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La TraviataEste fragmento pertenece a la sinopsis argumental de la ópera La Traviata, una de las obras cumbres del compositor italiano Giuseppe Verdi. Se trata de una pieza en tres actos, el segundo de los cuales se divide en dos cuadros, con libreto de Francesco Maria Piave basado en la novela La dama de las camelias de Alexandre Dumas hijo. Se estrenó el 6 de marzo de 1853 en el teatro veneciano de La Fenice.
Fragmento de La Traviata.Edición de José Luis Téllez.Sinopsis argumental.ACTO PRIMEROFiesta en casa de Violetta Valéry: Gastone presenta a la anfitriona a un admirador, Alfredo Germont, que se ha interesado por ella vivamente en los días en que la cortesana se hallase enferma. Invitado a brindar, el joven entona un canto que glorifica la embriaguez del amor y de la belleza, respondido con voluptuosidad por la mujer que, inesperadamente, se siente desfallecer de forma súbita en medio de la báquica exaltación. Retíranse los invitados camino del cercano salón de baile: solos Violetta y Alfredo, éste le declara sin ambages la vehemente pasión que le posee desde el día en que la viese por vez primera. Ella, que afirma ser incapaz de amar, sólo le promete amistad; pero no puede evitar sentirse atraída por él, hasta el extremo de invitarle a retornar al siguiente día. Regresan los asistentes para la definitiva despedida, quedando Violetta sola, presa de emociones encontradas: el ímpetu de un deseo de entrega absoluta a la plenitud de un amor correspondido se contradice en su corazón con la voluntad de aturdirse sin freno en el goce inmediato, efímero y sin ataduras. La voz del hombre —ensoñada, imaginada, o escuchada tal vez realmente desde la oscuridad exterior— acentúa la imposibilidad de acuerdo entre los términos de esa disyuntiva.ACTO SEGUNDOCuadro primeroSalón de una casa de campo en las cercanías de París. En su monólogo inicial, Alfredo glosa el júbilo de su vida con Violetta, emprendida hace ya tres meses. La llegada de Annina, sirviente de la hoy redimida cortesana, le revela lo que, en el aturdimiento egoísta de su dicha, no ha sabido ver: que es la mujer, pignorando secretamente sus cada vez más menguadas posesiones, quien sostiene aquella existencia recoleta, dispendiosa y feliz. Avergonzado y arrepentido, marcha de inmediato hacia París a la urgente busca de dinero. Violetta llega para despachar el correo: desdeña una invitación de Flora, su antigua cómplice de correrías, cuando, de manera inopinada, se presenta Giorgio Germont, el padre de Alfredo, que la acusa de arruinar a su hijo anonadándole en la frivolidad y el desvarío, lo que es contradicho por Violetta mostrándole las escrituras de venta de sus propiedades. Germont, confuso, se disculpa por su injusticia, comprendiendo la honradez de una mujer que, de no ser por su pasado turbulento, sería la esposa ideal de su hijo. Pero es precisamente esa condición, pretérita pero imborrable, la que hace que venga dispuesto a pedirle un sacrificio: que rompa con Alfredo, a fin de contribuir a que su otra hija pueda casarse de manera respetable, objetivo que se vería en peligro de persistir esta relación prohibida. Violetta, horrorizada, se siente morir, se niega, suplica: Germont también le ruega, insiste, no cede en su demanda. Violetta concluye por ceder, implorando del padre que, al menos, algún día pueda hacerse público el motivo de su abandono para que su memoria sea vindicada. Sale Germont y, cuando la mujer se ha sentado a escribir la carta de ruptura, Alfredo retorna, manifestándose perplejo ante la agitación indisimulada de su amante que, con ardorosa celeridad, huye, pidiéndole por última vez que la ame y que la recuerde y que no olvide que ella le ha amado como a nadie amó. Reaparece Germont cuando Alfredo ha leído la carta y trata de aliviar su desesperado abatimiento intentando avivar la dulce memoria de su lejana tierra natal. Pero Alfredo nada escucha: seguro de que Violetta ha huido con el Barón Douphol, su antiguo protector, parte precipitadamente hacia París seguido de su padre.Cuadro segundoUn baile de máscaras en los salones de Flora Bervoix: apenas han pasado unas horas, pero la noticia de la ruptura de los amantes ya alcanza la Ciudad del Sena, comunicada por el Marqués de Letorières, amante de Flora. Un grupo de invitados, disfrazados de toreros y gitanas, interrumpe el desarrollo de los acontecimientos con sus evoluciones: a su término, llega Alfredo fingiendo gélida indiferencia. Se acomoda en una mesa de juego cuando, del brazo del Barón, entra Violetta: aquél se muestra contrariado por el encuentro. Empero, siéntase a jugar con el joven que, poseído por un oscuro vértigo, gana tres manos consecutivas en medio de una gran tensión contenida que aterroriza a Violetta, espectadora impotente del metafórico desafío. Un mayordomo anuncia la cena: salen todos, pero, tras unos instantes en que la sala queda vacía, vuelve Violetta, que ha pedido discretamente a Alfredo que la siga: éste llega a ella y le ruega que huya, dándole a entender que el Barón busca su muerte. El joven accede si ella está dispuesta a acompañarle, a lo que Violetta se niega, mintiéndole con desesperado esfuerzo sobre su relación con Douphol. Alfredo, definitivamente despechado, llama entonces a gritos a los asistentes, que acuden presa de estupor y alarma: ante todos, Alfredo arroja el dinero ganado en el juego a los pies de Violetta, que se desmaya, mientras Germont, llegado en tal instante en seguimiento de su hijo, le recrimina ásperamente su proceder, sabedor de la nobleza de la mujer, aunque no pueda declararla: en el último momento, el Barón arroja su guante a la cara de Alfredo.ACTO TERCEROArruinada, solitaria, sin más compañía que la fiel Annina, Violetta agoniza en la mañana de Carnaval. Consciente sobre su inexorable fin, se ha hecho visitar por un sacerdote el día precedente. El Doctor Grenvil confirma el funesto pronóstico en un aparte ante la desolada sirviente. Sale y Violetta pide a Annina que reparta entre los pobres la mitad del dinero que le queda. Una vez sola, relee una carta de Germont en que éste, tras reconocer la honradez de su comportamiento, le notifica el duelo entre el Barón y Alfredo, del que éste salió incólume; no así aquél, aunque ya se encuentra fuera de peligro. Alfredo se ha visto obligado a huir del país para evadir la acción de la justicia, pero ha sido informado del porqué de la actitud de su amante y ha decidido retornar en cuanto le sea posible para unirse definitivamente a ella; pero la evidencia de su total ruina física hace a Violetta imposible la esperanza en una futura unión, reflexionando su dolorido adiós al pasado. Una comparsa callejera pone ácido contrapunto a su desdicha. Vuelve Annina acompañada por Alfredo, que ha regresado de su exilio decidido a unir su destino al de la infeliz mujer. Movida de la engañosa exaltación, Violetta se yergue y trata nuevamente de vestir su antiguo traje de fiesta, aquél con el que conociese a Alfredo, único resto que aún conserva de su pasado esplendor; pero ya es tarde, su debilidad le impide permanecer en pie y se desploma, exhalando su último suspiro en los brazos del joven y ante la impotente mirada de Germont, Annina y el Doctor.Fuente: Verdi, Giuseppe. La Traviata. Edición de Téllez, José Luis. Madrid: Ediciones Cátedra, 1992.
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