Revista Comunicación

La triste hostoria de Malcom en Tussam

Publicado el 25 marzo 2010 por Jackdaniels

Os voy a contar la historia de Malcom... ponedle vosotros la letra que falta. Malcom tiene la suerte, o la desgracia quién sabe, de trabajar en Tussam. Cuando alcanzó la edad en la que no se sabe por qué clase de iluminación divina pensamos que la vida empezará a sernos más apacible, es decir, cuando los niños son ya mayores, contrajo una enfermedad que le arrastró a una Invalidez Permanente Total. Una putada, vamos.

Por suerte de no se sabe qué apartado de un artículo esquivo de la ley de turno, Malcom puede ser requerido por la empresa para trabajar unas horas al día en un puesto diferente al que ocupaba con anterioridad. No es que sea mucho, pero algo ayuda.

Malcom, en su etapa anterior, había sido un señalado sindicalista, alguien que no se conforma con la verdad impuesta por decreto y, cuando regresó, no renunció a seguir ejerciendo lo que ya se había convertido en parte de su personalidad. Y ha regresado en pleno estallido del conflicto en el que estamos inmersos. Mala suerte.

Así que Malcom, desde el primer día tomo una posición sin preocuparse si esa visibilidad le beneficiaba o no. Lo destinaron a una terminal céntrica de líneas donde expuso sin ocultismos aquello que pensaba sobre lo que sucedía a cada instante ante todo compañero que intercambiaba unas frases con él. Y comenzó a crear opinión, nada favorable a los postulados de la empresa por cierto. Por allí pasaban al día un elevado número de compañeros y la voz de Malcom no es de las que no se dejan escuchar.

Porque corre más una lengua larga que un AVE propulsado por energía nuclear, las actividades de Malcom no tardaron en llegar a oídos del jerifalte de turno y de su más fiel discípulo en el frente sindical, uno en cuyo imaginario de sociedad ideal tampoco tiene un lugar preeminente la libertad de expresión. Acababa de caer en desgracia sin apenas darse cuenta.

Tan sólo bastó una charla en mitad de un patio desértico para que Malcom, por obra y gracia de no se sabe qué mandamiento divino, fuese trasladado a desempeñar sus funciones en la única y solitaria terminal de línea de uno de los barrios más conflictivos de esta ciudad, uno de esos a los que terminan por calificarlos desde los titulares de los medios como ciudad sin ley para vergüenza de los regidores locales. Reveses que tiene la vida cuando menos te lo esperas.

Malcom, resignado, acudió al encuentro de su sorpresivo nuevo puesto de trabajo. A los pocos días fue asaltado por dos individuos que intentaron robarle y le propinaron una tremenda paliza que le destrozó el uniforme y le ocasionó una luxación en un brazo, además de otras contusiones.

Los dos individuos que conversaron a solas en un patio desértico en el que reposaban los autobuses agotados pueden sentirse orgullosos de su trabajo. Malcom se encuentra de baja, ahora no puede decir lo que piensa a los demás compañeros.

Aunque al menos tenemos la suerte de que a Malcom no le ha dado todavía por colgarse de una viga de su casa. Eso que nos llevamos.



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