Revista Opinión
Cuando en cualquier foto o vídeo veo la trayectoria de un misil que se dirige a su objetivo, me produce escalofríos solo pensar que su impacto tenga un destino inequívoco: matar, destruir.
Recuerdo aquel error en un objetivo que destruyó un Hospital, entonces sale de mi interior una rabia irrefrenable ante quien fabricó ese artefacto.
Desde luego, dicha fabricación de armas está pensada para poder venderlas y así obtener un 'jugoso' beneficio.
Veo en la trayectoria de cualquier artefacto un doble juego malévolo, uno por parte del vendedor y otro del comprador. pero eso no es todo.
Es indudable que la industria armamentística es muy 'importante' para los países, ya que el agorero de turno me dirá que esa industria da muchos puestos de trabajo.
Entonces irremediablemente pienso en los muertos que producen cuando se lanzan las bombas que esos trabajadores han confeccionado.
¿No estamos ante una locura de la mente humana? ¿Es que no es mejor emplear todo ese gasto de armamento en invertir en granjas productoras de alimentos, para dar de comer a una pléyade de niños, mujeres, ancianos, trabajadores y población en general?
¿Es que no somos conscientes de que la supremacía de un país no está en aniquilar al otro, al mal llamado enemigo?
¿Los enemigos no son los mismos que venden ese armamento para que la trayectoria vuelva a nosotros y esas mismas armas nos maten? ¿A qué juegan los grandes mandatarios del mundo?
Fabricantes, vendedores y compradores forman un bucle diabólico.
Al final nos aniquilarán con la trayectoria.