Si has entrado a esta web, si estás leyendo esta entrada ahora mismo, poco hay que yo pueda contarte ya sobre La tumba de las luciérnagas, el filme de animación de Isao Takahata estrenado en Japón en 1988.
Todo fan del Studio Ghibli que se precie de serlo lo ha visto, ha sufrido con Seita y Setsuko y, probablemente, ha sentido en su boca un sabor amargo al terminarlo. Me atrevería a decir que, de haberse estrenado diez años después, con la globalización audiovisual en pleno apogeo, Takahata compartiría ahora con Hayao Miyazaki el honor de haber conseguido un premio Óscar.
De lo que quizás no sepáis tanto es de la novela corta en la que se basa, una obra del escritor Akiyuki Nosaka publicada en 1967. La intención de este artículo es descubrírosla, animaros a leerla para que, como yo, disfrutéis aún más de la obra cumbre de Takahata.
Portada del libro editado en España
Al terminar de leer La tumba de las luciérnagas, la primera idea que acudió a mi mente fue que la película adapta de forma magistral el texto. Su extensión ayuda bastante, ya que con sus 53 páginas no es difícil adaptar todo el contenido. Si acaso, la novela me ha parecido aún más cruda que el filme. Nosaka no se anda con remilgos a la hora de mostrarnos el horror del Japón de la posguerra; su estilo es duro, seco, rico en detalles que uno quizás no quisiera conocer, pero que a fin de cuentas están ahí nos guste o no.
Otra de las características de la narración es lo confusa que puede resultar. Nosaka construye largos párrafos, en ocasiones sin un solo punto y seguido, en los que constantemente enlaza ideas o cambia al protagonista de la acción de improviso. Que no os extrañe si, al leer el libro, tenéis que volver a repasar un pasaje para comprenderlo totalmente.
Pero, ¿podemos culpar acaso al autor? Yo no lo haría, ya que soy consciente de que se trata en parte de una novela autobiográfica. La familia de Nosaka padeció los estragos de los bombardeos en Kobe durante la Segunda Guerra Mundial, pereciendo su padre adoptivo. Dos de sus hermanas también sucumbieron víctimas de la enfermedad y el hambre, al igual que la pequeña Setsuko. Las tres viven ahora para siempre gracias a las palabras y la animación.
Resulta imposible, no obstante, saber hasta qué punto la adolescencia de Seita fue la suya propia. Posiblemente él también tuvo que hacer frente a experiencias en las que vio lo mejor del ser humano, reflejado en la lucha de sus hermanas por sobrevivir; pero también lo peor, soportando la codicia y la desesperación de los demás supervivientes.
Creo sinceramente que Nosaka quiso liberarse a través de la narración de sus propios fantasmas, pero sin entrar en mensajes antibelicistas explícitos, simplemente contando una historia que bien podría ocurrir después de cualquier conflicto armado. Y Takahata le ayudó en su propósito recreándola fielmente, dándola a conocer a todo el mundo y, por supuesto, demostrando una vez más que la animación es una forma tan válida como cualquier otra de contar historias adultas.
Tal y como comenté en el segundo párrafo, este libro me ha ayudado a disfrutar más de la historia, principalmente al congraciarme con Seita. La tumba de las luciérnagas me gustó en su día, pero al terminarla no pude evitar pensar que las cosas no tenían que haber sido así, que la tragedia se produjo en gran parte por el orgullo del hermano mayor. Sin embargo la novela me ha dejado claro que el desenlace era inevitable y que, con sus acciones, Seita sólo quería lo mejor para Setsuko.
Akiyuki Nosaka, el autor
Si os interesa haceros con el libro, la editorial barcelonesa Acantilado lo editó en España en 1999 junto a Las algas americanas, otra novela breve de Nosaka.
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* Israel Vallejo es redactor de Koi-nya
y autor de IsraVallejo.com
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