"Siento que este desasosiego es, quizá, el mismo al que Iosif se refería paternalmente como "Nervios". "Cosas de mujeres", me decía, y seguía con su periódico. Cosas de mujeres, me repito ahora. Me pregunto, más bien. Al principio yo misma lo asumía con naturalidad. Una sensibilidad que, sin previo aviso, nos quiebra y vuelve nuestra naturaleza incompatible con el orden. Una especie de enfermedad cuyos síntomas nos hacen repentinamente vulnerables. Locuras transitorias, encierros, aguas termales, sangrías, yodos, sahumerios. Luego, quizá a medida que Iosif fue mermando y que su voz no tronaba, fui rebelándome contra esa idea. No eran nervios sino exposición, y hasta entrega, a una dimensión de la realidad más profunda y dolorosa de la que haya conocido en ningún hombre. Ahora, al final, quizá tenga que darle la razón a Iosif y admitir que esta duda que me colapsa sea cosa de mujeres. Él, desde luego, habría echado al intruso a golpes el primer día. Puede, incluso, que le hubiera disparado y luego hubiera esperado a la patrulla tomándose un jerez. Iosif no habría llegado a tener dudas porque, como buen soldado, habría aplastado al enemigo mucho antes de que este hubiera podido reunir al ejército de inocentes que ahora carga contra mí."Exposición. ¿A qué? A una verdad diferente a la que han construido para nosotros, a la que hemos dado por válida sin cuestionarla, a la que nos ha resultado más cómoda por amoldarse a la vida que conocemos. Podemos cerrar los ojos ante esa realidad, tapar nuestros oídos, ignorar aquello que invade nuestro olfato (no, no, al olfato no se le puede engañar), o podemos afrontarla. Esta segunda opción tal vez sea más arriesgada, esté más cargada de incertidumbre y seguramente sea también más dolorosa, pero aunque nos parezca incongruente, será a la par liberadora. Nunca se es más libre que cuando no se tiene nada que perder. Nunca más auténtico que cuando tenemos el valor de descubrir quiénes somos por nosotros mismos.
Portada de La tierra que pisamos
Estamos a principios del siglo XX (eso nos dice la sinopsis del libro). España ha sido colonizada por una potencia extranjera. Eva y su marido pertenecen a la alta jerarquía de esa potencia, el hombre que llega a sus tierras es un indígena del territorio anexionado. Una situación ficticia, distópica, y sin embargo a la vez tan real. Es fácil identificar al país invasor con la Alemania nazi aunque no concuerden las fechas; el propio perro de Eva se llama Kaiser y varios son los elementos grabados en nuestra mente y asociados a esa negra historia que nos ofrece la narración. Pero me da que Jesús Carrasco, el autor de esta novela, tan solo recurre a ellos para apelar a nuestra memoria histórica y que rellenemos con ella el interlineado de sus frases.
Todos somos explotadores y explotados, todos víctimas y verdugos, la rueda de la Historia gira y nos coloca ora arriba ora abajo. La misma España fue potencia colonizadora en el pasado y hay quien incluso hoy en día aún se siente orgulloso de ello, añorando en secreto ese poder monopolizador o cultivando el no menos dañino paternalismo con el que se mira a aquellos que creemos incapaces de desenvolverse por ellos solos. El exorbitado consumismo que idolatra nuestra sociedad hoy en día no se sostendría sin la explotación salvaje e impune de las materias primas de otros países que por lejanos se nos antojan invisibles. En pleno siglo XXI aún no se ha erradicado la esclavitud. Y lo sabemos, pero nos queda nuevamente lejano, oculto, no estamos expuestos, a ello nos atenemos. La historia que nos plantea Jesús Carrasco pudo existir o podría hacerlo. La historia de Jesús Carrasco existe. Su tierra es la tierra que pisamos todos.
Es la suya una novela muy ligada a la tierra, no solo en su mayor sentido (el político, geográfico, territorial) sino también en el pequeño: la tierra que cuida con mimo el jardinero, la que trabaja con fervor el campesino. También lo era su anterior novela, "Intemperie" (si queréis, leer reseña aquí). Hay más elementos comunes entre ellas: los escasos personajes en torno a los cuales gira la trama, la violencia presente en ambas (más explícita en su opera prima, más soterrada en la que nos ocupa en este momento), sin embargo, son a la vez muy diferentes. Si "Intemperie" aunque con un árido inicio me fascinó y cautivó y sorprendió positivamente, con "La tierra que pisamos", aunque me gustó ya desde su primer párrafo (Jesús Carrasco es un cincelador y tallador de palabras), por momentos me pareció carente de fuerza y sin duda es menos brillante y perturbadora que su predecesora. Tal vez la narración sea demasiado lineal y le falte algo para acabar de agarrarnos y mantenernos pegados a sus páginas, a pesar de que estas poseen pasajes realmente hermosos y también duros que invitan a reflexionar. Pero en cierto modo, al final me tengo que dar un puntito en la boca (o mejor dicho en el pensamiento si no fuese porque esto último duele más, y nunca mejor dicho lo del final porque hay una escena en esas últimas páginas que ni debo contar ni sería aunque quisiese capaz de describir) porque aunque mantengo las impresiones anteriormente comentadas es de esas novelas cuyo runrún te acompaña una vez terminada su lectura. Y pienso entonces que toda la novela es un prepararnos hasta llevarnos ahí, un gota a gota en el suelo terroso, calmado e imperceptible hasta que llega una gota que lo desborda todo, lo encharca, lo embarra y de sus salpicaduras ya no nos podemos limpiar.
encina de litoral. Fotografía de Manuel
Eva Holman ya está cubierta de ese barro, los poros de su piel incapaces de traspirar otra cosa, sus cabellos impregnados y enredados con lo que su vida hecha a medida mantenía oculto tras una pátina de irrealidad. Podría pensarse que la historia que ella reconstruye, la que además escribe y a la que pone las palabras que el hombre no es capaz de pronunciar (tal vez algo nos quiera decir el autor con este detalle de poner por escrito la historia del hombre) es la que se nos cuenta en este libro, pero la historia que realmente contiene sus páginas es la de la propia Eva, la historia de su exposición, la historia de su encuentro con ese ejército de inocentes de clamor silencioso. Caen las ataduras mentales, el comportamiento esperado de nosotros; caen los límites del imperio, las barreras, las fronteras. Vuelve el amor a la tierra que sustituye a la ambición desmedida disfrazada de patriotismo, vuelve el amor al hermano. La tierra no es de nadie, la tierra es de todos. Este libro huele a mantillo, a tierra húmeda que se desmenuza entre nuestros dedos y enraíza entre carne y uña. La tierra mojada tiene un característico olor metálico, como el inconfundible olor a lluvia. Caigo ahora en que metálico es también el regusto que deja la sangre. Es la nuestra una tierra teñida de sangre y esa sangre es también la de todos porque en algún momento ha sido o será la nuestra, por eso debería dolernos por igual. Eso es lo que descubre Eva. Por eso no expulsa al hombre ese primer día ni los posteriores. La tierra nos hermana en el dolor."¿Puede un lugar habitarse para siempre? Los cuerpos en la tierra, los cuerpos bajo el sol. El aire que los envuelve. El dolor, que es el mismo para todos. ¿Acaso no estamos hermanados por él? Me viene a la memoria algo que presencié de niña. Una hija le canta a su madre anciana una vieja canción de arrabal. La mujer intenta acoplarse a la letra, acompañar a su hija, pero la cara se le arruga. Esa música, tantas veces cantada en los portales de la ciudad tomada, vuelve ahora, tantos años después, a sus oídos y no puede evitar las lágrimas. Las herramientas nos unen a la tierra, las melodías se nos graban en el rincón más oculto de la mente y del corazón. Anidan en las profundidades, como el recuerdo de los olores. Alguna vez a lo largo de la vida, quizá ya mayores, rebuscando en la despensa, un aroma regresa a nosotros y entonces reverdecen los recuerdos de aquel tiempo primitivo. La melodía que hace llorar a la anciana. El dolor que nos une. Quien ha perdido a un hijo los ha perdido a todos."
Tierra fértil. Fotografía de Raúl Hernández González
Ficha del libro:Título: La tierra que pisamos
Autor: Jesús Carrasco
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 272
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Entrevista a Jesús Carrasco en 'Página Dos'