Revista Cine

La última de Oscar (versión 2002)

Publicado el 13 junio 2010 por Josep2010

Cincuenta años, diez lustros, cinco decenios o medio siglo, se diga como se diga, sigue siendo un espacio de tiempo muy grande para separar las dos únicas versiones cinematográficas de la última pieza teatral de Oscar Wilde, máxime teniendo en cuenta que por ejemplo de algunas obras de Shakespeare se han rodado en ese tiempo bastantes más y la que nos está ocupando es, desde luego, mucho más divertida; tengo para mí que dicha ausencia en las pantallas se debe principalmente a que, como ya he manifestado en varias ocasiones antes, la comedia es un género mucho más difícil que el drama, porque existe el peligro constante de caer en lo chabacano, vulgar y soez y abandonar el guiño inteligente al espectador por la astracanada, dando ese pequeño paso que lleva de lo sublime a lo ridículo.
Tan grande espacio de tiempo y tan pocas versiones, sino fuera por el desconocimiento generalizado de la primera de ellas, llevaría a entender que la segunda y última, dirigida por Oliver Parker y estrenada en 2002 con el título original The Importance of Being Earnest, naturalmente traducido al castellano como La Importancia de Llamarse Ernesto, se trata de un refrito, lo cual sería caer en un error conceptual grave y por partida doble:
La última de Oscar (versión 2002)
Primero, porque como es usual y atendido el origen teatral de excepcional calidad de la idea original, como ya comentamos en su día aquí mismo, al igual que sucede en las muchas versiones de Otelo, por ejemplo, a nadie se le ocurre jamás tachar de refrito a la última versión, porque hay avenencia cultural de raíces milenarias que proclama la admisibilidad de la versión de la obra teatral como fundamento de la libertad artística del director que la interpreta a su modo y manera, convención que se ha extendido de forma natural a las versiones cinematográficas pero, curiosamente, sólo cuando se trata de originales escénicos, porque cuando la versión se basa en una novela, la tendencia diverge, difiere y se inclina a usar el refrito como definición. {Curioso: pero no nos apartemos del tema.}
Segundo, porque basándose en el mismo texto y siéndole también un tanto infiel en la confección del guión literario al original escrito por Wilde, Oliver Parker presenta su versión de la celebérrima comedia sin más nexo con la versión estrenada cincuenta años antes que el basarse en la misma pieza teatral, obteniendo en lógica consecuencia un resultado absolutamente diferente: ni mejor ni peor, pero sin duda diferente, como diferentes son las épocas en que ambas fueron rodadas, diferentes los medios cinematográficos e incluso diferente el ciudadano espectador interesado en una película de origen literario que no sea un superventas fruto de la mercadotecnia montaraz de los últimos lustros.
Parker ya había tenido en su anterior película cierto éxito al adaptar a Wilde al cine y en su tercer largometraje decidió repetir guionista literario con buen criterio, bien que retocando el texto original, quitando corrosión y añadiendo comicidad, ofreciendo pues una versión del clásico wilderiano distinta dotada de un burbujeo evanescente que hará las veces de burladero protector tras el que se parapeta, oculta, la ácida crítica social audible en la brillantez de los diálogos.
El origen teatral queda olvidado desde el inicio ya que Parker se cuida muchísimo de aplicar energía a su forma de rodar moviendo la cámara con libertad en travelings laterales y grúas bien emplazadas así como recurriendo a los exteriores a la que tiene ocasión, tanto de la ciudad como el campo; curiosamente, los interiores amplios en los que interactúan varios personajes, más teatrales, es donde Parker muestra su lado más débil, como indeciso, falto de fuelle en comparación.
La puesta en escena, como es habitual en las producciones británicas, sobresale por su eficacia y podríamos decir que Parker tira la casa por la ventana porque se gasta un dineral en adornar lujosamente escenarios complementarios, tanto como en vestir a un centenar largo de extras que concurren en diversas ocasiones, consiguiendo el objetivo de alejarse de los tópicos de una película deudora de la escena teatral mientras sus intérpretes principales, vestidos con sobria elegancia, incluso las damas, realizan actos físicos que refuerzan sus diálogos, porque en la versión de Parker no todos esos excéntricos y alocados personajes victorianos inventados por Wilde actúan en franca contradicción con lo que dicen, perdiendo de vez en cuando la seriedad y la famosa flema británica.
Así, los dos caballerosos sinvergüenzas que mantienen una identidad oculta conveniente para sus juergas y francachelas, Algernon Moncrieff (Rupert Everett) y Jack Worthing (Colin Firth), se comportan con los demás con solvencia y suficiencia educadas, pero entre ellos la actitud presenta visos de competición infantil que causa hilaridad, siendo uno de sus frentes de batalla la posesión de la comida, broma privada de Wilde que parece burlarse de la escasa calidad de la gastronomía inglesa y reduce los intereses apetentes a pelearse por unas tostadas de pan con mantequilla como expresión de familiaridades deseadas o deseables según el caso, subyacendo una alusión de contenido sexual bastante evidente.
Parker nos presenta a las dos damiselas enamoradas de un hombre llamado Ernesto de forma muy adecuada a cada personalidad: la bella Gwendolen Fairfax (Frances O'Connor) se erige como una mujer adelantada a su tiempo, decidida a conseguir lo que desea por encima de los deseos de su rígida madre Lady Augusta Bracknell (Judi Dench) y adoptando una clara posición dominante sobre su amado Ernesto (Jack) al que desde el primer momento apabulla y manipula dulcemente al extremo de casi hablar por él, cayendo el varón en una situación clamorosamente cercana al ridículo.
La joven Cecily Cardew (Reese Witherspoon), por contra, aparece como una soñadora que contempla a su amado desconocido Ernesto (Algernon) como un caballero andante vestido acorazado, en una fantasía ocurrente de Parker que por exceso acaba sobrando en algún momento, aunque ciertamente tiene su miga y resulta eficiente en la definición visual y gráfica del personaje de la pupila de Jack confiada su educación a la institutriz Miss Prism (Anna Massey) que mantiene una relación muy especial con el canónigo Casulla (Tom Wilkinson), cuya pareja de secundarios recibe toda la atención que merecen por Parker, sabedor de la importancia de sus caracteres y de las enormes posibilidades que se puede extraer de ambos intérpretes, brillantes, por cuyo motivo este comentarista se queda extrañado del evidente recorte de frases que sufre otro buen actor que los años ha llevado a secundario, Edward Fox, claramente limadas las frases de su personaje, el mayordomo Lane, al servicio de Algernon, quizá por demasiado irreverentes para con el matrimonio como forma de vida social.
Oliver Parker filma la comedia con muy buen ritmo incluso incorporando escenas con montajes paralelos que nos permitirán ver alguna cosa que no escribió Wilde pero que a buen seguro le hubiera encantado para reafirmar la chanza sobre la imprevisión y la permanencia y se apoya para reforzar el ambiente y las intenciones en las composiciones de Charlie Mole que ofrece una banda sonora alejada de verismos culturales pero eficaz y adecuada, incluso insertando un pequeño número musical humorístico provisto de letra del propio Oscar Wilde:
Lady come down
Es esta pues una versión muy cinematográfica de la farsa escrita por Wilde que aparca algunas frases vitriólicas del autor y enfatiza el aspecto hilarante de la trama, trasladándose al exterior a la más mínima oportunidad, como huyendo de unos interiores en los que la cámara de Parker parece más incómoda, quizá porque los rápidos y enérgicos movimientos que Parker desea en sus actores necesitan de ese aire de la bella campiña inglesa con un sol inusual, dotando de mayor alegría al conjunto; porque tampoco es que la cámara de Tony Pierce-Roberts rehuya los planos cercanos pues incluso en exteriores primeros planos y planos medios tienen su eficacia, con lo que uno llega a la conclusión que Parker -por algún motivo ignorado- no acaba de estar muy convencido de la bondad de su forma de mover a los actores dentro de plano porque a la que superan el número de tres se observa un cierto estatismo que sorprende y choca con el dinamismo del resto: una inmovilidad en sentido figurado que no real, que no sé a ciencia cierta si achacar a la disposición de los intérpretes en sus ubicaciones, o a la falta de convencimiento de éstos relativa a la idoneidad del cuadro, pero está claro que se siente un ligero parón en escenas como esta o, por lo menos, a mí me lo parece, sin que ello consiga demorar el espléndido tono general de la película que, ciñéndose a la hora y media adecuada al original, se disfruta en un suspiro entre carcajadas burlescas y cachondeo generalizado del espectador que en una segunda revisión probablemente percibirá la mala idea del texto dialogado pues en la primera el humor de la forma consigue ocultar la crítica que subyace en el inmarcesible texto de Wilde, que es interpretado por un elenco muy sólido en conjunto, más atento a la fisicidad de su labor que a la recreación de un acento específico de la época que retratan, probablemente por evitarse comparaciones odiosas en las que nada tenían que ganar: el taimado Tom Wilkinson roba a placer las escenas compartiendo la hazaña con Anna Massey (a la que uno recuerda en Frenzy) y los cinco intérpretes principales demuestran su solvencia a la hora de afrontar sin complejos una revisión de la farsa de Wilde con un aspecto mucho más vivo, alocado y cómico de lo que se acostumbra a ver.
En definitiva, una película interesante y muy divertida, imperdible para el cinéfilo aficionado al género teatral que agradecerá el buen rato pasado y la posibilidad de disfrutar de una versión alejada de inmovilismos clásicos, innovadora en la chanza sin perder el respeto al texto inicial inalterado y gozosamente efectivo a día de hoy.
Making off


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