Si hay un ejemplo universal de utilización torticera de los postulados de la Inteligencia Emocional sin duda ese es el protagonizado por la televisión de hoy, quien se ha convertido en el mayor generador de analfabetos emocionales a mayor gloria de los llamados “Reality Shows” o Telerrealidad.
De siempre, una de las estrellas de la programación televisiva han sido los concursos en sus más variadas manifestaciones, cuyo modelo inicial se asentaba en la competición de saberes y habilidades o lo que es lo mismo, de competencias personales o profesionales. Es evidente que ahora todo esto ha cambiado, pues ya son desgraciada mayoría los programas de telerrealidad que embarcan a los inocentes concursantes en absurdos sinsentidos al servicio siempre de su triunfal demostración de inestabilidad y descontrol emocional. Ahora quienes vencen son los que menos Inteligencia Emocional demuestran pues precisamente es lo que premia el espectador actual, siempre ávido por presenciar anónimamente desde su sillón como los demás pierden los papeles en las situaciones más cotidianas.
Ejemplos como Supervivientes, La casa de tu vida, Esta cocina es un infierno, Operación triunfo, El factor X, La voz, Fama ¡a bailar!, Tu cara me suena, Tu sí que vales, Mujeres, hombres y viceversa, Granjero busca esposa, ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, Supermodelo, Splash, famosos al agua o sobre todo Gran Hermano representan la quintaesencia de la telerrealidad. Concursos cuyos premios siempre se obtienen más por dejarse llevar por el corazón que por la razón, lo que cuestiona una de las bases incuestionables del éxito competitivo: El autocontrol.
No lo podré nunca demostrar, pero estoy convencido de que en los cástines de Gran Hermano el criterio de selección principal de participantes es el de su volubilidad emocional (que en algunos casos llega hasta la inestabilidad psicológica). Es lo que da juego y vende pues parece ser que nos gusta ver, con la bendición de la caja tonta, a quien se nos asemeja en errores y debilidades a modo de ejercicio de exorcización colectiva de nuestros males particulares. Hemos cambiado a los “ganadores por ser mejores que nosotros” por los “ganadores por ser como nosotros”, curioso referente de idoneidad que fatalmente deriva en un equivocado camino de progreso social.
Los concursos televisivos ya no se ganan por excelencia sino por normalidad, lo que nos permite creer que también podríamos llegar a ganarlos nosotros. Aquí está su socializante éxito. El éxito de la ganada mediocridad.
No hace mucho escribía “La moda de la Inteligencia Emocional” cuyo contenido es también valido para lo aquí tratado, pues de moda están las emociones en las TV de todo el mundo aunque no en su adecuada gestión. Quienes defienden el mundo de las emociones como gobernador plenipotenciario del ser humano en ocasiones no distinguen el que no todo vale, añadiendo ellos mismos share a una telebasura que quizá nos merezcamos.
Quien nunca vea estos programas que arroje la primera piedra…
Saludos de Antonio J. Alonso