Revista América Latina

La tragedia de ser madre en el primer mundo

Publicado el 11 mayo 2020 por Jmartoranoster

Flavia Riggione

Todos hemos sido informados de cómo la pandemia, desastre para la humanidad, resultó ser una tragedia particularmente aguda para los ancianos recluidos en los que llaman “Residencias Sanitarias Asistenciales”, RSA, en Europa, principalmente en Italia, Francia, España. Tan es así, que llevó a un vocero de la Organización Mundial de la Salud a declarar el pasado mes de abril que, en Europa, casi la mitad de los muertos durante estos meses de la pandemia, son huéspedes de RSA. Y se refirió al hecho de que esas instalaciones, para cuidar ancianos “a largo término”, deben ser revisadas en el futuro inmediato pues han sido protagonistas de una “tragedia humana inimaginable”.

Y, por ejemplo, permítanme referirme a Italia, el país de mis ancestros, en los cuales los analistas calculan, si los muertos en los asilos representan el 40-50%, los fallecidos globalmente en los RSA a lo largo del país, concentrados, pero no sólo, en el desarrolladísimo norte, Lombardía, Piemonte, Emilia Romagna, serían más de 12.000. ¡Y estemos seguros que es mucho más alto!

Y en otro programa de la RAI italiana, escucho una definición bellísima, contrastante, de un presentador, preocupado por lo que ocurría a los ancianos que son, para los italianos, “una fonte inesauribile di saggeza”. Y en verdad es una bella definición de nosotros de la tercera edad, pero que queda, por lo visto, encerrada en una gaveta e ignorada para la práctica realidad de cada día.

Y por supuesto se presentaron denuncias de familiares y se abrieron juicios para estas “casas de reposo”. Residencias donde, por ejemplo, en Lombardía, tenían la obligación, por orden de las autoridades, de aceptar pacientes con covid-19 para aligerar los puestos cama en los hospitales. Otra disposición, de estas regiones tan avanzadas del primer mundo, fue que, posibles ancianos infectados, no deberían ser llevados a los hospitales, sino atendidos en el lugar. No importa si contagiaban otros muchos. Y, además, se hizo notorio que, en muchas, casi todas, de estas instituciones afectadas e infectadas por el virus, no tenían los dispositivos de seguridad obligatorios, como tampoco las visitas restringidas. Así que, personas ancianas, como los que operaban dentro de esas casas, se fueron enfermando uno a uno, muriendo a montones.

Me quiero referir a la calidad de vida en Italia, en Europa, en los que se catalogan como países del primer mundo. Una calidad de vida que hace que, desde 2017, Italia es el segundo país del mundo, luego de Japón, con una mayor población anciana. Casi el 30% de mayores de sesenta años. Pero en el 2050, se prevé que esta proporción suba al 40,3%, cuando 22,2 millones de italianos serán mayores de sesenta años.

Y leo con estupor que estos números son un gran incentivo para lo que llaman una “economía d´argento”, que representa para los grandes financistas una segura y muy arrendaticia inversión. A costa de nuestras canas, digo yo.

Y también me resuenan frases como que la vejez no es una enfermedad, que lleva a colocar a las personas de tercera edad, lejos de la familia, en los cuidados de manos extrañas, de desconocidos, que están ahí solo para cobrar un sueldo.

Siguen reportando que ha sido un espantoso horror esta pandemia del coronavirus con los ancianos, pues se trata de una tragedia, la tragedia de los silenciosos, que cayó sobre hombres y mujeres frágiles, silenciosos, sin palabras y sin derechos. Un silencio donde los empleados, los operadores, son cómplices, y se subordinan a la lógica del capital, de la segura ganancia. Y así, algunos sabios escriben que, “comprometen la atención y el amor para aquellos seres humanos que quisieran concluir sus vidas con dignidad”.

Y, en un país, en un Continente, donde se trabaja tanto, denodadamente, para mejorar la calidad de vida, y llegar a viejo lo más tarde posible, ¿Y para qué? ¿Para encerrarlos en estos centros? nos preguntamos ¿dónde está la familia? ¿dónde está el hijo, la hija, el nieto? ¿Dónde está el amor hacia la madre que los crio, hacia el padre que los creció y ayudó a ser los hombres y mujeres que son hoy día? ¿Dónde queda el así llamado de la sangre?

Esos familiares hoy están por ahí, llorando como cocodrilos y protestando contra las autoridades, contra los directores de esas casas llamadas eufemísticamente “de reposo”: estructuras de asistencia a largo término, hasta morir. Pero los principales responsables de esa tragedia, son los hijos que prefirieron encerrar a sus padres en esas residencias, muchas privatizadas, algunas tal vez bonitas, cómodas, si tienen dinero para costearlas. Y los dejaron en la cueva del lobo, inermes ante la primera pandemia que llegó y no se ha ido.

Y la reflexión: países así llamados del primer mundo, que corren detrás del placer de la vida, de los aperitivos, los amigos, las vacaciones en la playa, religiosamente cada verano, y en la nieve cada invierno, perdieron la sensibilidad y compasión por los padres. Los padres son el origen de nuestras vidas, seres que nos cargaron, alimentaron, nos enseñaron a caminar y a movernos hacia el futuro. Ahora que más nos necesitan, que no logran caminar por si solos pues perdieron ese y otros equilibrios, son descartados como seres incómodos frágiles, que no tienen tiempo de atender. Que se encarguen otros, los del gran capital, los que apuestan por la “economía d´argento”, y calculan futuras ganancias exorbitantes, a costa de la pérdida de la verdadera esencia del ser humano.

Feliz Día de la Madre 2020, a todas las madres de Venezuela, afortunadamente, y ¡gracias a Dios! para algunos, país del Tercer Mundo, pero con ciudadanos que de verdad aún aman, respetan y cuidan a sus ancianos.

Profesora e investigadora (J) Titular de la UCV.

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Flavia Riggione

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