Siempre que termino un buen libro de poemas (y acabo de terminar La trama de los días, con el que Ramón Bascuñana obtuvo el premio Juana Castro, que sin duda lo es) me encuentro con la misma inquietante pregunta: ¿y ahora qué digo? ¿Cómo puedo explicar a los lectores que estas páginas son excelentes, y que el poeta alicantino (al que no veo en persona desde hace mil años) es un magnífico autor? Porque con las novelas y con los relatos, ciertamente, lo tengo muchísimo más fácil, porque siempre puedo referirme a las historias del volumen, a la solidez de los argumentos, incluso a la construcción de los personajes; pero con un libro de versos todo es tan difícil de definir como la música. ¿Cómo se le explica a una persona que cierto réquiem o cierto cuarteto o cierta cantata la va a conmover? Confieso mi impotencia para resolver ese enigma.
Pero el caso es que he leído los versos de Ramón Bascuñana y he sentido cómo la música de sus endecasílabos y de sus encabalgamientos me iba convenciendo; he sentido cómo sus referencias culturales (muchas de ellas compartidas: Machado, Zenobia Camprubí, Cioran, Borges) provocaban mi aplauso; y he sentido también cómo sus ciudades, sus viajes, sus reflexiones sobre los puentes de la vida o sobre las carreteras secundarias me dejaban en ese silencio final que todo gran poema consigue crear en el corazón y en la mente de quienes lo leen en voz alta (yo he leído este poemario en voz alta, caminando por el pasillo de mi casa). Por eso sé que he tenido el privilegio de leer una obra magnífica, llena de una serenidad lánguida y de una melancólica lucidez; y me desazona no atinar con un modo contundente de decirlo. Tal vez serviría decirles que abran el volumen por la página 14 y lean “Retrato apenas esbozado de Zenobia en Puerto Rico hacia 1955”; o que paseen hasta la página 45 y se adentren en “El puente”. Pero creo que el mejor consejo es que se acerquen hasta el poemario, lo abran y dejen que sus palabras se les vayan colando por los ojos.
Afirma el autor en la página 24 que “la infelicidad / es el estado poético por excelencia”, pero confío en que esa oración no muestre tintes autobiográficos, porque entonces seríamos los lectores quienes nos sentiríamos infelices ante un poemario tan, tan, tan hermoso como este.