Felipe González, en la vejez, se ha hecho un millonario cobarde que ha olvidado que en tiempos dramáticos, todo el que no es valiente y osado es cobarde. Su deber como socialista y español es combatir abiertamente a un Pedro Sánchez que está destrozando España, pero no se atreve y sus críticas al sanchismo son suaves y poco dañinas. Lo mismo ocurre con la mayoría de los históricos socialistas, aquellos que destacaron en el pasado, cuando el PSOE era un partido, no un contubernio de miserables. Entonces los socialistas amaban a España, conservaban ciertos valores y respetaban bastantes reglas de la democracia. Hoy, bajo el sanchismo, todo eso ha saltado por los aires y el PSOE se ha convertido en poco más que una banda que se reparte los despojos de España. ---
Es cierto que Felipe ya ha dicho que la amnistía no cabe en la Constitución, pero lo ha dicho con la boca chica, sin llegar a la conclusión lógica de que si Sánchez se empeña en lograr la amnistía para sus amigos desleales, el pueblo debe luchar contra esa ignominia y obligarle a dimitir.
La cobardía actual de Felipe González es un drama para España porque nadie como él puede frenar los desmanes y abusos del sátrapa Sánchez, el tipo que ha convertido al PSOE en una jauría. Felipe, que conserva todavía algún respeto y autoridad moral dentro del socialismo, está en contra del sanchismo, pero no es capaz de condenarlo con la contundencia que merece y cuando emite críticas las hace con palabras suaves, que apenas hacen daño.
Ante la brutal expulsión del PSOE de Nicolás Redondo Terreros, ordenada directamente por Pedro Sánchez, Felipe ha dicho que quien «no es controvertido es que traga con todo», cuando debería haber sacado el hacha, en defensa de España, de su partido y de los viejos valores, afirmando, por ejemplo, que nunca votará socialista mientras el sanchismo lo gobierne o que el Rey nunca debería firmar una ley de amnistía, aunque el gobierno se la presente.
Sánchez ya no disimula su alma de tirano y expulsa del Partido a Nicolás Redondo, por crítico. Cuando un sátrapa empieza a cortar cabezas es porque tiene miedo y sabe que su poder se extingue. Siempre ha sido así en la Historia.
Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo, Ramón Jáuregui y otros muchos históricos del PSOE tienen que ser más contundentes en sus condenas a Pedro Sánchez. España necesita que su oposición al sanchicomunismo sea potente y estruendosa, como lo es el sanchismo con sus maldades y abusos.
El único histórico que muestra cierta contundencia en sus condenas a Sánchez es Joaquín Leguina, ex presidente de la comunidad de Madrid. El resto, incluído Alfonso Guerra, envueltos en un miedo que huele a cobardía, cuidan sus palabras para no herir demasiado al sátrapa, quizás porque conocen que su furia es demencial.
España está en grave peligro y ha llegado la hora de los verdaderos líderes, de hombres y mujeres capaces de capitanear la resistencia contra el abuso y la maldad, que salven a España, que se enfrenten a la destrucción del orden constitucional y que reconviertan al PSOE en un partido al servicio de España, no de un loco sin control, obsesionado con el poder y envilecedor de todo lo que toca.
Felipe González, ante la sucia y miserable expulsión de Nicolás Redondo, ha recordado que el padre de la Víctima, el viejo Nicolás Redondo que comandó la UGT durante décadas, le organizó a él, siendo presidente del gobierno, una huelga general terrible, pero que nunca se le ocurrió vengarse expulsándolo del partido.
Contar ese ejemplo está bien, pero tiene que ir más lejos, tiene que decir claramente a los españoles que el actual PSOE ya no es socialista sido una jauría depredadora que lo rompe todo y que también está rompiendo a España, a la Constitución, a la convivencia, al espíritu de la Transición, a las instituciones y a lo que constituye la esencia de una patria, que es la unidad y la igualdad ante las leyes y el gobierno.
Felipe González debe coger su fusil, como lo cogió en Suresnes, y capitanear la reacción de resistencia y dignidad ante el peor político que ha tenido España en siglos, un depredador que se ha colado en la Moncloa, apoyado por millones de descerebrados suicidas.
Francisco Rubiales