Torre del Diablo, costa de Almuñecar. Foto de Joseme.
La torre se alza junto al mar. Se yergue sobre los acantilados blancos, siempre atenta a las olas. El agua en calma es bruma, luz, oscuridad y fuego, un espejo del cielo. Desde su posición, la atalaya guarda el horizonte. A lo lejos, un navío majestuoso surca el reino del océano.Más allá, en la costa, casi ocultos por la sombra, se levantan los restos de otro torreón, el que llaman del Diablo. En su interior, una escalera se adentra en la tierra, hacia las tinieblas. Cuentan que sus escalones descienden hasta el infierno.
Sopla el viento. El mar se revuelve, se convierte en un tablero de oscuridad y blancura, cuadros de luces y sombras, de abismos tenebrosos de remolinos y macizos montañosos de nívea espuma. Al fondo se concentra una línea negra de nubes de tormenta. El barco recoge sus velas. La batalla se prepara. Es una guerra eterna, de fichas negras y blancas.
Las olas plúmbeas atacan. Se levantan sobre el agua. Embisten contra los muros de roca. Se rompen con la fuerza del choque. Los fragmentos se repliegan para formarse de nuevo. La pared resiste, si bien pierde algunas piezas que se precipitan al vacío.
El combate arrecia, el frente avanza. Las nubes descargan trombas de agua sobre la torre que resiste, con firmeza, el asalto. En la retaguardia, redoblan los truenos, responden los relámpagos. La contienda se prolonga. La lluvia hiende el aire, lo rasga con el filo de infinidad de cuchillas. La tempestad aúlla, la tierra cruje, el mar ruge.
El fuego prende en el torreón del diablo. Su fulgor emerge del falso faro, marca una senda sobre el agua, un camino en llamas hacia la negrura de las profundidades. La nave cae en la trampa, tuerce el rumbo, se encamina a su condena. Su destino está en jaque.
Cambia el viento. Se abre un claro entre las nubes y la luna se cuela en el hueco. La torre protege su reflejo. A través de una tronera, guía la luz al océano. La dama blanca cruza el tablero, quiebra la oscuridad. Las olas se disgregan en espuma. El barco vira, iza las velas y, triunfante, se dirige al puerto.
El mar duerme bajo el albor de la madrugada. La luna reposa sobre la torre. La fortaleza vela su sueño.