En realidad la marea viva, la carga activa de la literatura de hoy fluye bajo esta sucesión de técnicas un poco fastidiosa a la manera de un río bajo el hielo. Ninguna técnica ha dado nunca verdaderamente rostro y vida a la literatura de una época, como tampoco ninguna, ni la más extravagante, ni la más enloquecida, ha conseguido nunca quitárselas. De la tragedia de mil ochocientos versos en cinco actos y en alejandrinos de doce pies de rima plana, sé muy bien que los profesores de retórica me han alabado siempre en clase lo exquisito de sus genes, pero yo por mi parte, nunca he podido ver en ella otra cosa que una camisa de fuerza absurda y sádica; y sin embargo el teatro del siglo XVII no está muerto, sin duda; tan poco muerto está que una especie de masoquismo recurrente, fetichista, hizo conservar esa práctica hasta los mejores años de la Monarquía de Julio. Poco importan esas técnicas, esas reglas, que a distancia harían que los autores de los siglos pasados semejasen un desfile de personas sanas grotescamente provistas de muletas, zancos y andadores, si no estuviésemos tan acostumbrados a verlos avanzar con este equipamiento de tal modo que ha dejado de chocarnos. La literatura, sin duda, tiene ese precio: también nosotros tenemos nuestros zancos y muletas, que nos parecen botas de siete leguas y que los lectores de pasado mañana, si quedan, sabrán poner en su sitio como nosotros hemos hecho con nuestros antepasados, y sin reprochárnoslo mucho más, en la tienda ortopédica de la literatura. La literatura está en otra parte. Si es válida, si significa algo, no puede ser más que lo que nos recuerda la hermosa expresión de Rimbaud: “el alma aplicada al alma -y tirando”. Hacia qué lado tira es, si ustedes quieren, su verdadero contenido.
Julien Gracq
Por qué respira mal la literatura
Conferencia dictada en el École normale supérieure de París en 1960
Foto: Julien Gracq
Rolland Allard