Revista Psicología

La tristeza

Por Gonzalo

La capacidad de recuperar la esperanza tras los obstáculos y de rebotar hacia una visión optimista de la vida no es algo que esté dentro de nosotros, ni tampoco fuera. Está a medio camino, porque el desarrollo individual está ligado al desarrollo social. Un momento de vulnerabilidad personal puede agravarse o apaciguarse gracias a nuestros encuentros emocionales y sociales. Los niños que no han logrado convertirse en adultos psíquicamente sanos no son necesariamente aquellos que tuvieron que soportar las circunstancias más difíciles, sino aquellos que encontraron menos apoyo por parte de los demás, aquellos que estuvieron más aislados.

Las grandes tristezas no desaparecen, sólo mutan en algo que nos acompaña el resto de la vida. Algunas veces forman una cicatriz saneada, bien cerrada. Otras son como un volcán dormido, algo que nos habita a todas horas y nos arrincona sin remedio. Quedamos a la espera triste, indefinida, de que la vida, un día, pueda recuperar su espacio. Volver a la vida es el reto diario que plantea la tristeza. Tal vez por ello algunas leyendas cuentan que el undécimo mandamiento de la iglesia primitiva giraba en torno a esta emoción: el reto consistía no en evitar la tristeza, sino en saber cómo mirarla a la cara y transformarla. Los pecadores, resignados, eran aquellos que no eran capaces de recuperar el espacio vital robado.  “Cuando aprendes tus lecciones”, decía Elizabeth Kübler-Ross, “el dolor se va”.  Y añadía: “Las personas maravillosas que he conocido han sufrido la derrota, el sufrimiento, la lucha, y sin embargo han encontrado una salida a su dolor. Estas personas muestran un conocimiento y una apreciación de la vida que las llena de compasión, de ternura y de amor. Las personas maravillosas no existen porque sí”.

fuente: INOCENCIA RADICAL  (ELSA PUNSET)


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