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Hoy será la cuarta y última representación de La Traviata en Almansa. Los más de quince días de música envolviendo y elevando el nombre de nuestra ciudad se aproximan a su término. Lo dije hace unos días y lo repito, aunque supongo que no descubro nada con ello y muchos -más conocedores que yo de la inmensa calidad de lo ofrecido durante estos días en este lugar fronterizo desde donde la meseta castellana inicia su búsqueda del mar-, aquellos que conocen las claves para otorgar la etiqueta de la buena música, compartirán conmigo la afirmación de que este Festival Internacional está llamado a convertirse en una referencia del panorama musical español. El tiempo, la perseverancia de su fundador y alma, Martín Baeza, la generosidad de la Fundación que lo sustenta y la amistad que une y recorre a músicos, cantantes y artistas que se entregan desinteresadamente, terminarán logrando este objetivo. Pocas ciudades de la entidad de Almansa podrán exhibir el orgullo de acoger un certamen de estas características.
El pasado domingo tuve la fortuna de poder asistir al Teatro Regio y disfrutar con la tercera representación de La Traviata. Mis elogios tienen más que ver con la emoción que con el análisis crítico, pues la música que emergía del foso y se trasladaba a los oídos del público traía notas y acordes, pero también vibraciones impactantes y entusiasmo ante lo bello. Porque las voces de Jacquelyn Wagner - Violetta, José Manuel Montero - Alfredo Germont o Markus Brück - Giorgio Germont, entre otros muchos, colmaban todos los rincones del teatro y toda la capacidad admirativa de los que allí nos congregamos. Fue, sencillamente, magnífico.