Ojalá existiera el infierno
Un tumulto en la calle interrumpió mis pensamientos: volví la vista hacia el ventanuco de la torre, pues la había dejado vagar momentáneamente por la habitación en mis ensoñaciones, y vi a través de él cómo un grupo de personas se afanaba por arrastrar a un cautivo, al que llevaban casi en volandas, hacia el edificio del Alfóndigo, probablemente para que se le administrara justicia. Por los gritos, de tal calibre sónico que arribaban hasta mi atalaya, averigüé que se trataba de un ladronzuelo sorprendido en el execrable delito de robar unas manzanas en el mercado. Evidentemente, no era la primera vez que presenciaba un caso así, se trataba de un hecho que ha llegado a formar parte de la galería medieval de tópicos. La historia detrás del acto, comprendí, sería la misma de siempre: el hombre, o mujer, que roba porque no puede alimentar a su familia a causa de los diezmos obligados a pagar a su señor feudal correspondiente, sea laico o eclesiástico, a causa de la destrucción de sus tierras por causa de un pleito entre caballeros… En resumen, a causa de las acciones de otros mucho más ladrones que él. Qué más daba. Lo había visto en mi Edad Media, y lo había visto mucho más en el maldito siglo XXI: solo que allí no roban una cosecha a una familia, sino todo lo que poseen a muchas familias, con alcance regional, nacional, global… El capitalismo significó el perfeccionamiento malsano del feudalismo, acumulación a base de basura y destrucción. Y ahora, ese capitalismo, ese sistema que no sé si llevara en sí el germen de su destrucción, pero desde luego y para nuestra desgracia no morirá solo, ya no tiene límites… Maldije que mis aventuras me hubieran llevado a ese espantoso lugar en el tiempo, mi sensibilidad ya no soporta tantas historias de soledad, tristeza y muerte. Estoy muy cansada de llorar a solas de impotencia ante la injusticia y de no tener a nadie que enjugue mis lágrimas. Al menos, a nadie que se merezca hacerlo, a nadie que se haya preocupado nunca por hacerlo, a nadie a quien mis lágrimas le hayan dolido como se supone que tienen que doler las lágrimas de los que son de tu misma sangre.
Y a la gente no de mi sangre que sí hubiera querido compartir mi dolor, los he rechazado.
Por eso no maté a Guillaume. Porque ya he visto demasiada muerte. O tal vez porque (fraternalmente hablando, claro, como se dice románticamente mi corazón está en otra parte, o estaría, en el caso cada vez más improbable de que tenga corazón) sentía cierta debilidad por él. Y lo peor de todo es que el muy hijo de puta lo sabía.
-Vamos, Eowyn, ya te has desahogado bastante -contestó él, imperturbable a mis amenazas-. Ahora, si no te importa, vamos a tratar de asuntos serios.
Yo envainé mi espada, maldiciendo entre dientes.
-Tienes suerte de que me pueda la empatía. Porque ni siquiera temo que el infierno se me lleve por acabar contigo. Entre otras cosas, porque no creo que exista. Lamentablemente. Opino que el infierno está en la tierra. Para los que son como yo. Para los que sufren y aman demasiado, aunque no lo manifiesten, para los que tienen principios. Y el paraíso es de los otros. De los psicópatas sin más límite que su propio beneficio. Como tú, quizá. A veces pienso que soy imbécil. No a veces, siempre. Y tal vez debería empezar a cambiar ahora acabando contigo por la única razón de que me molestas. Si es que matarte es en realidad una mala acción, cosa que dudo.
Él me miró fijamente.
-No estoy seguro de entenderte cuando comienzas a hablar de esta manera. Pero comprendo el trasfondo de tus palabras, y sé qué es lo que en realidad te duele de todo esto. Te debo una explicación: no he sobornado a nadie para que vuelvan a admitirme en la Orden, ni he asesinado para conseguirlo, ni he recurrido a la gente que le debe favores a mi poderosa familia, como me imagino que piensas. Robé y traicioné, sí, y no me arrepiento. Sencillamente, creo que estoy en situación de dar mejor uso a cierto objeto que la persona que lo detentaba antes que yo, y digo ‘detentaba’ porque tampoco estoy seguro de que lo consiguiera exclusivamente con buenas artes. La Orden sabe que soy ahora el dueño legítimo. Y les interesa estar en buenas relaciones conmigo.
Yo estaba asqueada.
-No me imaginé que la repugnante bajeza tuya y de todos los de tu calaña llegara a este extremo.
-Déjame terminar -atajó él-. La Orden y yo tenemos un objetivo común: que ciertas injusticias que se están produciendo ahora no continúen. O al menos que no avancen.
Hice un gesto de incrédulo desconcierto.
-Desconocía que tuvieras esas inquietudes. Y sé que, al menos oficialmente, la Orden no se mete en política.
-Oficialmente, tú lo has dicho. Y sí, tengo esas inquietudes. Y probablemente seas la persona de mi entorno que mejor puedas comprenderlas. Te conozco. Sé lo que haces. Lo que sientes -hizo una pausa que intentó arrojar tintes dramáticos a la escena-. Sé que lo último que viste en el siglo XXI, y que aborreciste, y que pensasteis que era el escalón más bajo de ignominia y estupidez al que puede llegar un gobierno, es la retirada del subsidio de 400 euros a los parados de larga duración, justamente en un momento en que encontrar trabajo es poco más que imposible, condenando a cientos de miles de familias a la miseria o a algo peor. Va a pasar algo parecido aquí, y sé que puedo contar con tu ayuda.
Se me hubieran caído las bragas al suelo de haber vestido una prenda interior medianamente parecida. Intenté atar cabos, sin conseguirlo: Guillaume no había tenido forma humana, al menos conforme a las leyes de la naturaleza visible, para enterarse de mi secreto, y además con tantos detalles. Estaban pasando demasiadas cosas raras últimamente, incluso superando el concepto de magia medieval. Si al final no sería tan raro que existiera el infierno… aunque sí demasiado hermoso para ser verdad.