Cuando escuchó la undécima campanada de la noche supo que había llegado la hora de la oscuridad. Era un momento que le hacía temblar cada día, representaba el pavor al paso de las horas y encendía el instinto de supervivencia que todos tenemos pero que tan mal nos funciona, pues pasara lo que pasase, siempre acaba siendo atrapado por el tiempo, cediendo a sus deseos y olvidándose de sus plegarias.
La razón del pánico que le atenazaba radicaba en el miedo a las preguntas sin respuestas, la duda sobre si se levantaría mañana, la eterna cuestión sobre si todo hasta ese punto había sido suficiente. Sin embargo, al final nada de ello contaba, ninguno de los avisos fue suficiente para cambiar el devenir de sus acontecimientos e incluso en un mundo que sabía contrarreloj malgastaba las últimas horas de su primavera delante de una pantalla escribiendo historias, pero eran su historia.
Quizás sus letras nunca importasen a nadie, pero a día de hoy, con el reloj de arena a punto de terminarse, marcaban la diferencia.
Carmelo Beltrán@CarBel1994