Revista Opinión

La única salida: otra aventura medieval (III)

Publicado el 29 agosto 2012 por Eowyndecamelot

El siguiente movimiento

(viene de) Me sobresaltó un rítmico golpetear en la puerta. Reconociendo la cadencia que habíamos acordado como contraseña, me apresuré a desatrancar el acceso a mis aposentos. Un alegre Guillaume entró con tanto ímpetu que, al apartarme para dejarle pasar y evitar que se abalanzara contra mí, cosa a la que le vi muy dispuesto, casi se estrelló con la pared opuesta. Pero sin perder la dignidad, ni la sonrisa, volvió a acercárseme mucho más de lo habría sido conveniente para mi decencia y buen nombre, si aún me quedara algo de la una y del otro.

-Me seduce la alegría que han mostrado tus ojos al verme –me dijo mientras yo retrocedía un paso para evitar contactos inadecuados.

-No lo sabes tú bien –convení-. Esto es un infierno y no me refiero solo al calor. Me aburro. Y tengo hambre. Aparte de que estar encerrada mucho tiempo con estos hombres me pone muy nerviosa. No hago más que escuchar cánticos religiosos. Y aunque aprecio el gregoriano como estilo musical, no me hace mucha gracia su mensaje.

-Y al igual que tú, los escucha media Barcelona, lo cual es muy conveniente para nuestros fines –manifestó-. Por cierto, te he traído algo de comer; tienes razón, llevas mucho tiempo sin echarte nada a la boca.

-Me siento como si fuera uno de tantos desahuciados españoles del siglo XXI y encima el ayuntamiento hubiera cerrado con candado el contenedor de los alimentos desechados del supermercado para evitar la proliferación de escenas apocalípticas –convine yo, con rabia y tristeza.

De un morral que se había echado a la espalda extrajo una hogaza de pan, un poco de queso y un pellejo de vino, que depositó sobre una mesa. Yo me acerqué y di buena cuenta del frugal festín, que en aquellos momentos de inanición me pareció tan apetitoso. Mientras comía, Guillaume no me quitaba ojo de encima.

-Un ingrediente más para el cocido de enigmas que significas. Te empeñas en presumir de que eres plebeya, pero guardas las formas al comer, incluso hambrienta, como lo haría una dama.

-Si prefieres que devore como una salvaje, también sé hacerlo –le dije con la boca llena-. Solo es que no quiero mancharme. Es la única camisa que me queda y hasta que no pueda lavarla…

Negó con la cabeza repetidas veces, murmurando entre dientes algo así como una tonada.

-Es una buena excusa, Eowyn, pero no me vale. Ocultas muchas cosas. Y pienso descubrirles.

-Es que me eduqué en un internado de señoritas. Me enseñaron a comportarme con educación, coser, planchar y complacer a mi futuro marido. Eso es lo que suele suceder cuando en las escuelas segregan por sexos para conveniencia de una sociedad de hombres temerosos de las mujeres libres; y que además son tan feos que asustan, como el tal Wert o la tal Aguirre, aunque me parece que esa última es mujer … -al ver que me miraba con cómica impaciencia, decidí centrarme un poco-. En realidad, y lamento decepcionarte, en mí no hay nada más que lo que ves. O quizá el único enigma en mí es la ausencia total de enigmas. En cuanto a lo demás, te diré que se aprende mucho viajando en el tiempo. Tú bien debes de saberlo -continué, sin dejar de masticar. Noté cómo el color volvía a mis mejillas. Guillaume, mientras tanto, seguía asaetándome con la mirada con expresión de estar tramando algo. Al fin me soltó:

-¿Cuándo abandonarás esa frialdad? Te empeñas en dejar bien clara tu ligereza de costumbres cuando eres la mujer más casta que he conocido. A pesar de que llevamos meses conviviendo muy estrechamente, no me has mirado con más pasión con la que mirarías a tu hermano o a tu padre.

Me apenaba derrumbar tan sólido edificio de seguridad personal, pero no tenía otro remedio.

-Hay una respuesta muy sencilla que podría conciliar mi reputación y mi actitud actual. Aunque me temo que lesionaría tu autoestima.

-No intentes engañarme. Sé que te gusto. Tal vez no tanto como tú a mí, pero lo suficiente. Y sin embargo no caes en la tentación. Me pregunto a qué estás guardando fidelidad. O a quién.

Yo acabé mi ágape, tras un buen trago de vino.

-El concepto de fidelidad me resulta incomprensible. Soy leal hasta la muerte, creo que eso ya lo sabes, pero no me pidas más. Y ahora que hemos clarificado este tema, tal vez sería mejor dejar esta conversación y concentrarnos en lo importante. Por ejemplo, ¿cuál es el siguiente paso a seguir?

Guillaume miró por la ventana.

-He agotado los últimos cartuchos. Nada. Si alguien le ha revelado a Jaume que estábamos aquí y tu identidad, te puedo asegurar que no ha sido ningún hermano de esta casa. Pero pronto anochecerá y deberíamos estar ya en camino hacia la siguiente parada, dejando que el rey y los suyos crean que seguimos en esta encomienda, ignorantes de todo. El Maestre se encargará de divulgar que sufro una recaída de mi fingida herida de Tierra Santa y que tú estás cuidándome día y noche. He dado crecientes y ostentosas muestras de malestar a lo largo del día, y cuando entré aquí me tambaleaba creo que muy convincentemente. Naturalmente, nadie de afuera deberá vernos salir.

-Me imagino que lo próximo será hablarme del pasadizo secreto.

Guillaume me guiñó un ojo.

-Estás en todo, mi querida amiga. Obviamente, todas estas casas lo tienen. ¿Por qué crees que elegí este aposento en concreto?

Con la misma mirada llena de sorna, se dirigió a la esquina más alejada de la puerta, justo al lado de la cama. Contó losas de piedra desde el techo y accionó una de ellas, situada más o menos  en el tercio superior. Fue haciendo lo mismo con las que le rodeaban, hasta que se formó un hueco lo suficientemente grande para que cupiera una persona de regulares dimensiones, aunque en su caso iba a tener que agacharse. Cuando acabó me hizo un signo de que me asomara al agujero: vi un túnel vertical en cuyo centro una barra de hierro descendía desde, me imaginé, la cima de la torre. Guillaume me hizo un gesto de invitación.

-Las damas en segundo lugar, en este caso. Así si te deslizas demasiado rápidamente al menos mi cuerpo amortiguará el golpe.

-Ni lo sueñes que me voy a meter en ese hoyo infecto –me opuse yo terminantemente-. ¿Acaso no podemos esperar a que anochezca del todo y salir amparados en las sombras? Por favor, qué ganas de complicarlo todo que tenéis los de tu ralea religiosa…

Me interrumpió, torciendo la boca en expresión de resignación.

-Me temo que no es posible. Ahora puedo decir sin ninguna duda que los hombres del rey que nos seguían están apostados en las cercanías, incluso de noche. No son muy disimulados, en verdad, nuestro querido monarca no se encuentra muy bien aconsejado en cuestión de elección de mercenarios.

-Es que recorta retenes de guardia que a su juicio sobran –expliqué yo gracias a mi experiencia del siglo XXI- para ahorrar, luego los tienen que sustituir con lo primero que encuentra y además se queja de que sus efectivos no son suficientes para la protección de la Corona y de sus súbditos¸ como si le importara algo más en esta vida que pegarse la vida padre a costa de todos mientras enarbola la bandera de las cuatro barras.

Guillaume se vio obligado a asentir.

-Pero a pesar de todo es de vital importancia que nos crean a buen recaudo y lejos de intrigas –continuó-. Confía en mí. Coge tus cosas y vístete, que a pesar de que esta ropa deja gran parte de tu belleza al descubierto, no creo que sea el atuendo más conveniente para la aventura que nos ocupa.

Gruñí ante el inmerecido elogio y, a regañadientes, le obedecí no sin antes amenazarle con el dedo.

-Como tus dotes de actor sean menores de lo que crees, estamos aviados. Anda, desciende ya, que te sigo. Antes de que me arrepienta.

Estaba segura de que iba a pegarme el guarrazo de mi vida. Pero todo fuera por la causa. De más duras tendría que ver en el futuro, y aquello sería una buena preparación.


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