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La Trágica Fiebre Puerperal

Por Manu Perez @revistadehisto

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La Trágica Fiebre Puerperal

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Hasta avanzado el siglo XIX la fiebre puerperal (categoría diagnóstica ya en desuso) era un grave problema de salud pública, debido a la alta tasa de mortalidad materno-infantil durante los partos.

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Las causas de esto se podían atribuir a dos factores: 1) el escaso desarrollo de los métodos antisépticos; y 2) el desconocimiento de los organismos patógenos capaces de transmitir enfermedades.

La Trágica Fiebre Puerperal

En 1773 el cirujano y tocólogo de Manchester, Charles White (1728-1813) publicó Treatise on the Management of Pregnant and lying-in Woman, en el que recomendaba el uso de emulsiones emolientes y antisépticos en el útero cuando se presentaban infecciones, así como la limpieza y ventilación de las habitaciones. Otro cirujano, Alexander Gordon (1752-1799) propuso en su Treatise on the Epidemic Puerperal Fever in Aberdeen que los médicos y enfermeras se lavaran las manos con esmero luego de atender a las parturientas y se fumigaran las habitaciones. Ambos trabajos pasaron desapercibidos en su momento.

Más conocida fue la obra de Oliver Wendell Holmes (1809-1894), acaso por su fama como escritor. El ensayo “On the contagiousness of Puerperal Fever”, que en 1843 leyó ante la Sociedad de Boston para el Progreso de la Medicina, fue duramente criticado por los sectores más conservadores de la profesión. Allí proponía –a diferencia de Gordon- lavarse las manos y cambiarse la ropa antes de atender a las parturientas. A las críticas respondió:

“por lo visto la lógica médica no se enseña ni se practica en nuestras escuelas”[i].

Entre 1844 y 1848 el médico húngaro Ignac Fulop Semmelweis (1818-1865) se propuso estudiar este mal siguiendo rigurosamente el método científico. Hacia 1844 planteó el problema de investigación a partir de la observación de la enorme cantidad de muertes post-parto que se producían como consecuencia de esta patología en la Primera División de la Sala de Maternidad del Hospital General de Viena. El año en que comenzó su investigación se produjeron 260 muertes maternas de un total de 3157 lo que representaba el 8,2%; en 1845 el índice de muertes fue de 6,8% y al año siguiente del 11,4%. Estas cifras superaban a las de la Segunda División, que por los mismos años había presentado cifras de 2,3%, 2,0% y 2,7%[ii]. Las mujeres lloraban pidiendo que no las internaran en esa división.

Por entonces era ampliamente aceptada la explicación de que la fiebre puerperal era consecuencia de «influencias epidémicas» provocadas por cambios «atmosféricos- cósmicos- telúricos» (llamadas “miasmas”) que se extendían por distritos enteros. Otras explicaciones alternativas proponían que:

  1. la causa de las muertes se debía al hacinamiento;
  2. la dieta y los cuidados generales de las pacientes;
  3. una Comisión Ad-Hoc reunida en 1846 atribuyó las muertes a lesiones provocadas por reconocimientos poco cuidadosos que realizaban los practicantes de medicina de la Primera División (mientras que en la otra lo hacían comadronas);
  4. una explicación psicológica sostenía que la aparición del sacerdote acompañado por un acólito que hacía sonar una campanilla producía un efecto terrorífico que debilitaba a las pacientes; y
  5. la posición de las parturientas: mientras que en la Segunda División yacían de lado, en la Primera lo hacían de espalda[iii].

Semmelweis descartó cada una de estas explicaciones basándose en estadísticas, contrastación y comparación de casos.

La explicación le vino en 1847, cuando su colega Jakob Kolletscka, muriera como consecuencia de una fiebre similar a la de las parturientas luego de que un estudiante le lesionara el dedo accidentalmente con un escarpelo con el que habían diseccionado un cadáver. Así llegó a la conclusión de que las parturientas morían de envenenamiento por «sustancia cadavérica» trasmitido por él y sus estudiantes llegados a la Sala de Parto después de haber realizado disecciones en la Morgue, ubicada al lado de la Primera División, sin haberse lavado las manos. Esta hipótesis también servía para explicar la baja mortandad en la Segunda División, ya que ésta era atendida por comadronas que no participaban en la disección de cadáveres. Explicaba además por qué era menor entre los casos de «parto callejero», ya que las mujeres llegaban al Hospital con los niños en los brazos y no debían someterse a reconocimiento.

Inmediatamente dictó una orden por la que todos los estudiantes debían lavarse las manos con una solución de agua y cal (hipoclorito) capaz de destruir la «sustancia cadavérica».  A partir de estas acciones la mortalidad puerperal comenzó a descender hasta el 1,27% en la Primera División en 1848 frente al 1,33% de la Segunda.

Posteriormente, Semmelweis atendió junto con sus colaboradores a 12 parturientas luego de examinar a una mujer que presentaba un cáncer cervical, causando la muerte de 11 de ellas. Este trágico hecho le permitió ampliar su hipótesis: la fiebre puerperal era producida por «sustancia cadavérica» y por «materia pútrida» proveniente de organismos vivos.

Estas hipótesis, aunque incorrectas, resultaron efectivas en la práctica ya que permitieron salvar miles de vidas. Sin embargo la hipótesis fue rechazada por la sociedad médica de Viena que no estaba dispuesta a aceptar estas nuevas ideas. Tampoco tuvo eco en los países anglosajones, donde lo acusaron de copiar las ideas de médicos y científicos británicos y norteamericanos que habían llegado a conclusiones similares.

Finalmente renunció a su cargo y regresó a Hungría, donde publicó Die Aetiologie der Begriff und die prophilexis des Kindbettiebers (Sobre las causas y prevención de la Fiebre Puerperal), que pasó desapercibido. Tras ejercer como médico y profesor de Obstetricia en la Universidad de Pest, tuvo una crisis nerviosa –acaso causada por la sífilis- que llevó a su internación en un Asilo Mental, donde murió dos semanas después, posiblemente por una paliza que le dieron los guardias.

Por entonces la «teoría microbiana» de Louis Pasteur (1822-1895) y la «teoría celular» Rudolf Virchow (1821-1902) comenzaban a tener más aceptación en círculos médicos y científicos[iv]. Aplicadas estas ideas a las de Semmelweis, se pudo reducir el número de muertes en las salas de operaciones. Semmelweis fue reivindicado entonces como “el Salvador de las Madres”.

Cincuenta años después de su malhadada conferencia de Boston y ya conocidos los trabajos de Semmelweis y Pasteur, Wendell Holmes escribiría:

“antes que yo otros levantaron la voz clamando contra el terrible enemigo, pero yo grité más alto y por más tiempo… antes de que el pequeño ejército microbiano se pusiera en marcha dispuesto a apoyar mi posición”[v].

Ejército que comenzaría a retroceder en los años siguientes, cuando Joseph Lister (1827-1912) y sus discípulos perfeccionaron los métodos antisépticos, haciendo que la sala de operaciones dejara de ser un peligro comparable a los campos de batalla.

Autor: Luciano Andrés Valencia para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

[i] Guthrie, Douglas; Historia de la Medicina, Buenos Aires-Barcelona, Salvat, 1947, p. 389.

[ii] Hempel, C.; Filosofía de las ciencias naturales, Buenos Aires, Alianza, 1966, cap. 2.

[iii] Hempel, C.; Filosofía de las ciencias naturales…, op. cit., cap. 2.

[iv] Curtis, Helena; Barnes, N. Sue; Schnek, Adriana y Flores, Graciela; Biología, 6° edición, Buenos Aires, Panamericana, 2005, pp. 15-16, 106.

[v] Guthrie, Douglas; Historia de la Medicina.., op. cit., p. 389.

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