Ya he hablado alguna que otra vez de lo importante que es la presentación de un libro, a saber: el título, la cubierta y la sinopsis. Esta vez reflexionaré sobre el primer punto y, en concreto, sobre los títulos traducidos de un idioma extranjero. Suelen ser fieles al original, pero hay excepciones. Las posibilidades se dividen en los siguientes apartados: 1) Títulos que traducen fielmente el original. La situación más frecuente y probablemente la que preferimos todos; no necesita más explicación.
- The Other Typist – La otra mecanógrafa, de Suzanne Rindell.
- Le Bal – El baile, de Irène Némirovsky.
- The Language of Flowers – El lenguaje de las flores, de Vanessa Diffenbaugh.
- Something Borrowed y Something Blue - ¿Me lo prestas? y El viaje de Darcy, de Emily Giffin. Se pierde la gracia del Algo prestado y Algo azul; y, además, los nuevos títulos no dan pistas sobre el hecho de que el segundo es una especie de spin-off del primero (quizá esto último lo hicieron a propósito, quién sabe). Por si fuera poco, El viaje de Darcy en particular me parece bastante soso.
- In the Company of the Courtesan – La cortesana, de Sarah Dunant. El título en castellano sugiere que estamos ante una novela histórica sobre la vida de una cortesana. Sin embargo, eso no es del todo exacto, porque el protagonismo de la trama recae en el enano que la acompaña. Cuando la leí me sentí decepcionada porque esperaba otra cosa; de ahí que no lo considere un buen título, en este caso por ser menos fiel al contenido.
- Mockingjay – L’ocell de la revolta (traducción catalana de Sinsajo), de Suzanne Collins. Para que los no catalanoparlantes se sitúen, es como si se hubiera titulado Sinsajo como El pájaro de la revuelta. Por lógica, el título del tercer libro tendría que haber sido Muntagarlaire, el nombre del pájaro, que no negaré que es un palabro de narices, pero un palabro al que el lector ya se había acostumbrado en los dos primeros volúmenes de la trilogía y que tiene un significado en la novela (además, para mi gusto es una palabra preciosa).
- Haunting Jasmine - La librería de las nuevas oportunidades, de Anjali Banerjee. Acechando a Jasmine, aparte de ser un gerundio horroroso, no nos diría absolutamente nada del libro. En cambio, La librería de las nuevas oportunidades transmite una idea clara, atractiva y… fiel al contenido. En la reseña ya comenté lo mucho que ha ganado este libro con el cambio de look, que también incluye una cubierta muy diferente.
- Gillespie and I - La verdad de la señorita Harriet, de Jane Harris. Gillespie y yo hubiera sido un título sosísimo porque pierde la gracia del sonido de las terminaciones inglesas. La verdad de la señorita Harriet no es que me parezca un título especialmente bueno, pero sin duda está mejor para el público castellanoparlante y no deja de ser fiel al argumento.
- An Unnecessary Woman – La mujer de papel, de Rabih Alameddine. Una mujer innecesaria no estaría mal, pero, si tenemos en cuenta el argumento (una anciana que lee, lee y lee), la referencia al papel, acompañada de una cubierta llena de libros, resulta mucho más llamativa. Nos gustan los libros que hablan de libros y esta presentación es un mensaje que nos avisa de que aquí tenemos uno.
- Lighthousekeeping – La niña del faro, de Jeanette Winterson. El inglés se lo puede permitir, pero en castellano un hipotético título El cuidado del faro, Manteniendo el faro y traducciones parecidas sería muy deslucido. La niña del faro suena sencillo y bonito, y es fiel al libro.
- The Undomestic Goddess – La reina de la casa, de Sophie Kinsella. El título en castellano pierde el matiz de que la protagonista es la reina de las torpes en las tareas del hogar, pero no había otra: inventar la palabra «antidoméstica» no hubiera quedado tan bien como en inglés.
- Dreams of Joy – Sueños de felicidad, de Lisa See (segunda parte de Dos chicas de Shanghai). Quien no haya leído ninguno de estos dos libros pensará que es una traducción fiel perfecta, pero hay un dato que tener en cuenta: «Joy» significa felicidad y es, al mismo tiempo, el nombre de la protagonista; por lo tanto, el título original decía más que la traducción. Un ejemplo en el que resultaba inevitable perder el doble significado por las características de cada lengua.