Hace unos días en el transcurso de un pequeño ejercicio donde exploramos las estrategias que nos ayudan a ser efectivos, una persona afirmó contundentemente: la transparencia.
Estuve muy de acuerdo, la transparencia, incluso ante su definición más amplia, es muy beneficiosa para la efectividad. En lo personal, esta transparencia la entiendo como la claridad en tus horizontes más elevados, en tus propósitos, en el no autoengañarse, tal y como ya lo introducía en un post anterior.
Hoy me apetecía reflexionar no tanto en el plano personal, sino en el de los equipos y organizaciones. El viejo mantra de «la información es poder», como antítesis de la transparencia, desde mi punto de vista, ha quedado ya obsoleto. Que la información no fluya supone un grave obstáculo, precisamente, para que todo fluya.
Ser transparentes en, por ejemplo, lo que pretendemos, lo que vemos, lo que queremos, o simplemente explicando lo que estamos haciendo, es clave para que una organización sea realmente efectiva. Qué se quiere hacer, por qué y para qué se quiere hacer o cómo se quiere hacer, son cosas que no tienen porque ser evidentes si no se explican bien. La comunicación efectiva -real- es imprescindible.
Efectividad es hacer bien las cosas correctas. ¿Cómo sabremos que estamos haciendo lo correcto si no tenemos toda la información? ¿Cómo decidiremos bien si tenemos «lagunas»?
Si nos falta información, difícilmente podremos hacer, o como mínimo, casi seguro que no podremos hacer, ni bien, ni las cosas correctas. En estas condiciones, si acertamos, será casi producto del azar.
Y lo mejor que puede pasar es que nos demos cuenta, paremos y pidamos más detalles. En caso contrario iremos «rellenando» estos vacíos de información con aproximaciones o suposiciones, con altas probabilidades de estar alejándonos de lo que tenía que ser. Justo lo contrario de lo que significa efectividad.
Ya de por sí, y por definición, tenemos más trabajo que tiempo, estamos como para ir arrojando recursos por la borda…
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