Revista Historia

La Trabutina mannipara, el origen más real del maná más celestial

Por Ireneu @ireneuc

Pocas cosas molestan más a los jardineros aficionados (me refiero a todo aquel que tiene una planta en casa y no se le muere a los cuatro días) como cuando tus plantas comienzan a llenarse de unas escamas blancas y empiezan a pringarse todas de un líquido viscoso: la cochinilla ha llegado. Es en ese momento, en que comenzamos a tirarles todo tipo de insecticidas porque sabemos que pueden llegar a matar la planta -en mi caso arbolitos ( ver El arte del Bonsai, un Arte viviente)-, que tomamos conciencia de la capacidad que tienen estos pequeños bichos de extraer la savia de las plantas para alimentarse. Y tanta capacidad tienen que, incluso son capaces de alimentar a las personas, estando uno de estos pequeños insectos detrás de la leyenda bíblica del maná. Poca coña.

La Biblia explica que el pueblo de Israel, tras huir de las garras del faraón egipcio gracias al sendero que se curraron Moisés y Dios abriendo las aguas del mar Rojo en canal, se estuvo durante 40 años divagando por el desierto de Sinaí como quien no encuentra el coche en el aparcamiento, hasta que llegaron a Canaán (actual Israel). Este exagerado lapso de tiempo para recorrer los escasos 350 km que separan Tanis (actual San al-Hagar, en el delta del Nilo, lugar de inicio del "paseo") hasta Jerusalén, cansaba un poco a los israelitas que, en viendo que no llegaban nunca, desconfiaron de los políticos, los religiosos y hasta de Dios (normal, visto lo visto). Ello hizo que Dios, cabreado, les hiciera dar más vueltas que a una peonza por el inclemente desierto pero, con la "gentileza" de que no les dejaría morir de hambre, para lo cual les enviaría un alimento que caería del cielo y que tendrían que recoger cada día (menos el sábado, claro): el maná.

A partir de ese momento, la historia del superalimento que era el maná (era tan bueno que ni dejaba residuo cuando lo comían, por lo que aquellos israelitas no cagaron en años) fascinó a propios y extraños, lo que llevó a la ciencia a preguntarse qué había de mito y qué de verdad en aquel alimento celestial. Ello hizo que, durante el siglo XIX, diversos científicos occidentales estudiasen in situ el terreno que se supone patearon los israelitas, descubriendo que había varios tipos de organismos que producían algo parecido a lo que en la Biblia se describía como maná y que era utilizado en aquellos tiempos para comer.

Según el relato de la Biblia, el maná aparecía unas veces como copos de escarcha en el suelo, otras como sustancia colgante de las ramas, otras parecidas a las semillas de cilantro... es decir, en diferentes "presentaciones" que dieron pie a buscar sus posibles orígenes orgánicos (semillas de fresno, resinas de arbustos, etc.). No obstante, lo que llamó principalmente la atención fueron ciertas cochinillas que se daban por el desierto del Sinaí, por su capacidad de exudar un producto dulce, conocido como " man es-sima" (maná celestial, en árabe). Este producto, recolectable día tras día, y que las poblaciones árabes indígenas utilizaban para hacer varios tipos de especialidades e incluso para endulzar bebidas, se daba en los tarajes, arbustos o pequeños árboles relativamente abundantes en aquellas tierras áridas que estaban infestados por la cochinilla Trabutina mannipara.

Las cochinillas, en general, son un tipo de insecto bastante singular. De hecho, lo que conocemos como "cochinilla" corresponde a la hembra de un tipo de pulgón que no hace más de 2 milímetros de largo, que vive sobre las plantas alimentándose de la savia que les extrae. La particularidad es que, si bien los machos, cuando son adultos, se convierten en pequeños mosquitos voladores que se dedican a aparearse con las hembras y en un par de días mueren, las hembras no acaban de desarrollarse del todo quedando, aún en época adulta, con un aspecto larvario ( ver La receta de la eterna juventud del ajolote) y formando masas en las ramas de las plantas que pueden llegar a ser muy problemáticas en caso de cultivos propensos a ellas, como son los cítricos.

En esta situación, la Trabutina mannipara únicamente ocupa los árboles de la especie Tamarix gallica (conocidos como tarajes o tarays) y la hembra se dedica a chuparles la savia, excretando una capa de material ceroso dulce con un alto contenido en azúcar que atrae las hormigas y que, según la importancia de la infestación, puede caer al suelo o extenderse por todo el árbol. Los tarajes, por su parte, debido al ataque de estos bichejos, pueden producir exudaciones de resina que, también dulce, cuelgan de sus ramas. Sea uno o sea otro, pueden recolectarse y suponer una fuente de alimento renovable en momentos de escasez.

En definitiva, que pese a que es harto improbable de que el maná de verdad pudiera alimentar a una gran población como la Biblia asegura que lo hizo el maná bíblico y proclaman los más fanáticos, ello no significa que, en este caso, las Sagradas Escrituras no tengan razón. El maná existe, cierto, pero no solo en el desierto del Sinaí como producto de unos insectos, sino en todo el mundo, en forma de recursos naturales renovables que, día tras día, como caídos del cielo, nos permiten sobrevivir y prosperar. Unos recursos sostenibles que, bien gestionados y consumidos con mesura e inteligencia, permitirán a la especie humana salir adelante aún en los momentos de crisis más duras.

Y esto, por real, sí que es palabra sagrada.


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