hace prometer que no la llamará.
Daniel es el protector padre de Renata, a la que no dudó en apartar de Marguerite tras la muerte de Candace. Pero ¿por qué? ¿Qué ha podido ocurrir que fuera tan terrible para alejar a la niña de la mejor amiga de su madre? Marguerite nunca fue santa de su devoción, pero para Candace fue sin duda una de las personas más importantes de su vida. Apenas ha querido contarle a Renata cosas de su madre y ahora está aterrorizado. Su única y maravillosa hija, a la que él sigue viendo como una niña, le comunica que está prometida y que con apenas 19 se casará con su prometido Cade. ¿Qué puede hacer para que ella cambie de opinión? ¿A quién pedir ayuda?
Debería ser ilegal casarse antes de haber viajado como mínimo a tres continentes, haber tenido cuatro amantes y tener un trabajo de verdad. Debería ser ilegal casarse antes de haber echado las muelas del juicio, tener tu propio coche y cocinar tu primer pavo de Acción de Gracias.
Porter , es el hombre que durante 17 años compartió una parte de su vida con Marguerite, y hermanastro de Candace. Es un amor ausente. Sólo está con ella durante una pequeña parte del año y siempre llega con promesas que sabe que no cumplirá jamás. Es evidente que quiere a Marguerite, pero me ha resultado un personaje egoísta por su incapacidad para compartir el cien por cien de su vida con ella. Ilusionando y desilusionando a Marguerite constantemente. Me ha recordado mucho al perro del hortelano. Ya sabéis "que ni come ni deja comer"
Candace , es el único personaje que está sin "estar", pero que es el nexo de unión con el resto de personajes. Para ellos es hermana, esposa, amiga y madre y todos sin excepción la adoraban, la echan en falta y en cierto modo y a su manera cargan con distintas culpas. Candace es un personaje dulce al que se le coge un enorme cariño y es fácil para el lector comprender el dolor de su ausencia para el resto de personajes, sobre todo cuando la muerte llega tan de sorpresa y sin avisar.
Decía yo al principio, que quizás es una lectura un "poquito femenina", pero supongo que eso no quita para que todo tipo de lector disfrute de ella porque fundamentalmente es la historia de una profunda amistad entre dos mujeres y resulta tan cercana, creíble y sobre todo tan real que es fácil llegar a sentirse un comensal más en "Les Parapluies" siendo mudo testigo de todo lo que allí ocurrió.
Además la forma que ha elegido la autora para introducir información sobre las protagonistas me ha gustado mucho, al igual que su prosa amena, ágil y sin florituras. En ningún momento resulta una novela empalagosa. Todo lo contrario.
Que una simple llamada telefónica consiguiera poner patas arriba la monotonía de los días de Marguerite, que tuviera la necesidad de ir a comprar un montón de ingredientes para una cena tan especial, obligándola a encontrarse con personas que no veía hace años y sentir que todavía significan mucho los unos para los otros, me ha encantado.
A veces frases como "que el tiempo todo lo cura" resultan ser más ciertas de lo que uno cree y la mayoría de las veces sólo hay que hacer eso, dejar que el tiempo pase y acabar perdonando para dejar de vivir resentidos.
La verdad es que ha sido una lectura muy agradable. ¡Con lo poco que me gusta a mí cocinar y lo que me encantan los libros que van describiendo platos e ingredientes! Me ha gustado la historia, la edición del libro y el título, aunque no acabo de entenderlo. Sí comprendo lo de los paraguas, al fin y al cabo el restaurante de Marguerite se llamaba "Les Parapluies", en honor a un cuadro de Renoir, frente al que vio por primera vez al que fue el hombre más importante de su vida, pero lo de la tienda no lo acabo de pillar (aunque en un momento dado Marguerite se compre un paraguas). En fin, supongo que es lo de menos. Se trataba de disfrutar de esta historia y sin duda lo he hecho. Ahora a intentar localizar su otra novela "Descalzas".
La gente de Nantucket se preguntaba [...] qué hacía Marguerite todo el día enclaustrada en su casa de Quince Street, apartada de la mirada de los curiosos. [...], la respuesta era: leer. Marguerite siempre leía tres libros a la vez. [...] Por la mañana leía ficción contemporánea, aunque era muy quisquillosa. Leía a Philip Roth, a Penelope Lively... y evitaba por norma a los escritores menores de cincuenta años, ya que, ¿qué podían contarle ellos del mundo que Marguerite no supiera ya? Por las tardes se enriquecía con biografías o libros sobre la historia de Europa, siempre que no fueran demasiado densos. Las noches las reservaba para los clásicos...