(JCR)
Hace poco me llamó la atención una interesante información publicada en El País en la que se contaba cómo trabajadores de Ghana emigraban a Italia para cultivar tomates, un producto que antes producía su país y que ahora tienen que importar. http://elpais.com/especiales/2014/planeta-futuro/tomates-italianos/ Ghana no es, ni mucho menos, el único caso. En algún otro post he contado, en tono algo jocoso, cómo en Gabón, el país donde trabajo desde abril de este año, encontrar un tomate en el mercado puede resultar complicado, sencillamente porque aquí no se cultivan.
No será por falta de tierra ni de lluvia. Gabón -que apenas tiene un millón y medio de habitantes- es un país algo más grande que la mitad de España, cuenta con una tierra fertilísima y llueve nueve meses al año. Pero los tomates que se encuentran en el mercado suelen venir de Camerún, y al ser transportados por camiones o furgonetas que no tienen frigoríficos, cuando uno se acerca al puesto callejero a comprarlos muchos de ellos están ya en un estado que deja mucho que desear. En los supermercados de compañías extranjeras uno puede encontrar tomates y otras verduras de calidad mucho mejor, procedentes de Francia, pero a unos precios exagerados. Y si se trata de comprar este producto enlatado para elaborar salsas, en cualquier tienda de Libreville o de otra ciudad del país africano que sea compraremos el producto elaborado en Italia, ya sea en su versión de pasta concentrada o de tomates pelados, y a un precio bastante módico. Me di cuenta de ello cuando trabajaba en un proyecto con niños refugiados en el Este del Congo, y en la lista de alimentos que tenía que comprar cada semana para alimentar a los chicos que teníamos en el internado de los Salesianos figuraba siempre un cartón de “Salsa”, la omnipresente marca italiana de tomate concentrado. Esta mañana, antes de escribir este post, he mirado en mi modesta despensa y entre mis latas estaba, cómo no, una de “pomodori pelati” procedente del país trasalpino.
Servidor de ustedes, que a diario tiene que cocinar más por obligación aunque también por afición, sabe perfectamente que el tomate es un ingrediente que no puede faltar en ninguna despensa, para hacer una ensalada rápida o para elaborar cualquier guiso con suficiente sabor. No conozco mucho cómo se come en otros continentes, pero en África sin tomates no hay salsa que se precie. Y como pasa en Ghana, en el Congo o en Gabón, hoy día cada vez más este producto viene de Europa. Y quien habla del tomate puede hablar de muchos otros alimentos de primera necesidad, como el azúcar, los huevos, el arroz o el pollo, que cada vez más proceden de fuera de África. Parte del problema se debe a los acuerdos de libre comercio (aunque de “acuerdos” tienen poco, porque han sido impuestos desde fuera) entre los países africanos y la Unión Europea, por los que África se encuentra en desventaja al tener que hacer que sus productos compitan con los elaborados en Europa, que suelen ser subvencionados y por lo tanto son más baratos en los mercados internacionales.
Pero hay otro factor que pocas veces se suele analizar, y es el hecho de que son muchos los países africanos con políticas económicas que no favorecen para nada su sector agrícola, y esto es un tremendo error, porque una buena parte de sus poblaciones viven en zonas rurales y subsisten gracias a la agricultura, no sólo para su propio consumo, sino también como actividad comercial que puede generar unos ingresos necesarios para las economías familiares. Gabón es un caso extremo de una economía que descuida la agricultura. Acostumbrados a vivir del petróleo y otros recursos minerales, y con un nivel de vida envidiable, algo más de la mitad de los habitantes de este país viven hoy en la capital Libreville, donde hay un número infladísimo de funcionarios y de personas que trabajan en el sector de servicios. El resto del país está muy despoblado y son pocos los que se dedican a la agricultura, la ganadería o la pesca. El resultado de esta orientación se ven en cualquier supermercado: los pollos vienen de Brasil, los tomates llegan de Italia, la carne es de Uruguay y el pescado congelado viene de Holanda o de algún país asiático. Si, el pescado, porque aunque Gabón tiene una costa de 875 kilómetros frente al Atlántico, hasta el pescado lo traen de fuera.
No en todos los países de África se dan estos disparates. Recuerdo, cuando vivía en Uganda, cómo me alegraba ir a una tienda de barrio o cualquier supermercado de Kampala o de cualquier otra ciudad del país, y poder hacer mi compra de alimentos procesados exclusivamente con productos del país: botes de mermelada, cartones de zumo de fruta, arroz, azúcar, café, conservas de champiñones, queso, filetes de pescado congelado…todo hecho en Uganda. Y por supuesto si uno iba a un mercado local, uno sabía que todos los productos frescos que uno podía encontrar allí, ya sea la carne, las frutas y las verduras, procedían de lugares a pocos kilómetros del mercado. Claro que en Kampala hay tiendas de productos importados para el que le venga en gana gastarse más dinero, pero los que van allí son por lo general una minoría y la gente normal puede comprar sus alimentos, procesados o no, producidos en el país. En Uganda el gobierno ha favorecido el sector agrícola y las pequeñas industrias del sector alimenticio, y los resultados están a la vista.
Por eso, me da pena cuando voy a un país africano y veo que cada vez más los alimentos que están a la venta son importados. Y lo siento aún más cuando se trata de artículos que hasta hace no mucho los propios africanos producían en grandes cantidades para cubrir sus propias necesidades.