Revista Cultura y Ocio

La tierra baldía

Por Calvodemora

Ser poeta para qué

si T.S. Eliot murió solo

sin que una sola línea suya

-todas tan dignas de cántico,

todas de tan hondo pulso-

lograra poner cerco a la muerte,

brida al vasto olvido. 

El poema (perdido su lugar en mi memoria) ha aparecido donde no debía. Agazapado en un carpeta repleta de apuntes de Pedagogía. Qué cosas. El azar nos dispensa así de cogitaciones excesivas. No nos va a dar migraña por indagar en las razones que lo mueven, pero de vez en cuando nos abastece de poemas antiguos, escritos en ebria pasión, cuando la poesía era un deslumbrar de vida, aún lo es. También  de besos perdidos, de palabras que hace años que no usamos y que amamos durante algún tiempo. A la vista los temas de Pedagogía y el amarillo confiado de la hoja, el poema puede llevar veinticinco años en ese limbo perfecto. Podría haber seguido ahí veinticinco más. Escribir en un blog es confiar al mundo lo que uno va aceptando y lo que uno no va aceptando del mundo. Es una especie de rendición pública y también íntima del corazón a punto de desbocarse. Uno escribe cuando el corazón se le despeña en el pecho. Escribe a dentalladas. Comprometido con las palabras. No hay otro catón que nos coarte. Soy libre escribiendo. No se puede ser más libre en este mundo que escribiendo un poema. Incluso uno malo vale. Aseguro haber pasado por esa sensación las veces suficientes como para entender lo poco importante que es la valía de lo escrito. Que lo relevante es lo otro. El dolor alojado en el alma y su repentino cese.

Y el poeta inglés, aquejado por los quebrantos de salud propia y ajena, ocupado en su banca Lloyds en cuadrar números, desoyendo a quienes le recomendaban reposo y consejo médico para no caer en la locura o en el tedio, revisó en París, a la vera del loco Pound, The Waste Land. Lo afinó, según aclaró más tarde. Afino yo ahora mi oído inglés, mi corazón anglófilo, mis deseos de que las enseñanzas en la lengua de Milton y de Chesterton me haga disfrutar con lo escondido, con lo que el traductor no capta. Porque el trabajo de traductor es uno de los más difíciles del mundo e incluso el mejor de todos ellos no satisface al lector exigente y se deja embaucar a veces por la sonancia secreta de las palabras, por el arrullo invisible de los verbos.

Y suena tan bien el inglés cuando lo declama un nativo bien adiestrado y bendecido por el dios de la música... 

T. S. Eliot, The Wasted land, 1. The burial of the dead.

La tierra baldía


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