Un crudo relato marco, la tragedia de Antonio, para dibujar la fisionomía moral de una Barcelona conocida por pocos. Sintetizándola muchísimo así es como definiría la línea argumental de la obra de Jorge Rodríguez Hidalgo, "La última vuelta del perro", novela que en dos ocasiones llegó a las deliberaciones finales del Premio Nadal y que ahora reedita la editorial Excodra.
La narración, in extremis, se inicia en el tanatorio donde dos funcionarios intentan colocar su cuerpo inerte dentro del féretro. A partir de ahí, mediante la retrospección, iremos descubriendo los motivos que le llevaron a poner fin a su vida. Antonio, cuidador de cerdos desde la infancia, y Rosario (su mujer), prostituta "desde que tuvo fuerzas para sostener la verga de un hombre", oriundos de un pueblo (a tenor de su jerga) del sur, deciden abandonar sus miserias y, como muchos otros, emigran a la ciudad condal en busca de una vida mejor. Aunque la elipsis en cuanto a puntos geográficos se refiere es significativa -no aparece ni un solo topónimo en sus 258 páginas-, encontramos referencias suficientes para reconocer cada uno de los lugares a los que se alude. Y sucede lo mismo con las referencias temporales.
A lo largo de los 26 capítulos que conforman la novela, paralelamente al fatal devenir de esta pareja, y los nueve hijos que nacerán, se irá novelando, mediante auténticos cuadros costumbristas, la intrahistoria de un "nicho" de población barcelonesa y se dará cuenta de importantes episodios que pasaron inadvertidos para gran parte del mundo. Con la triste historia de la llegada de Antonio y Rosario se mostrará también la de la "ciudad informal", es decir, la del barraquismo que se extendió por la montaña de Montjuïc y el frente marítimo durante el siglo XX. Se dará cuenta del realojamiento de muchas familias en polígonos que carecían de los servicios sociales y urbanísticos necesarios y de cómo dicho barraquismo fue erradicado de forma precipitada durante los años anteriores a la Barcelona olímpica, época en la que se sitúa la acción principal de la novela y sobre la que se dirigen la mayor parte de las críticas, ya sea a través de la propia trama, de los diálogos entre personajes (especialmente los del perio-poeta Ramiro) o de las abundantes digresiones de un narrador omnisciente que no se muestra imparcial en absoluto. Así, se hará mención de los proyectos fantasmas por los que con motivo de los JJ.OO. algunas empresas percibieron financiación, se hablará de los profesionales que acabaron realizando trabajos no cualificados, de las pésimas condiciones laborales de los obreros, de la limpieza étnica que se llevó a cabo en la ciudad, de la ocultación de los marginados y enfermos, de la hipocresía de muchos estamentos, de la falsedad en los medios de comunicación, de la opulencia versus la miseria, del abuso de poder, de la soledad del hombre, entre otros muchos temas sensibles.
Todos estos problemas serán padecidos, de forma directa o indirecta, por los singulares protagonistas de la novela. El autor ha respetado en todo momento el decoro lingüístico de los personajes, destaca significativamente el habla de Rosario, analfabeta como Antonio pero sin un pelo en la lengua. Él, taciturno tanto en su habla como en su comportamiento, entre trago y trago, irá evolucionando hacia un discurrir interior, cual Sancho Panza, lo que le llevará a abrir los ojos ante su lamentable realidad y a querer cerrarlos para siempre. Pero no hay solo jerga en su léxico, también encontramos entre sus páginas metáforas, alegorías, imágenes, símbolos y numerosas citas de poetas, no en vano la poesía es el género que más ha cultivado el autor.
En la contraportada del libro se indica "Sí, estás ante una novela, pero no ante una novela común [...] Difícilmente podréis olvidar esta última vuelta..." Y así es.