Vuelvo a sumergirme en una propuesta de Luis Landero y vuelvo a encontrar al narrador delicioso, convincente y lleno de melancolía que me ha cautivado tantas veces, en tantos de sus libros. Es verdad que en otros volúmenes suyos he tenido que suspirar y decirme “En el próximo será”, con una leve decepción (quizá porque esperaba demasiado de sus páginas); pero esta vez sí que sí. Y es que creo que el terreno temático en el que Landero brilla con más eficacia y con más esplendor es, precisamente, este que aquí se aborda: el relato de las vidas fracasadas (o que merodean el fracaso en su declinación, como un paseante que recorriera llorando el borde de un precipicio). Pocos narran ese delta con más tino que él. Y por eso su crónica sobre Ernesto Gil resulta tan conmovedora.
Hablamos de un personaje que, dotado desde la niñez de una voz extraordinaria, inoculó en los demás (sobre todo en su maestro, don Ángel) la certeza de que lo aguardaba un futuro espléndido en el mundo del teatro o la televisión. Así que, pese al empeño que puso su padre en que estudiara Derecho y trabajase con él en la gestoría familiar, la farándula terminó atrayéndolo de forma irremisible, ideando un espectáculo lorquiano que paseó, con más pena que gloria, por todo el país, hasta que la resignación o la amargura lo convirtieron en un hombre con peso de más, desaliño de más y tristeza de más.
Tampoco las cosas le han ido bien a Paula, que se ha enamorado siempre de los hombres equivocados, y que ha terminado casándose con uno de ellos, por el cual ya no siente sino indiferencia. Su trabajo, gris y sin futuro, en una cadena de embalaje no se puede decir que ayude a la mejoría de su ánimo, que languidece entre resignaciones y lágrimas escondidas.
Pero el azar, que en ocasiones puede conceder una última sonrisa a sus criaturas, ha decidido reunirlos en el pueblecillo de San Albín, donde Gil pretende montar una función dramática sobre la santa Niña Rosalba, en la que quiere otorgar papel a todos los habitantes del pueblecito y en la que actuará estelarmente la novata Paula, a la que todos confunden con una actriz veterana llamada Claudia.
Ya disponen ustedes de todos los elementos “argumentales” de esta novela bella, delicada, emotiva y crepuscular, en la cual se plantea y desarrolla “el caso singular de un vano intento, de un sueño que, tras un gran momento de esplendor, acaba desembocando en la inmisericorde realidad” (cap.7). El resto lo rellena el gran Luis Landero con su mayestática prosa. Y, perdónenme, no les digo más. Yo de ustedes la buscaría sin tardanza.