Foto: cadenaser.com
MUCHOS CATALANES SE quieren ir de España, si es que no están fuera ya desde hace tiempo. Y este viejo anhelo no solo no va a decrecer sino que irá en aumento. Las imágenes de las cargas policiales durante el 1-O, con su amplia repercusión en la prensa internacional, se han convertido en el mejor banderín de enganche para acrecentar el número de adeptos, además de alimentar el victimismo tan del agrado nacionalista.Muchos otros, posiblemente más si nos atenemos a la consulta de ayer, quieren quedarse y confían en que el Estado disponga de los suficientes recursos para impedir lo inevitable: que el referéndum ilegal y sin garantías convocado por la Generalitat sea la antesala de una declaración de independencia por su cuenta y riesgo.Llegados a este punto, los dirigentes nacionalistas de la izquierda nacionalista harían bien en preguntarse, y sería muy saludable que lo hicieran, si todo este proceso no está sirviendo para tapar los graves problemas de corrupción que también ha habido en Cataluña. Debe ser que para este viaje eso no es importante ahora, que la independencia no puede esperar y que lo único sensato sea taparse la nariz y optar por una rebelión en toda regla.Tiene bemoles, por decirlo suavemente, que los nuevos dirigentes de la antigua CiU, hasta el cuello de corrupción, sean ahora los defensores de las libertades, y que el PP, cercado por el mismo y horrendo delito, se haya convertido en garante de la Constitución. El nacionalismo exaltado y excluyente cuenta, en todo caso, con un arma imbatible: un sentimiento colectivo capaz de unir elementos tan radicalmente dispares como la derecha política representada por la burguesía catalanista con la izquierda más extrema y populista.Sea como fuere, lo que viene ahora, porque esto no ha hecho más que comenzar es la confrontación, posiblemente endémica, y la desconfianza mutua. La hispanofobia frente a la catalanofobia, la fragmentación de la izquierda, el miedo a la libre expresión, el resurgimiento del nacionalismo español en forma de unas banderas contra otras, la utilización partidista de los medios…Así las cosas, lo que me pregunto es si vale la pena la unidad de España a este precio. Algunos opinan que de esta solo se puede salir reconstruyendo los puentes de diálogo incrementando el autogobierno en el marco del Estatut y la Constitución.Pero mucho me temo que ese tren ya pasó. La fractura social es de tal magnitud y tan dolorosas y traumáticas las consecuencias, por culpa de unos y de otros, que quizás haya llegado el momento de plantearse un referéndum de verdad. Con todas las de la ley. Aunque a algunos les repugne la idea. Aunque duela. Mejor esa consulta pactada que no la traumática y exasperante situación en la que nos encontramos tras un funesto 1-O.