Aunque fueron escritas con diferencia de días, a finales del año 1967, las dos novelas que la editorial Acantilado une en este libro son muy distintas. Unidas, eso sí, por un fondo común, que es el sentimiento de pérdida de la dignidad nacional del Japón, que se mantiene sorprendentemente vivo en una novela más de veinte años después de la guerra.
En "Las algas americanas", y con el pretexto de la visita de un matrimonio americano a una japonesa que habían conocido durante sus vacaciones en Hawai, ese acercamiento toma la forma de los continuos flashbacks que Toshio, el marido, hace recordando sus duros momentos de postguerra, la humillación y el hambre del vencido. Recuerdos que contrapone a la nueva humillación que siente por tener que agradar a los recién llegados americanos. Sin embargo, el tema en este caso está tratado con bastante e irónica acidez, e incluso con un toque de humor. Pero su mayor valor como relato es resumir ese sentimento del Japón postbélico.
No es el caso de "La tumba de las luciérnagas": el estremecedor relato de la muerte por hambre de dos hermanos, Seita, de 14 años y su hermana Setsuko, de 5. En un Japón devastado por la guerra y la escasez, el sufrimiento de estos dos niños y la falta de solidaridad con ellos es el símbolo de una nación caída, y también de la abyección humana.
A pesar de ser uno de los libros más tristes que he leído en mi vida, está magníficamente escrito, con una crudeza descriptiva que provoca un enorme desasosiego.
Yo, a pesar de todo, les recomiendo que lo lean. Cuando lo hayan hecho, y con el cuerpo que les quede si no son de piedra, piensen seriamente si aquello sólo pasó en el Japón del 45. Enciendan la tele o su ordenador y husmeen por "Somalia", por ejemplo. Y entonces vayan a Unicef, a Cruz Roja, o a quien les venga en gana, pero hagan algo para tranquilizar nuestra puñetera conciencia de ricos.