Revista Cultura y Ocio

La turbamulta

Publicado el 26 octubre 2016 por Mda
La turbamulta
Vetusta Blues. -La turbamulta”
Vivimos en un mundo esclavo de la dictadura de las cifras: todo vale si se cuenta al peso, los valores aumentan según los números aporten nuevos récords y la justificación para todo procede de “cuánto”, no del “cómo”, ni del “por qué”, ni mucho menos del “para qué”. Ante esa esclavitud de números, la cultura palidece, casi deja hasta de tener sentido. Toda expresión vale en virtud de sus ventas, de su público. Poco importa la calidad, sólo es trascendente el número de personas arrastradas, asistentes, supuestamente interesadas en ese evento cultural.
No es de extrañar que se califique de éxito una convocatoria como la Noche Blanca en Oviedo, cuando contemplamos cómo palidece cada vez más, en una progresiva degradación, cada una de las expresiones artísticas y culturales que trata de animar el día a día de los ovetenses. Dos días de hartazgo, trescientos sesenta y tres de penuria. Esta empieza a ser la triste realidad: todos al mogollón, como ovejitas a insertarse en el rebaño, a agobiarse en multitudes que justifican el dispendio de una noche -supuestamente- inolvidable, corriendo de un acto a otro como pollos sin cabeza. A mí estas manifestaciones me recuerdan a esos turistas que viajan a algún lugar y comienzan un tour sin descanso, de un lugar a otro, sin respiro, sin tiempo para observar, para impregnarse del ambiente, para beber de una atmósfera distinta, enfrascados en una agotadora agenda de actos, lugares y fotografías de un lugar del que poco o nada recordarán a los pocos días de haber regresado de tan estresante experiencia. Dos días después de los fastos de la Noche Blanca, menos de veinte personas para escuchar a la canadiense Hannah Epperson; al día siguiente, otra veintena en La Salvaje para asistir al primer concierto de la gira española de los británicos Flowers. Si hubieran actuado en el finde, una entusiasta muchedumbre hubiera llenado ambos recintos, seguro.
Las cifras lo justifican todo. Ejercen una estúpida dictadura que borra de cuajo cualquier juicio. Aplastan toda divergencia. Convencen al votante y al escéptico. Marcan un territorio más absurdo aún si de manifestaciones culturales se trata.
Recuerdo en el pasado diciembre cuando viajé a París, tan sólo un mes después de la matanza de Charlie Hebdo. La capital francesa prsentaba un aspecto plácido, sin rastro de multitudes en lugares que habitualmente aparecen atestados como Montmartre o su Plaza de los Pintores. El miedo había evacuado mogollones, la turbamulta había desaparecido. ¿Hizo eso peor a París? Muy al contrario, lo transformó en un territorio idílico, por el que paseábamos disfrutando de calles que parecían irreales, sin peligro alguno para tratarse de una gran ciudad, vacías, nuestras, escuchando nuestros pasos sobre el pavimento, viviendo lo que entonces era amor. Se podía descubrir un rostro nuevo e inédito en esas calles. El fin de semana resultó mágico, maravilloso.
Hace unos años dejé de acudir en fin de semana a un conocido local ovetense que solía atestarse más que el Madrid Arena el 1 de noviembre de 2012, fecha del desgraciado incidente donde perdieron la vida cinco personas. Una noche, tras un incidente muy desagradable con un sujeto a quien, amablemente, había pedido permiso para pasar y que me respondió con cajas destempladas, abriendo paso a una trifulca que necesitó de los servicios del guardia de seguridad, decidí no volver a ese lugar que sólo podía justificarse por sus absurdos llenos, incómodos, inseguros, insalubres, a ciertas horas de los fines de semana. Aquella noche, ya en la calle, me juramenté para no regresar nunca más a sitios donde apenas podías moverte o respirar o, simplemente, sostener una pequeña conversación, tomarte una copa con tranquilidad, observar a la gente.
Lo mismo me ocurre con estos grandes fastos, por mucho que alguno de sus eventos valga la pena: el mogollón, la turbamulta, se presenta más que como una justificación de éxito, como un obstáculo para poder disfrutar completamente.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el miércoles 26 de octubre de 2016

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