Gregorio J. Pérez Almeida.
I ¡CAP y Caldera, farsantes, asesinos de estudiantes! El dato es irrelevante. Si Noel Rodríguez murió el día de su captura o si sufrió seis semanas de tortura antes de morir, el hecho concreto y su resultado es igual de inhumano: ¡Murió torturado! ¿O es que una golpiza brutal no es una tortura? Como haya sido, el crimen se cometió y pasaron 40 años para que se determinara, en parte, la causa de su muerte y se encontraran sus restos. Ahora bien, ¿Qué significan un día o seis semanas de tortura en la vida de una persona? Sólo quien haya sido torturado y sobreviva puede decirlo. Sé de uno que cayó el 27 de noviembre del 92 por los lados de Yare y hoy, con 60 años de edad, sufre de Parkinson grave. Sin su permiso lo voy a contar, porque en el acto en la Asamblea, el 5 de febrero, José Vicente afirmó que, en el 73, el Presidente Rafael Caldera le había dicho que “Noel rodríguez no existía” y mi amigo podría decir que en el 92 CAP supo de sus torturas. Dos presidentes de dos partidos “distintos”, 19 años de historia y la misma política represiva. Fue de los civiles que participaron en la toma fallida de la cárcel de Yare, de donde “dizque” iban a rescatar al comandante Chávez. Digo dizque porque aquello fue un despelote: tenían rifles sin municiones y no tuvieron apoyo militar, por lo que fueron presas fáciles de la razia que se hizo para capturar a los asaltantes. Salvó la vida porque portaba el carnet de una institución militar donde estudiaba un postgrado. O sea: para sus captores tenía algo qué decir. Sus compañeros no tenían carnet y quedaron tirados en una cuneta. Fue salvajemente golpeado en el sitio. Luego trasladado con otros presos a supuestas instalaciones militares en el Estado Miranda, donde lo torturaron: costillas fracturadas, hematomas craneales, quemaduras de electricidad y cigarrillos en el cuerpo. Un mediodía, en el que estaban tirados amarrados, desnudos y de cara al Sol sobre planchas de zinc, escuchó a un esbirro decir “Mosca que viene el ministro”. Oyó un helicóptero que aterrizaba muy cerca. Los voltearon boca abajo, le pusieron las botas sobre la nuca diciéndoles: “No volteen desgraciados”. Escuchó voces que preguntaban por los resultados del interrogatorio. Como pudo giró la cabeza y miró unos zapatos muy limpios, hizo un último esfuerzo para mirarle completo y reconoció al ministro del interior del gobierno de CAP. Este gesto le costó que jugaran a la” piñata” con él cuando se marchó la delegación gubernamental. IILa tortura del torturador ¿Quién conoce a un torturador? ¿Cuántos son? ¿Recuerdan su rostro sus víctimas? ¿A quién ama un torturador? ¿Pueden sus manos asesinas acariciar el rostro de un hijo, de una madre? ¿Puede una mano que mata donar cariños? ¿Se conoce un torturador a sí mismo? ¡Cuántos interrogantes sobre esos seres humanos que viven en las tinieblas del dolor bárbaro! Nicolás les pidió, por favor, a los torturadores de la Cuarta República que tuvieran un gesto de humanidad, aunque sea terminal, y digan dónde están los cuerpos de sus víctimas ¿Oirá el torturador otro sonido que el grito de dolor de sus víctimas? Preguntas sin respuestas. Pero el torturador sí escucha… Franz Fanon, en “Los Condenados de la Tierra”, relata las confesiones de un torturador francés que realizaba su “trabajo” en la Argelia colonizada y un día acudió a su consultorio de psiquiatra: “…algunas veces dan ganas de decirles que si tuvieran un poco de piedad por nosotros hablarían sin obligarnos a pasar horas para arrancarles palabra por palabra los informes. Pero, ¡quién va a poder explicarles nada! A todas las preguntas responden ¡No sé!. Ni siquiera sus nombres. Si se les pregunta dónde viven, dicen ¡No sé! Entonces, por supuesto… hay que hacerlo. Pero gritan demasiado. Al principio me daba risa. Pero después empezó a inquietarme. Ahora basta con que oiga a alguien gritar y puedo decirle en qué etapa del interrogatorio está. El que ha recibido dos puñetazos y un macanazo detrás de la oreja tiene cierta manera de hablar, de gritar, de decir que es inocente. Después de estar durante dos horas colgado de las muñecas tiene otra voz. Después de la tina, otra voz. Y así sucesivamente. Pero sobre todo cuando resulta insoportable es después de la electricidad. Se diría a cada momento que el tipo va a morir…” Luego de estas confesiones, el torturador continúa: “No nos interesa matarlos. Lo que necesitamos es el informe. A [los duros] se trata primero de hacerlos gritar y tarde o temprano gritan. Eso ya es una victoria. Después seguimos. Le advierto que nos gustaría mucho evitarlo. Pero no nos facilitan la tarea. Ahora oigo esos gritos hasta en mi casa. Sobre todo los gritos de algunos que han muerto en la comisaría”. Dice el refrán popular: “No hay hombre tan malo que no tenga algo de bueno; ni tan bueno que no tenga algo de malo”. Por ello es que el torturador sí escucha. Y escucha algo más que los gritos de sus víctimas: escucha su conciencia, porque, como dijo Gustavo Pereira en el suplemento “Letras” del domingo 3 de febrero, por muy reptil que sea el cerebro del ser humano, tiene otros componentes que lo elevan sobre su animalidad biológica y que le permiten disfrutar de cariños y ternuras en la infancia, de besos inocentes en la adolescencia y libidinosos en la juventud, y gracias a los cuales puede soñar con un amor verdadero y pensar en la posibilidad de una vida mejor. En fin, que quien tortura a otro ser humano no deja de ser humano, sino que, quizá por fanatismo religioso o político, o enfermedad mental, deja de sentir compasión y permite que su agresividad innata rompa los tejidos que lo atan a la humanidad. Las últimas palabras del torturador paciente de Fanon fueron: “Doctor, me repugna este trabajo. Y si usted me cura pediré mi traslado a Francia. Si me lo niegan, presentaré mi dimisión”. Por eso, ¿quién quita que los torturadores de la Cuarta República hayan escuchado a Nicolás y se active en ellos esa parte del cerebro en la que, dice el poeta Pereira, “se gestan la emotividad, el altruismo, el amor, la religiosidad y en la que está la marea primaria de la poesía”? Claro, no creemos que un torturador pueda hacer poesía. Su límbico está muy deformado y en poesía el dolor y la muerte expresan sentimientos sublimes y bellos. Pero debe tener restos de humanidad, porque no ha dejado de ser humano. Entonces, puede arrepentirse, el primer paso hacia el perdón, y acercarse a la Comisión de la Verdad que se instalará, aquí en Caracas, el próximo 27 de febrero.