Título: La Tristeza del Samurái
Autor: Víctor del Árbol
Editorial: Al Revés
Año de publicación: 2011
Páginas: 411
ISBN: 9788467245394
En
octubre descubrí a Víctor del Árbol
con Un millón de gotas,
su cuarta y última novela, y no he podido esperar más para repetir
con este autor que me tiene fascinada. Por eso en la última visita a
la biblioteca cogí La Tristeza del Samurái,
su segunda novela. Un libro que aunque no me ha gustado tanto como el
anterior sí que me ha hecho disfrutar mucho y me ha dejado con ganas
de seguir leyendo a este gran escritor que con solo dos obras ya se
ha convertido en uno de mis favoritos. Una
vez más nos encontramos con dos tramas, separadas en el espacio y en
el tiempo.
Dos hilos argumentales que nos atraen por igual, con el
mismo peso, la misma importancia, el mismo interés y, sobre todo,
dos hilos que se entrecruzan, se entretejen y nos atrapan como una
tela de araña.
En
diciembre de 1941, en Mérida, conocemos a la familia Mola. El
marido, Guillermo, es un poderoso falangista que hace y deshace a su
antojo, sembrando el temor y el miedo, haciéndose respetar a base de
fuerza, violencia e injusticia. Su esposa, Isabel, es una mujer
atrapada, acorralada por su marido y la red que ha tejido a su
alrededor. Quiere escapar, huir, pero no sabe cómo. Y quiere hacerlo
no solo por ella, también por sus hijos. Fernando tiene 19 años y
es un joven que aunque quiere no puede enfrentarse a su padre.
Andrés, con tan solo 10 años, es un niño especial, diferente,
sobreprotegido, que vive en su mundo de samuráis, su mayor pasión y
obsesión.
Y
justo cuando Isabel se arma de valor para intentar huir, es
asesinada. Junto a Guillermo Mola está Publio, su mano derecha, su
perro guardián, alerta, fiel, siempre dispuesto a obedecer las
órdenes de su amo, sean las que sean. Ninguno de los dos tienen
escrúpulos, ni conciencia, ni sentimientos. Únicamente una ansia
desmedida y enfermiza por el poder.
En
mayo de 1981, en Barcelona, conocemos a María Bengoechea, una joven
abogada de prestigio que agoniza en una cama de hospital. Sabe que
son sus últimos días, pero ya nada le importa. Está demasiado
cansada después de todo lo que le ha tocado ver y vivir en los
últimos meses. A su lado únicamente están Gabriel, su padre, un
viejo también moribundo, condenado, casi vegetal, con el que nunca
se ha llevado ni bien ni mal porque ninguno de los dos son capaces de
expresar lo que sienten el uno por el otro. Demasiados silencios
durante demasiados años. Y Greta, su colega de bufete y su compañera
sentimental, su refugio de Lorenzo, su marido, uno de sus muchos y
grandes errores.
Y
en medio de todos ellos está la familia Alcalá. Marcelo, un maestro
rural que daba clases al pequeño Andrés. Su hijo César, un
inspector de policía de Barcelona dispuesto a hacer lo que sea para
encontrar a Marta, su hija, desaparecida años atrás.
¿Qué
relación existe entre las tres generaciones de los Alcalá, una
familia maldita, víctima de demasiado sufrimiento, desgracias y
dolor durante mucho, muchísimo tiempo, con la familia Mola? ¿Y qué
tienen que ver María y su padre Gabriel con los Alcalá o con los
Mola? ¿Qué papel desempeñan personajes como Ramoneda, Recasens o
Marchán en este puzle tan bien estructurado?
Eso
es lo que tendremos que descubrir los lectores mientras devoramos las
páginas casi sin darnos cuenta. Tengo que confesar que me costó
entrar en la historia, esta vez no me enganchó desde el principio,
me costaba saber quién era quién. Pero al final la trama, porque
aunque dividida en el tiempo es una, tan entrecruzada está, me
atrapó sin remedio.
Los
personajes no me han resultado tan cercanos, complejos, profundos y
bien perfilados como en Un
millón de gotas. María
me ha caído bien, pero nada más, no he logrado sentirme
identificada con ella. Y el resto de personajes me han provocado
aprensión, odio, repulsa, asco... Todos excepto César Alcalá, por
el que en todo momento he sentido una predilección que se ha
extendido a toda su familia.
No
sé muy bien cómo explicarlo. La trama, la historia me gustaba, me
enganchaba y fascinaba, pero no llegaba a conectar del todo con los
personajes. En todo momento he sentido que era espectadora, testigo,
a distancia, desde fuera y desde lejos, no estaba dentro de la
historia, tan solo en la superficie.
Al
leer el final y cerrar las páginas me quedé con una sensación de
desasosiego, de vacío. Pero he estado dándole muchas vueltas a todo
este asunto y me he dado cuenta de que no era algo negativo, si no
todo lo contrario. El autor consigue transmitir tan bien cómo son
los personajes que todo eso llega al lector con demasiada fuerza,
demasiada brutalidad e intensidad que, como me ha pasado a mí,
muchas veces cuesta asimilar y digerir y la gran maestría del autor
puede llegar a confundirse con un regusto amargo en el lector.
Porque
no resulta fácil conectar con personajes atormentados durante
cuarenta años por los recuerdos del pasado. Un pasado que llega
hasta el presente y lo llena de odio, rencor, venganza, dolor, culpa
y sufrimiento.
De
todo eso y de mucho más nos habla esta historia de traición y
lealtad, de poder y de corrupción, porque todos, en mayor o menor
medida, estamos podridos y sucios por dentro. Nadie escapa a la
maldad. Y aun así, ¿es posible el perdón, el olvido, la redención
o el amor?
Si
tengo que ponerle un pero a esta novela es la ambientación histórica
porque aunque la División Azul me ha parecido necesaria, útil y
bien utilizada en la historia, con el intento de golpe de Estado del
23-F me ha ocurrido todo lo contrario. No me ha aportado nada y me ha
resultado innecesario y totalmente prescindible.
Sin
duda me quedo con la trama y con el estilo de Víctor del Árbol.
Impecable, cuidado, exquisito y, al mismo tiempo, cercano, intenso,
visceral. Una novela que os recomiendo por el estilo, pero también
por la historia y por los personajes. Eso sí, no os extrañéis ni
os preocupéis si os deja un mal sabor de boca cuando la terminéis.
Es triste, dura, cruel. Y nadie somos capaces de escapar a la
tristeza, ni siquiera los samuráis.
Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.