Revista Educación

‘La tierra yerma’ no es más un poema de T. S. Elliot

Por Siempreenmedio @Siempreblog
‘La tierra yerma’ no es más un poema de T. S. Elliot

Aviso a navegantes: este es un texto largo y soy consciente de que puede que haya varias razones que le hagan abandonar su lectura o perder el interés en lo que cuento. Por si fuera su caso, aquí le resumo lo que quiero transmitirle:

Lea 'La Tierra Yerma', un cómic de Carla Berrocal editado en el año 2024 de nuestro señor por Reservoir Books. Una historia de aventuras, familias enemistadas, con su historia de amor y su poquito de fantasía. También sobre la aceptación del dolor, sobre la pérdida y sobre más cosas. Léalo, insisto. Viaje a un mundo donde las pistolas hacen "bang" y los caballos "tocotó, tocotó". Se dará cuenta de que lo necesitaba.

Creo, de manera firme y no debatible, que celebrar el talento ajeno es una de las mejores formas de higienizarse por dentro. Sepan también que milito en la convicción de que la admiración es un arma contra el hartazgo, contra el cansancio, contra la falsa creencia de que el mundo está lleno de gente despreciable. Y nunca viene mal pertrecharse. Por eso vuelvo hoy a esta que considero aún mi casa, a brindar con usted, leyente, por el talento de Carla Berrocal en general y por La tierra yerma, su nuevo cómic, en particular.

La tierra yerma es un western, con sus caballos, sus pistolas, su historia de amor y sus paisajes infinitos, áridos, baldíos. Dos familias enfrentadas, viejos rencores, la esperanza justa. Un salvaje oeste que podría ser cualquier salvaje oeste, aunque en este caso recrea las tierras de Castilla. Unas tierras habitadas solo por mujeres, una sociedad matriarcal que es la primera de las muchas aportaciones de Berrocal a un género que, a priori, podríamos pensar que no tenía más que decir. Frente al tópico "Forastero, este pueblo no es lo bastante grande para los dos", estas mujeres saben que el pueblo no solo es lo bastante grande sino que además, en ocasiones, deberán aparcar los rencores para defenderse juntas de unas bestias misteriosas que amenazan sus cultivos y su ganado. Son los Ellos, seres monstruosos, dañinos, personificación de todos los terrores. En medio de todo esto, una conmovedora y desgarradora historia de amor entre Leonor e Isabel.

Creo que esto es todo lo que debo contar y ya sólo hasta aquí hay unas novedades en el género que serían destacables por sí mismas. La más evidente, que lamento tener que escribir, por obvia, es que se trata de un western protagonizado por mujeres. Mujeres frágiles y temperamentales, dos adjetivos que suelen ser complementarios antes que antagónicos. Mujeres que marcan la tierra con sangre, unas, con lágrimas, otras. El sudor se presupone, por supuesto. Mujeres.

Pero incluso si obviáramos, que no deberíamos, esta declaración de intenciones, descubrimos que Berrocal ha construido un universo sólido, que ha parido un canon visual y narrativo (y no solo en La tierra yerma, pero ahora estamos a lo que estamos). La crudeza inmisericorde del paisaje reforzada por el amarillo tenaz e impertinente de sus páginas, los planos puramente cinematográficos, la propia distribución de las viñetas... además, otra voltereta, un mortal hacia adelante o qué sé yo, alguna de esas piruetas complicadas: el ritmo. Qué inteligente y qué certera en los tiempos. Qué manera de intuir en qué momento la persona sumergida en la lectura necesitará un respiro para seguir adelante. Vaya forma de dar aire, con unas páginas bellísimas por sí mismas en las que una se detiene no solo por deleite, sino por necesidad.

‘La tierra yerma’ no es más un poema de T. S. Elliot

¿A quién no le va a gustar un western cañí del Siglo XXI? ¿A quién no le va a gustar?

El resultado es una historia cimentada en los detalles, con una composición y un ritmo narrativo impecables. Una obra de una belleza sorprendente, una sutileza sobrecogedora, aplastante por momentos, conmovedora, emotiva y también disfrutona. Porque se divierte Carla en los gamberros guiños al manga, se recrea en las bellísimas escenas de amor, en los caballos al galope y en los besos de las amantes, que dibuja de manera magistral. Sospecho también que disfruta, un poco perversamente, dejándonos creer que estamos gozando del puro entretenimiento que ofrece este cuento y sabiendo que en algún momento nos pegará duro el subtexto y a él volveremos una y otra vez.

Porque La tierra yerma es un cómic para disfrutar, un western, un magnífico y reivindicable entretenimiento, sí. Y ocurre que una se lanza a su lectura pensando que no le va a pasar nada mientras lo lee, menos aún después de haberlo leído. MENTIRA. Dudo que exista algún ser humano que sea capaz de pasar por sus páginas como por un cacharrito de feria o como quien saborea un helado de chocolate en una tarde de verano o en un día con la regla, sin sentir que la narración lo interpela desde diferentes lugares. Porque por fortuna, también estamos hechas de las historias que no son narradas con nuestra propia voz.

A estas alturas, si usted continúa leyendo, pensará que esto no es en absoluto una reseña, y tiene razón. Es posible que a la hora de hablar de un cómic haya que hacerlo atendiendo a los diversos elementos que intervienen en esta forma de contar. La narrativa, por un lado, el apartado gráfico, por otro, yo qué sé. No lo hago por varias razones. La primera y fundamental es que yo no sé hacer reseñas y este texto es, en realidad, el pago de una deuda moral, satisfecho con mayor o menor fortuna. No quisiera que se lleven a engaño y me tomen por una persona que sabe de lo que habla, sin ser nada de eso yo. Otra de las razones es que, por si no ha quedado claro, en La tierra yerma esos elementos los considero indisolubles. Vaya por delante que me resulta absolutamente fascinante la manera de dibujar de Carla Berrocal. Sencilla, minimalista, sobria... esos son algunos de los adjetivos que he venido usando estos años para definirla, sin llegar a estar conforme del todo con ninguno. Es ahora, dándole vueltas a este texto, cuando encuentro la palabra y, posiblemente una de las claves de mi fascinación. Es precisa. Concisa. Clara y nítida. Las líneas imprescindibles, ni una más, cuando no masas de color, ojalá blancos y negros. Eso es todo. Igual en los textos, envidiable exhibición de estilo y deseable destino para quienes queremos contar. La palabra precisa, que diría el otro.

Por si no ha quedado claro hasta ahora, con tanta palabrería, les recomiendo fervientemente la lectura de La tierra yerma. No sé si les cambiará la vida, pero como mínimo empezarán a tomarse de otra manera los días de lluvia, que no es poco.

A mí, además, me ha servido para recordar fragmentos del poema Los justos, de Borges, que tenía olvidado y siento ganas de ir a buscar a Berrocal, darle un abrazo y decirle: gracias, piba.

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