Revista Cultura y Ocio

La última línea del espejo, de Gema Samaro

Publicado el 02 abril 2014 por Covadonga Mendoza @Cova_Mendoza
La última línea del espejo, de Gema SamaroEditorial: HarlequinColección: HQÑ, 25260 páginasEbook: 2,84 €
Argumento:
Lily Martínez, «atea del amor», y Milos Conti, un atractivo veneciano, se reencuentran tras largo tiempo sin verse y la pasión resurge avasalladora entre ellos.
Comentario:  «La  última línea del espejo» es la secuela de una obra anterior de la autora, «Entre las azucenas olvidado», parte de cuyos personajes aparecen de nuevo (Eva y Hugo están «embarazados» y tienen un hijo, Daniel, personaje importante en la trama), centrando el protagonismo en Lily (Azucena) Martínez, la farmacéutica que tiene una relevante participación al final de la otra historia.
La narración, de nuevo en primera persona, empieza con Eva y Lily enfrentándose a un hombre enmascarado que resulta ser el Capitán Andrés Sepúlveda, el hombre que entregó la piedra de la inmortalidad a Fray Benito, el tío de la protagonista.
Llama la atención la escasez de datos que se aportan sobre lo sucedido en la novela anterior, quizá en la suposición de que quién lea la segunda habrá leído antes la primera. Si no ha sido así es posible que cueste un poco situarse en la realidad en la que se mueven los personajes, las relaciones entre ellos, la enemistad que mantienen con Francesca  o quiénes son los Bisontes.
Si bien es cierto que la redacción es correcta (excepto ocasionales frases de estructura confusa y alguna errata) y hasta ingeniosa en los diálogos, se echa en falta una mayor ambientación para situar a los personajes, que muchas veces parecen moverse en el aire debido a la casi total falta de descripciones. El viaje de la protagonista a Florencia y su periplo por la ciudad acompañada por Milos se solventa con varios nombres de lugares y hechos históricos que se dirían sacados de la wikipedia. En otros lugares, como Venecia, ni siquiera eso.
Aunque el interés por encontrar de las piedras con las que fabricar el elixir de la inmortalidad, una de las cuales fue entregada por Francesca a Chopin, de quien estaba enamorada, parece indicar que habrá una «búsqueda del tesoro», y el mismo título de la novela, parte de una nota («La eternidad está en la última línea del espejo») que deja el músico a Hugo antes de fallecer, le da importancia, la subtrama se diluye en poco más que una excusa para que los protagonistas se reúnan e interaccionen entre ellos.
La relación romántica entre Lily y Milos (aunque la «aparición estelar» de Sepúlveda al comienzo podría hacer suponer que es el protagonista pronto se descubre que no) parece basada sobre todo en la atracción física (pasada la mitad de la novela se dedican dos o tres párrafos para resumir otras actividades), y las excusas de ella, que se declara «atea del amor» para haberle evitado durante cientos de años (un miedo que logra superar con bastante facilidad al reencontrarse) no suenan creíbles. Ni siquiera el flashback a su último encuentro muestra el supuesto amor que hay entre ambos.
Las personalidades de los personajes apenas están desarrolladas, limitándose a incidir en el tema romántico y las trabas que se empeñan en encontrar para posponer su realización. De Lily se conoce su «ateísmo amoroso» y de Milos que es muy atractivo y que lleva dos siglos enamorado de ella.
Andrés y Laura se definen por el «odio» irracional que se profesan nada más conocerse, Estrella por su chabacanería y por no tener otra finalidad en la vida que intentar emparejar a sus amigas, Eva y Hugo se centran en su hijo, Francesca es una mala tópica con comportamientos absurdos (si en la primera novela dispara a Eva para comprobar su inmortalidad, aquí lo hace con Lily y reconoce haberlo hecho también con el perro de esta, Canelo).
Pese a que se trata de una novela relativamente breve, da la impresión de que hay algunas escenas de relleno o irrelevantes (el flashback, la larga escena en Florencia en la que Milos finge no reconocer a Lily, sin ningún motivo para ello, el no romance entre Andrés y Laura que sobrecarga la historia de intercambios ingeniosos, discusiones y parejitas) y da la impresión de que en realidad no pasa casi nada.

La resolución del misterio apenas tiene relevancia dentro de una narración centrada en repetir una y otra vez los miedos de Lily, la belleza de ambos, el mutuo deseo que sienten, Eva poniéndose de parto, Andrés y Laura discutiendo mientras, de vez en cuando, afirman que están investigando el tema de Chopin y el elixir perdido, apariciones de Francesca soltando amenazas y cometiendo maldades sin sentido (el disparo, el secuestro, el envenenamiento), dejando apenas unas páginas para resolver parte de lo sucedido (quizá haya una tercera novela protagonizada por Sepúlveda y Laura para buscar las piedras y decidir que están enamorados) de forma algo precipitada y no demasiado convincente. 


Quien espere investigación y misterio (al estilo de «Entre las azucenas olvidado») apenas lo encontrará, quien prefiera la trama romántica hallará una novela con un argumento demasiado básico tratado de forma superficial y sin conflictos reales que separen a la pareja protagonista.

Cita de la novela:

«La mañana era tan perfecta que ni nos inmutamos cuando un tipo con una bolsa de papel de una hamburguesería en la cabeza salió a nuestro paso:—Fjewisfgielikie —dijo el tío de la bolsa.Eva y yo nos miramos y soltamos una carcajada. El señor se había hecho dos agujeros para los ojos y había abierto una ranura para la boca, pero la bolsa se había ladeado de tal forma que no se le entendía nada.—¿Podemos ayudarle en algo? —preguntó Eva, sin poder contener la risa.—Kefjeiwsfejiowe.—Disculpe, ¿se podría quitar la bolsa? Es que no le oímos —propuse llevándome el dedo índice a la oreja.El hombre se ajustó la bolsa para que coincidiera la abertura con la boca y, de nuevo, se dirigió a nosotras:—Buenos días, señoras —soltó con una inclinación de cabeza que por poco hizo que la bolsa saliera disparada.Nosotras rompimos a reír, mientras el tipo volvía a ajustar la bolsa a la cabeza.—Buenos días. —Logramos decir al fin.—No quiero asustarlas...—No, tranquilo. No nos asusta... —repliqué sin poder reprimir la carcajada.»

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***T***


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