Aunque cada quien es cada cual, en los países desarrollados en especial hay una percepción de lo que es la propia felicidad en el transcurso de la experiencia vital que sigue una pauta muy curiosa, porque nada tiene que ver con lo que parecería más normal.
La felicidad, a lo largo de la vida de una persona, parece que muestra una evolución en forma de “U” según un estudio que realizó Andrew Oswald en la Universidad de Warwick (Reino Unido). En resumen, la felicidad suele ser mayor en la juventud y en el final de la madurez que durante el tramo central de nuestra vida (los treintaymuchos, cuarenta y cincuentaypocos), justo aquel de más protagonismo y potencialidad económica y social.
Muchos son factores que pueden explicar esta conclusión tan singular pero yo prefiero detenerme en uno que me parece esencial para entender algo de la equivocación de nuestra sociedad actual. ¿Por qué dos épocas tan distintas de nuestra vida como son la juventud y las puertas de la tercera edad son las más dichosas en general? ¿Qué tienen en común que, respecto a la valoración de la felicidad, las hace igual? Pues sencillamente que en ambas el trabajo no es una prioridad vital. Si, el trabajo, lo que todos parecemos buscar cuando nos falta y desearíamos abandonar cuando nos sobra, agobia y condiciona el ritmo vivencial.
En el tramo central de nuestra vida, trabajar no lleva a la felicidad pero no trabajar tampoco y no solo por un evidente asunto de necesaria sostenibilidad económica, sino también por algo que es plenamente cultural: no sabemos qué hacer sin trabajar porque no nos han enseñado a inventar una vida proactiva de actividades creativas que vayan más allá de las pequeñas aficiones rutinarias para llenar el fin de semana o las pocas vacaciones que nos puedan quedar. Parece que tenemos que ocupar el tiempo con una obligación que nos haga sentir dentro de la normalidad en el razonar de una sociedad que todavía castiga sin piedad a quien no hace lo que los demás.
Con el avance de la inteligencia artificial, pronto el trabajo escaseará de forma inevitablemente estructural y entonces algo deberá cambiar en la propia manera de pensar para lograr doblar y levantar nuestra “U” y convertirla quizás en un guión alto (“¯¯¯”) durante toda la vida que pretendamos disfrutar…
Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro